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Opinión

Christian Martinoli

Uno de los mejores cronistas deportivos en México, trabaja para TV Azteca y ha colaborado con RÉCORD desde 2010.

Apache

2017-01-12 | Christian Martinoli
CHRISTIAN MARTINOLI
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Una tarde, Fabiana Martínez se fue y nunca más volvió. Atrás quedaría Carlitos, su hijo de apenas seis meses, mismo que le entregó a su hermana Adriana y a su cuñado Segundo Tévez, a quienes llamará padres durante toda su vida.

El bebé llevaba el apellido de la madre porque su padre biológico, Carlos, nunca le quiso entregar el suyo. Carlos Martínez, antes de cumplir el año de vida, sufrió un accidente casero cuando una olla con agua caliente se le vino encima; los reflejos desesperados para atenderlo hicieron que le taparan las heridas con una frazada de nailon, mientras lo llevaban de urgencia al hospital. Dicho polímero provocó peores consecuencias y tras dos meses en cuidados intensivos, el pequeño salió de la clínica con severas cicatrices en rostro y pecho. 

La tragedia seguiría rondando su espacio vital porque, cuatro años después, a su casa llegó la  noticia de que Carlos, aquel hombre que nunca se responsabilizó con él, había recibido 23 balazos, tras perpetrar un robo y enfrentarse a la policía. 

El chico todavía no cursaba la primaria y ya era huérfano de padre, había sido desamparado por la madre y estuvo cerca de perder la vida por un infortunio; sin embargo, nunca perdió la sonrisa irregular repleta de dientes ensortijados que lo hacían único en su barrio. Dicho sea de paso, un lugar que no era cualquier vecindario de la periferia porteña, era el rincón más peligroso de la región y para muchos, por su fama, de la Argentina entera. 

Fuerte Apache, un lugar creado por decenas de multifamiliares carcomidos, incrustado justo del otro lado de la Avenida General Paz, ruta que hace que Buenos Aires deje de ser capital para convertirse en provincia. 

Sitio tenebroso, con códigos estrictos de supervivencia y en donde lo bien habido es eclipsado por la jungla de violencia y crimen organizado que se cuece en sus entrañas. A Fuerte Apache la policía no entra y los que intentan hacerlo siempre es de manera encubierta y armados hasta la garganta. 

Ahí, Carlitos creció escuchando tiros por las noches y jugando a la ‘pelota’ por las mañanas. “Sentía miedo muchas veces. Cuando era chico, recuerdo estar acostado en la cama con mis hermanos y padres, y escuchar balazos y gritos apenas del otro lado de la ventana. Ni se te ocurría salir de la casa apenas oscurecía. De a poco, te acostumbrabas lo suficiente como para dormirte”, le contó a The Times.

El futbol era su escaparate, pero la vida nunca le fue sencilla y si quería patear objetos que fungieran como balones lo debía hacer descalzo, porque los zapatos eran para el colegio.

Eso nunca fue un impedimento para el chico que habitaba un ínfimo departamento del segundo piso en el llamado Nudo 1, porque diario se juntaba con sus demás amigos de arrabal para llenarse de tierra hasta las muelas y tasajearse las piernas con las piedras que pateaban en el ermitaño descampado vecino. 

Varios niños de Fuerte Apache fueron observados en la calle por los cercanos clubes de Vélez Sarsfield y All Boys; Carlitos no quedó en el cuadro de Liniers, pero sí en el de Floresta, junto a su amigo Darío Coronel, a quien apodaban ‘Cabañas’, por el gran temperamento y habilidad para jugar que tenía, muy similares a las del atacante paraguayo Roberto Cabañas, ídolo de Boca Juniors. 

Los dos hicieron que la categoría 84 de All Boys entrara en los anales de la historia en el futbol infantil argentino. Martínez era el nueve y jugaba con zapatos prestados por el club, mientras que Coronel el diez; ambos se peleaban el protagonismo y por ello discutían bastante, aunque para los entrenadores estaba claro que si alguno destacaría profesionalmente sería ‘Cabañas’. 

Sin embargo, la vida los llevó por distintos caminos, Carlitos fue fichado por Boca mientras que Coronel pasó a Vélez; los días de complicidad en el barrio se diluyeron y mientras Carlos se encerraba por las tardes en casa, Darío salía diario y aprendió el ‘arte’ de robar. 

A los 16 años, los arranques impulsivos y zigzagueantes a toda velocidad de Carlos, rebautizado Tévez, al ser registrado con el apellido de su padrastro, le entregaron la mágica oportunidad de debutar en Primera con el cuadro xeneize. Al poco tiempo, le llegó la convocatoria para la Sub 17 y de ahí un camino de éxito que fue generando con garra y extremada disciplina. 

Del otro lado, el talentoso e incendiario ‘Cabañas’ maldecía su suerte, pues abandonó el futbol; además, en su camino delictivo mató a un policía y tras robar en un bingo, fue alcanzado por la justicia justo una cuadra antes de los camaleónicos pasillos de Fuerte Apache. Ahí, acorralado, decidió suicidarse con apenas 17 años. 

