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Opinión

Christian Martinoli

Uno de los mejores cronistas deportivos en México, trabaja para TV Azteca y ha colaborado con RÉCORD desde 2010.

Brujería

2017-07-20 | Christian Martinoli
CHRISTIAN MARTINOLI
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El pelo largo lo sentenció de por vida. Apenas tenía 14 años y a Juan Ramón Verón, Hugo Merzer, su compañero de equipo en la Cuarta División de Estudiantes de la Plata, le dijo: "Pareces una bruja con ese cabello". Y desde entonces quedó para siempre la estampa; de ahí en adelante, ‘La Bruja’ Verón se convertiría en el goleador de la
mejor versión histórica del club rojiblanco, la tricampeona de América y monarca Intercontinental a finales de los años sesenta. Aquella que manejaba el polémico Osvaldo Zubeldía y que fue mitificada por sus detractores como “los reyes de la trampa”, “los comandantes de lo prohibido”, un equipo que en su momento manejaba la táctica fija como nadie, que iba hasta las últimas circunstancias físicas, pero en donde la mayoría de sus futbolistas, el más avanzado de todos Carlos Salvador Bilardo, utilizaban las piernas, los brazos, la boca y las mañas por encima del reglamento.

En ese equipo ‘La Bruja’ era el distinto, el ecuánime, el calmado, el hombre de los goles y además el de las anotaciones importantes,como las dos que le marcó al Palmeiras para alzar una de la tres Libertadores consecutivas que ganaron o el otro que le hizo al Manchester United para coronarse en la Copa Intercontinental del 68.

Por Grecia destiló su talento en el Panathinaikos y cuando regresó a su amado Estudiantes, decidió formar una familia al lado de Cecilia.

El 9 de marzo del 75, el teléfono en la concentración de Estudiantes sonó fuerte, desde el hospital informaban que Verón sería padre esa noche y querían avisarle. El asunto es que quien levantó el auricular fue Bilardo, quien ya era el el técnico del equipo y tras recibir el mensaje no le dijo nada a ‘La Bruja’ porque esa noche jugaban el clásico de la ciudad contra Gimnasia y Esgrima, número 87, y no deseaba distraerlo. Verón metió un gol en aquel 3-3 y fue hasta la mañana siguiente que se enteró que era padre de Juan Sebastián. 

El primogénito de los Verón, creció al lado de un balón, escuchando el grito de la grada, oliendo el vestuario, visitando diario el club y observando cómo a cada paso el público detenía a su padre para saludarlo o pedirle un autógrafo.

“Para mí siempre fue normal todo eso. Yo nací con mi padre, digámoslo así, famoso, nunca me generó ningún tipo de incomodidad”, le contó a Clarín.

Desde el comienzo el amor por la pelota cegó todo, incluso los libros. Y es que a Juan Sebastián, la escuela le costó demasiado.

“Truqueaba las calificaciones porque sabía que si me iba mal en el colegio no podía jugar al futbol. Fui una máquina de copiar y crear todo tipo de trampas (acordeones). Hoy mucho tiempo después me arrepiento de no haber aprovechado los estudios porque me hubiera ido mejor”, relató para ESPN.

La dinámica fallida llevó al primogénito de ‘La Bruja’ a no terminar ni la secundaria, por ello su madre furiosa lo mandó a trabajar a una vulcanizadora.

“Llegaba a las seis de la mañana, barría, recibía los autos, hacía todo tipo de encargos, terminaba molido; a las 12 iba a comer algo a casa y en la tarde entrenaba”, recuerda en El Gráfico.

“Estaba lleno de grasa y hambriento, eso sí no se quejaba. Aprendió la lección de que la vida no era sencilla y que todo debía tener un costo y un esfuerzo”, rememora Cecilia.

‘Anguíla’ para sus amigos por ser de piel apiñonada y muy flaco, y ‘Brujita’ para los mortales, vivía convencido desde chico que sería futbolista profesional; no sabía si muy bueno o no, pero jugador de futbol sí, como su padre y su tío Pedro Verde, que jugó en el Hércules, Las Palmas y el Sheffield United.

“Mi papá, cuando yo tenía cinco años, andaba cansado después de entrenar y para no jugar conmigo me decía que dominara la pelota primero 20 veces, después 50 y más tarde 100. Eso creo me ayudó a perfeccionar mi técnica mientras el hacía la siesta”.

Desde muy joven el pequeño Verón entró a las inferiores de Estudiantes para evitar que siguiera rompiendo vidrios en casa y aunque no había categoría de su edad, lo colocaron con chicos dos años mayores que él.

“Me sacaron de la casa porque no paraba, para mí era fantástico estar en el club, era mi casa”.

Al principio todos entendían la situación, pero con el correr de los años, Sebastián comprendió que debía demostrar que formaba parte de los equipos juveniles por su calidad y no por ser el hijo de uno de los próceres de dicha entidad deportiva.

A los 18 años debutó y esa misma temporada Estudiantes se fue al descenso.

“Te imaginarás lo que fue. Mientras un Verón les daba títulos internacionales, el otro los mandaba a la B. Por suerte a la siguiente campaña ascendimos”, dijo en Línea de tiempo.

A los 20 años Boca con Maradona en su etapa final lo fichó por 3 millones de dólares y en menos de un semestre fue adquirido por la Sampdoria a cambio de 5.5 millones.

