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Opinión

Christian Martinoli

Uno de los mejores cronistas deportivos en México, trabaja para TV Azteca y ha colaborado con RÉCORD desde 2010.

Baixinho

2015-09-10 | CHRISTIAN MARTINOLI
CHRISTIAN MARTINOLI
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La historia suele ser muy similar, un chico de la favela carioca que como casi todos los brasileños varones soñaba con jugar al futbol y que la pelota que al principio lo divertía, al final lo sacaría de la pobreza. Parecería una situación común porque al final triunfó; sin embargo, no lo es, ni cerca está de serlo.

Jacarezinho es hoy un lugar ‘pacificado’ por el ejército; sin embargo, hace 50 años no lo era. Sitio bravo, emergente, de ‘calles’ nuevas a diario, repleto de violencia y droga. Una zona arrebatada entre tantos morros que vigilan las playas de Río y que le fue robado por necesidad a la naturaleza, por tanto, carecía de las cosas primarias que necesita un hogar. No había agua, ni pavimento, nadie se ilusionaba con tener luz.

Edevair, trabajaba en una fábrica de pinturas mientras que Manuela, lavaba ropa en barrios de mejor reputación. Una tarde ardiente del verano del 66, nació Romario, un pequeño que no llegaba a los 2 kilos de peso y con trabajo rebasaba los 40 centímetros. Básicamente era Baixinho.

Los primeros años comía poco y mal, pero su familia se esforzaba en darle todos los cuidados necesarios, incluso lo dejaban con los vecinos para que en la horas de arduo trabajo, Romario no estuviera mal atendido. “Yo tuve dos padres y dos madres, sin ellos cuatro yo no hubiera logrado nada. Les estoy eternamente agradecido”, le contó a SporTV.

Cuentan que corría por los empinados pasillos de la favela y que no le tenía miedo a nada. Su único juguete era una pelota, no pedía más y era feliz. A los tres años y con la llegada de su hermano, la familia decidió buscar una casa un poco más cómoda. La vecina Vila da Penha, sería entonces el nuevo albergue. Romario crecía en edad, pero no en estatura, de todas formas no tenía problema en jugar con chicos más grandes que él, de igual manera la vida lo obligaría a ello casi siempre, así que transcurría con naturalidad.

Los zapatos eran para la escuela exclusivamente, entonces practicaba futbol descalzo. Todo era silvestre en la vida de Romario, de la misma forma aprendió a nadar; lo hizo con los amigos lanzándose sin saber y flotando como podía hasta que pudo controlar las pulsaciones y empezar a flotar en las aguas del norte de Río, de las más contaminadas de la región, ésas en donde los pescadores meten las cañas, las redes, pero jamás las manos.

Al ver el amor por el juego que tenía el primogénito de la familia de Souza Faria, Edevair, trabajó tiempo extra ganando un dinero más que le sirvió para dar de alta en una Liga de favelas a un equipo de niños al que bautizó Estrelinha. Ahí Romario empezó a deslumbrar, corría por todo el campo, no le gustaba pasar la pelota, subía y bajaba el ritmo sin cesar, era muy hábil, escurridizo, pero sobre todo goleador. Su padre se dio cuenta de ello y le dijo, “debes jugar arriba, en los últimos metros de la cancha, ahí haces una gran diferencia, no necesitas desgastarte, ni correr tanto”. Palabras que lo acompañarían durante toda su carrera.

De adolescente fue a probarse al Vasco da Gama; sin embargo, no fue aceptado, ya que lo consideraban muy delgado y pequeño. Nunca bajó los brazos y se fue al club Olaria, un equipo tradicional del ascenso carioca que tiene como orgullo haber visto con su camiseta a una deidad apodada ‘Garrincha’.

El dinero apenas alcanzaba para lo básico, si Romario quería entrenar, debía trabajar. “Empecé de ayudante en un camión que repartía de todo por los mercados y de las propinas conseguía lo suficiente para ayudar en casa y poder pagar mi transporte hasta la práctica”, le contó a Globo TV.

