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Opinión

Christian Martinoli

Uno de los mejores cronistas deportivos en México, trabaja para TV Azteca y ha colaborado con RÉCORD desde 2010.

Claudio Ranieri, caminante

2017-02-24 | Christian Martinoli
CHRISTIAN MARTINOLI
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Tras la muerte de su sobrino, el extravagante Calígula, Claudio fue nombrado el cuarto Emperador romano. Incluso para la misma familia era impensado que alguna vez el tartamudo e inseguro Claudio pudiera tener un cargo de semejante magnitud. Su madre y su abuela, cuentan los historiadores, lo odiaban y lo menospreciaban por sus problemas físicos, una malformación de nacimiento le produjo cojera y por ello le llamaron Claudio, un nombre latín que significa: “El que camina con dificultad”. Se dice lo humillaban públicamente y lo colocaban como ejemplo negativo. Sin embargo la vida hizo que su aislamiento de la sociedad le abriera el mundo de la introspección, el estudio profundo y las asesorías privadas para mejorar dicción, léxico, posturas y oratoria.

Gobernó Roma durante casi tres lustros y fue reconocido como un excelente estratega. Los anales de la historia declaran que su máxima victoria fue conquistar Britannia, la isla al norte de la Galia que se había convertido en una obsesión para el Imperio. Murió envenenado y su lugar lo ocupó su sobrino adoptivo, el temible Nerón.   

1900 años después de la muerte de Claudio; Mario Ranieri, un callado carnicero del obrero barrio romano de Testaccio, caminaba con su pequeño Claudio buscando un gelato que calmara el calor que genera el empecinado sol que arremete fúrico cada verano contra los habitantes de la capital italiana. Las manos rudas, laceradas por los cuchillos siempre fueron un enorme refugio para el nene que gustaba de preguntarle a su padre si de grande podía ser jugador de futbol. Cariñoso y como buen romano le contestaba “acércate a Dios y él te permitirá hacer lo que quieras”. Por ello después del colegio Renata, la abnegada madre lo llevaba al Oratorio de San Saba para que fuera al Catecismo. “Eran muy divertido, íbamos con todo los niños a la iglesia, después jugábamos futbol o basquetbol y antes de irnos a casa nos daban galletas con mermelada y café con leche”. Le contó al diario La Repubblica.

Además colaboraba en la revista semanal del Oratorio y era el encargado de la sección de chistes. “Siempre fui muy reservado, pero me gustaba con mis amigos bromear bastante, me sentía en confianza con ellos y me sugirieron que hiciera esa sección, era muy divertido”.

Era un portero digno pero con ínfulas de delantero, por ello pedía cambiar constantemente de posición, digamos que le aburría que su equipo dominara un encuentro y que la acción del mismo le fuera esquiva. Romanista desde la cuna, idolatraba a Losi, Angelillo y Manfredini.

No tenía otro sueño más que jugar como Giallorossi, defendiendo la camiseta de la Lupa Capitolina que porta los colores del Imperio. “Cuando iba al estadio de niño, sol esperaba una cosa: que mi equipo lo diera todo de principio a fin”, dijo para el diario ABC.

El mítico Helenio Herrera llegó a la Roma luego de patentar internacionalmente el Catenaccio con el Inter y dejó enseñanzas en la elección de jugadores juveniles.

“Luciano Tessari, quien había sido auxiliar de Helenio a finales de los años sesenta, me hizo una propuesta indecente... ‘¿Y si te pongo de defensa?’ Me dijo”, le contó a la revista Undici.

Claudio aceptó sin murmullo y entendió que desde atrás la táctica se entiende mejor. Discreta fue su carrera como jugador, ya que con la Roma apenas y pudo jugar; se hizo protagónico con el Catanzaro alternando Serie A y B, logrando dos veces consecutivas obtener el histórico séptimo puesto en la máxima categoría para después diluir su carrera en Sicilia jugando con el Catania y el Palermo.