“Si no hubiera sido por el futbol, seguramente habría sido cartonero (pepenadores de cartón que circulan por las noches la basura que dejan en las calles los empleados de los grandes comercios del centro de Buenos Aires), otra cosa no. Nunca me olvidaré de mis raíces. Fuerte Apache es el lugar más hermoso del mundo, ahí están mis únicos amigos. Tuve una infancia difícil, pero inolvidable. Ahí se ve la pobreza de verdad”, le ha dicho Tévez a Clarín, la Gazzetta dello Sport, The Daily Mirror y decenas de medios de comunicación más alrededor del mundo. 

Carlitos se hizo camino solo y ganó fama de manera inmediata; su desgarradora historia, su sinceridad palpable, mezclada con el descomunal empuje de sus actuaciones, lo hicieron Campeón de Liga, Libertadores e Intercontinental a los 19, emigrando al Corinthians un año después. En Brasil también dio la vuelta olímpica y, como mejor jugador del Brasileirao, desde Europa lo llamó el West Ham para conseguir otro tipo de ‘títulos’. 

En Londres se metió a la cueva de los Hammers para evitar el descenso y gracias a sus goles pudo conseguirlo. Mítico es ya su festejo abrazándose cerca del córner con los hooligans que entonan el famosísimo: ‘I’m forever blowing bubbles’ (Siempre estoy soplando burbujas). Tévez, un hombre de barrio, se entregaba a ellos como uno más de la grada, sin siquiera poder entender lo que le decían. Su grandeza futbolística volvería a los escenarios de primera categoría y Manchester completa sería suya. 

Historia plena inundada de amor-odio la que fomentó vestido de rojo y celeste. En su nombre se blasfemó, renegó y despotricó miles de veces, pero en igual cantidad de ocasiones se veneró su legado, tanto en el United como en el City, donde dejó nueve trofeos: seis vestido de diablo y tres de ciudadano. 

Noel Gallagher, músico británico creador de Oasis y conocido fanático del City, reconoció y admiró a Tévez más allá de la cancha: “Tévez es un ejemplo de supervivencia y calidad. No sabe hablar inglés, no lo necesita y hace bien en no querer aprenderlo. Nadie puede obligarlo. Vino acá y ganó todo. En las próximas elecciones pensaba dejar mi boleta en blanco, pero he decidido poner: ‘Tévez es Dios’. Mi hijo, se llamará Carlos Gallagher, o Tévez Gallagher, mi novia no lo sabe, pero así será. Carlos es una leyenda, lo amo”. 

Desavenencias con Roberto Mancini, entrenador del City, lo hicieron rozar el retiro diluyéndose en campos de golf. “Me dejó de gustar el futbol. Me daba lo mismo ganar o perder y ahí me di cuenta que había perdido el fuego sagrado; sin embargo, busqué cumplir la enseñanza que me dejó mi barrio y lo que le inculco a mis hijos... ‘Jamás dejes a medias algo por lo que te comprometiste’, entonces volví y lo hice con todo”, relató para América Televisión. 

Su siguiente escala fue la Juventus y los logros siguieron cayendo por racimos; dos años, dos Ligas, una Copa y una Supercopa, además de una final de Champions. Si se fue de Italia y de Europa en realidad lo hizo por gusto, porque su nivel competitivo raspaba la cúspide. 

“Regresé a Argentina porque quería estar cerca de los míos, extrañaba  todo y deseaba devolverle a Boca un poco de todo lo que me dio. Además puedo ir al barrio y comer con mis amigos, que aunque un par de ellos no tienen trabajo, jamás me dejan pagar la cuenta, eso habla de lo que es la gente de Fuerte Apache”, palabras de un hombre que ataviado de albiceleste obtuvo la primera medalla de oro olímpica para su país en futbol varonil en 2004, pero que siempre fue preso de violentas críticas, al no poder ganar con la selección mayor. “En la selección yo juego por amor a la camiseta, no por dinero. Amo esta camiseta, amo a mi país y a mi gente. Me importa un huevo la plata, porque ésa yo la gano en Europa, acá vengo por gloria”. 

Carlitos, fiel a su costumbre, ganó la Liga y la Copa en su país. “Fui campeón en muchos lados, pero esta sensación es inigualable, quería sentirla de nuevo y por eso regresé”. Quizá por eso, cuando todos pensaban que La Boca sería la parada final de su tren, llegaron los malos resultados en la última campaña que incluso alejaron al cuadro de la Ribera de jugar Libertadores y Tévez soltó su sentir: “Estos meses paso pegándome la cabeza contra la pared, me duele que Boca pierda y cuando eso pasa no puedo salir de mi casa, estoy fastidioso en el club y me duele mucho estar así; por eso, si no puedo ayudarle al equipo prefiero irme”. 

Los dólares chinos sedujeron los posiblemente arranques terminales de una carrera futbolística abundante en pasión y gloria. Porque la de Carlos Tévez no es una biografía común y corriente, es una crónica serpenteante que tocó todos los extremos de la vida y que en su momento, un solo titubeo le pudo haber costado todo. “A mí me fue y me va bien porque me rompo el culo entrenando, cuidándome y porque nunca se me olvidó de donde vengo y hacia donde voy, nunca. Por ejemplo, hay que gente que me dice: ‘¿Por qué no te arreglas la cara?’, y les respondo: ‘Yo podría arreglarme la quemadura, pero no lo hago porque yo soy como soy, sino te gusta, no me mires’”. Apache Rules. 

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