Sus tremendas actuaciones hicieron que el propio Vasco reconsiderara su postura y terminaron fichándolo. Debutó a los 19 años y explotó de inmediato. La fama le llegó rápido y se transformó en la nueva figura de la noche carioca. Playa, fiestas, mujeres, trasnochadas, eran noticia cotidiana alrededor del 11 vascaino. No sólo no le gustaba correr, tampoco entrenar, ya que prefería ir a Copacabana con los amigos a jugar ‘futvóley’ y broncearse tres horas, que dar vueltas al campo y hablar de táctica.

Internamente el plantel se empezó a molestar con él porque sentían que no se manejaba como un profesional; sin embargo, el joven, pero temperamental capitán Dunga, un día les gritó a todos en el vestidor mientras discutían las actitudes de Romario. “¿Cuál es el problema?, su problema es que Romario no corre. Bueno yo correré por él, porque yo sé que si le damos la pelota en el área, él nos hace cobrar a todos al terminar el juego, así que dejen de quejarse porque Romario no corre”.

Y Dunga en parte tenía razón, Romario se fue como goleador a Holanda. Eindhoven era la antítesis de Río, pero al brasileño poco le importó el clima, la distancia y la manera tan distinta de vida. “La primera vez que hice buen dinero fue en Holanda, con el primer sueldo, le compré a mi madre una mejor casa en Brasil y con el segundo, me compré un Porsche que utilizaría en la época de carnaval”.

Cinco años repletos de lujos, desequilibrio, velocidad y apertura a un mundo que no lo conocía, pero que empezaba a voltear hacia el PSV. Desde Barcelona le cerraron el ojo al despampanante centrodelantero, especialista en hacer la ‘elástica’ y la famosa ‘cola de vaca’, dos látigos únicos transportados al futbol, desarrollados para encantar serpientes y ridiculizar defensas que sólo él podía generar con tal magnitud y maestría llevaría su arte surrealista a la tierra de Miró.

Sus recepciones dirigidas y enganches están patentados, nadie jamás ha podido igualar los giros sobre la marcha que realizaba en escasos centímetros, así como sus definiciones sutiles y hasta displicentes, tan ‘romariescas’.

A pesar de eso en España también se asustaban por la vida nocturna del crack. “Hubo gente que hizo campaña para que no saliera de noche. Dejé de hacerlo, pero los goles no llegaban, les dije que era porque no salía y entonces después me pedían que me fuera de farra y regresaron las anotaciones”, se ríe en entrevista para Placar.

Los brasileños suelen ser distintos al resto de los futbolistas, cantan, bailan, sueñan con ser figuras del carnaval, a la mayoría les gusta el juego, se divierten con él, pero detestan la disciplina. Romario, el número uno.

“No estoy orgulloso de lo que hacía, jamás me entrené bien; sé que no era lo ideal, pero a mí así me funcionaba. Nunca estuve de acuerdo con las concentraciones, con el descanso, con la buena alimentación, ni con eso de no tener sexo antes de los juegos. Yo me dormía temprano y no metía goles, pero un día llegaba a las 7 de la mañana después de fiesta y sexo y en la noche metía tres. La diferencia es que me gustaba divertirme, pero nunca tomé, fumé, ni me drogué”.

El Mundial del 90 lo vio como artista secundario, aunque estuvo en la trágica tarde de Turín en donde Brasil le debió meter cinco a Argentina, pero perdieron con el famoso gol de Caniggia a pase de Maradona. Cuatro años después, fue el único que prometió el título antes de que rodara la bola y el que sobre los hechos, mejor respondió en los campos estadounidenses. La pareja con Bebeto pasó a la eternidad y el campeonato del mundo volvía a Brasil, 24 años después.

Además hizo historia en Barcelona, aunque la playa catalana le gustaba, no había nada como la casa. Jamás quiso jugar en un club de Sao Paulo porque “los paulistas trabajan mucho”, solía decir. Por eso se fue al Flamengo donde entró en una disputa de colosos con el gran ídolo ‘Rubro Negro’, Zico.

Ahí se encontró con Edmundo, desarrollando una dupla diabólica de amor-odio, que rebasó lo deportivo, misma que años después volvió con el Vasco de manera remasterizada, tanto se detestaban que a la vez se necesitaban para maximizar sus alcances.

Quién diría, pero fueron Dunga y el propio Edmundo, los únicos que levantaron la voz en favor de Romario, luego de que se supo no sería convocado para Francia 98.