“Durante seis meses lloraba todos los días y rezaba para que Estudiantes me regresara a Argentina. Fue muy duro para mí “.

Cuando se supo adaptar al idioma y a la lejanía, una discusión con el veterano Mancini le abrió los ojos. “Me gritó: 'Espero que empieces a meter buenos centros y a demostrar todo lo bueno que eres y el porqué te compraron'. Que me gritara eso un referente me hizo despertar”.

El Parma que venía construyendo un proyecto muy agradable y manejaba dinero como nuevo rico del Calcio, vio en los pases kilométricos de Verón, los lazos justos para hilvanar sus ataques y no dudó en pagar 27 millones por el argentino.

En el 99, junto a Asprilla, Crespo, Cannavaro, Buffon, Boghossian, Sensini, Fuser, Thuram, Chiesa, Dino Baggio, y Balbo, refrescaron el balompié italiano ganando la Copa y sorprendieron en Europa llevándose la UEFA.

La Lazio compró sus derechos federativos por 30 millones y a la capital de la Península llevaría su despliegue físico, su talento y su tatuaje del 'Che' Guevara, mismo símbolo que usaban casi todas las curvas de tifosi italianos, claro, menos los del cuadro celeste del Olímpico de Roma, plenamente identificados con la extrema derecha.

“Fue un problema, porque los radicales son fascistas y me exigían que me quitara el tatuaje. Aguanté la presión como pude. Por suerte salimos campeones de la Serie A con un equipazo y después los mismos que me gritaban, se arrodillaban y me besaban el tatuaje, una locura”, describió para El Gráfico.

Mientras la vida en club le sonreía y el Manchester United había pagado 42 millones por sus servicios, en el traspaso más caro en la historia del futbol inglés, sus días con la albiceleste se volvieron turbios por dos hechos.

“Jugué muy mal contra Inglaterra durante el primer tiempo de nuestro enfrentamiento en el Mundial 2002, donde perdimos, y en el juego ante Suecia necesitábamos ganar para avanzar y con el partido empatado a pocos minutos del final le hice una señal de calma al banco argentino y a Bielsa, ya que todos me gritaban para que moviera rápido la pelota y yo lo que quería era tranquilidad para pegarle bien al balón y no desperdiciar la jugada”.

El asunto es que todo se tergiversó, Argentina quedó, siendo favorita, eliminada en la primera fase y Verón fue calificado por muchos como traidor al no dar su mejor versión ante los británicos y por aquella seña frente a los nórdicos.

Imágenes que lo persiguieron de por vida y con las cuales se tuvo que defender de manera vehemente y hasta agresiva, como cuando el periodista Eduardo Feinmann tuvo un cruce con él en un enlace en donde le preguntó: “Espero no te ofendas, pero me gustaría terminar con un mito. En aquel juego contra Inglaterra, es cierto que lanzabas la pelota afuera porque jugabas allá (Premier League) y debías regresar a Inglaterra”. A lo que el mediocampista le respondió: “No tengo que terminar con ningún mito, quien piense eso es un estúpido y vos (tú) lo piensas... porque si lo estás diciendo es que lo piensas”, culminó así incendiando la pantalla.

La realidad es que ni contra Inglaterra ni en Inglaterra le fue bien. Sólo tuvo esbozos de buen juego que no alcanzaron para satisfacerlo. “Allá no se entrena, se juegan mil partidos y no se hace casi nada de físico ni recuperación”. A pesar de eso el Chelsea lo compró, no sin antes aprovechar su bajón futbolístico y pagar sólo la mitad de lo que el United en su momento había soltado.

Al final, Juan Sebastián presionó para regresar a Italia, certamen que conocía y manejaba a la perfección, el Inter lo pidió a préstamo y lo regresó a los más altos estándares ganando dos Copas, una Supercopa local y una Liga.

Real Madrid y Juventus pujaron por los embrujos renovados del volante, pero con 31 años y más de una década en Europa, optó por volver a la querencia para tratar de triunfar en el equipo de su vida.

“Volví a Estudiantes por mis amigos, mi familia, mi barrio. El dinero nunca me movió. Me daba lo mismo tener un Ferrari o volver a manejar un Fitito (Fiat 500), quería regresarle algo al club que me formó como persona”.

Dos Ligas y una Libertadores le dio a Estudiantes. Su apellido, que ya era resguardado de manera heroica por la gloria de su padre, relució brillante y eterno en la institución “Pincharrata” una vez más gracias al liderazgo de un hombre que pudiendo enriquecer aún más sus arcas decidió volver por el aroma único que solo entrega el primer
amor.

Verón vino y se fue del club. Verón regresó, no cobró, se retiró, salió del retiro y nuevamente dejó los zapatos para hacerse cargo de la entidad de la cual hoy es presidente. Ha buscado desde su expertis europeo refrendar las entrañas de una organización deportiva netamente formadora de talento, entregando todo lo necesario para que los involucrados no tengan carencias en sus sueños mientras trabajan tratando de hacerlos realidad.

Verón, ‘La Brujita’, el futbolista de los más de 100 millones que volaban en sus mejores momentos sin necesidad de escoba, esa que solo usó cuando su madre, adolorida por su rechazo al colegio, lo envío a trabajar a la vulcanizadora.

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