“Los demás se escondieron; por eso digo que en el futbol yo no tengo amigos, los que tengo son fuera de las canchas”. Romario acusó de esa decisión a Zico, auxiliar técnico de Zagallo: “Zico perdió tres Mundiales como jugador y uno como entrenador, es un perdedor nato”. A lo que Arthur Antunes Coimbra, le respondió “¿qué pueden esperar de un tipo que se cree Dios?”

Cada semana la prensa era feliz regodeándose con las disputas mediáticas de Baixinho, éste sin entender la vieja leyenda que reza: “entre gitanos, no nos leemos las manos”. Adorador de la adrenalina y el peligro, gustos innatos, empezó apuntar hasta la cima, a Pelé. Ídolo máximo de su infancia por consejos paternales; Romario cuando se sintió en posición de ejercer puntos de vista estelares lanzó sus flechas contra O’ Rei.

“Pelé callado es un poeta”, frase icónica de su extenso y agresivo repertorio.

Menos la de Botafogo, todas las demás camisetas importantes de Río, las vistió y con polémica incluida. Varias veces se fue a las manos dentro del campo, como cuando abofeteó a André, compañero suyo del ‘Flu’; o aquella batalla descomunal contra Vélez Sarsfield, que comenzó con la cachetada de Edmundo a Zandoná y el devastador puñetazo que el argentino le devolvió al brasileño. Situación que provocó una patada voladora del Chapulín contra el número 11 del cuadro de Carlos Bianchi. O la ocasión que no resistió más las críticas de los aficionados en las instalaciones del Fluminense y se trepó a la tribuna para golpear a un fanático. “Viene a mi casa a gritarme, eso no lo voy a permitir”, dijo mientras lo alejaba la policía.

La marca de mil goles empezó a ser una obsesión para el nacido en Jacarezinho, por eso alargó su carrera al máximo. “Hay gente que habla mierda y dice que no corro. No lo hago desde que tengo 18 años, menos lo voy a hacer a los 38”. La preciada anotación llegó contra el Sport Recife, en donde el arquero Magrao fue el Andrada de Romario. Y es que tanto Pelé como Baixinho consiguieron su milésimo gol de penal.

Aquella noche en Sao Januario ya con la cabeza gris, dijo con la voz entrecortada: “conquistar este récord es un gran placer que sólo un jugador había conseguido. Éste es el mayor logro individual de mi carrera, se lo dedico a mi familia, a mis hijos. No puedo hablar, muchas gracias”, sollozaba mientras su madre le extendía los brazos.

Hoy Romario es diputado en Brasil, sigue diciendo las cosas que piensa y no ha cambiado sus hábitos. “Mi vida de martes a jueves está en Brasilia; el viernes regreso a Río de Janeiro a disfrutar de lo que soy adicto, del futbol, de la noche y de las mujeres”, menciona sin estupor.

La leyenda urbana de conquistador incontrolable lo persigue, se dice que tuvo sexo con una novia en pleno vestidor del Maracaná y aunque aceptó que en el momento más promiscuo de su vida llegó a estar con tres mujeres el mismo día, le negó a L’Equipe rotundamente haberse acostado con más de mil mujeres. “Desgraciadamente no llegué a esa cifra. No tuve tantas proposiciones. Disfruté de las mujeres, pero es una leyenda pensar que salí con más de un millar. Pero bueno, a mi edad, es agradable escucharlo. Pero actualmente, ya se me pasó”, mencionó risueñamente.

A pesar de sus críticas a Pelé, lo mantiene en el pedestal supremo y se sube sin problemas al podio como tercero al trono detrás también de Maradona. “Después del Brasil del 70, el mejor brasileño que ha existido soy yo”.

Directo, distinto, fenomenal delantero, simplemente inigualable. Una divinidad del futbol. Jamás habrá un definidor como él, muchos se parecerán, pero nadie podrá igualar los inventos que él puso al servicio del juego”.

“Para algunos, la noche puede ser nefasta. Para mí era lo contrario. Lo mismo que el sexo. Para mí, era necesario, lo necesitaba, pero para otros no funciona. Igual si no hubiera salido, habría metido dos mil goles. Pero bueno, mil está bien, ¿no?” le tiró a la publicación francesa. Frase tan contundente como su futbol, si no es de Romario, nadie podría creerla.

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