Desde la penumbra del retiro empezó como entrenador y en el complejo mundo de necesidades primarias y escasees económica que representan las divisiones menores. Hasta llegar a la Serie C con el Cagliari con el que consiguió ascensos consecutivos a la segunda y luego a la primera fuerza del Calcio. Su nombre empezó a ser reconocido por semejante proeza y de la mano de Enzo Francescoli y Daniel Fonseca, sostuvieron con las uñas la categoría.

Desde la convulsionada Nápoles, todavía lloraban el castigo de Maradona y el luto era total. “Llegué a un equipo con la sombra de Diego. Sería el primer año sin él. Careca estaba desmotivado y el club sentía la ausencia de Maradona. Debo decir que siempre pensé que regresaría al equipo, pero las cosas fueron distintas y fue Gianfranco Zola, el que me ayudó mucho en tratar de compensar con su juego el dolor de la gente”.

El opulento cineasta Cecchi Gori, productor de Il Postino y La vita è bella, ganadoras en conjunto de cuatro premios Oscar, se acercó con Ranieri y le ofreció regresara a la Serie A, a la Fiorentina, el equipo del cual era dueño debido al fanatismo de su hijo por el cuadro Viola. Los goles de Batistuta y el mando de Stefan Effenberg consiguieron el éxito arrasador, volvieron con los grandes y ahí Claudio gozó de ganar la Copa y la Supercopa Italianas.

Sus números gustaron en la otra Península y el Valencia le quiso como promotor de un cambio de rumbo tras la salida de Valdano y Romario. “Me dijeron que había una excelente escuela italiana para mi hija y firmé con ellos; después me di cuenta que no había ningún colegio así, me engañaron, pero la pasé bien”.

Al equipo no le pedía posesión, sólo reflejo inmediato a la hora de recuperar el balón. “Nosotros teníamos al ‘Piojo’ López, entonces era recuperar y lanzar la bola larga para que él anotara”, recapitula una entrevista la publicación Panenka.

No pudo evitar el descenso histórico del Atlético de Madrid. “Gil y Gil pensaba en comprar estrellas antes de generar un equipo efectivo, ahí estuvo el problema”.

Su estatus lo hizo salvar al Parma del descenso, también le dio la oportunidad de manejar al Inter, a la Juve, a la Roma, al Chelsea y al Mónaco, todos equipos de abolengo, categoría y exigencias absolutas, ganar títulos de Liga y protagonizar en Europa. Ahí es donde Ranieri, jamás pudo alcanzar los niveles esperados. Un mal fario lo empezó a perseguir. Mismo que tuvo su clímax al momento que Grecia intentó recuperar la memoria protagónica que Otto Rehhagel, les adoctrinó.

Fracaso rotundo que terminó con una vergonzosa caída ante las Islas Faroe. “Estaba ilusionado de entrenar una Selección, pero en Grecia no hay planeación ni estructura. Estuve tres meses y no acumulé ni 15 días a los jugadores para poder practicar”, se descargó en La Gazzetta dello Sport.

Los grandes escenarios se esfumaron de su horizonte y en Inglaterra el humilde Leicester City, lo buscó. “Era una gran oportunidad para trabajar tranquilo, buscando un lugar incluso de jubilación futbolística. El día que llegué me pidió el dueño que nos mantuviéramos en la Premier League, que ese era el objetivo, es decir, necesitábamos 40 puntos; ‘trabajaremos duro para lograrlo’ le dije”, cuenta en una emotiva carta pública.

Lo que empezó como un amable inicio, fue creciendo a destacada temporada para después ser una sorpresa agradable y terminar como un acto contra la lógica, la economía y la historia del juego más importante del mundo. Nadie pudo bajar de la nube al Leicester al que millones augurábamos una caída estrepitosa sobre el final de la campaña, por que quién era capaz de ganar la Premiership con una cofradía de desconocidos o cartuchos quemados.

“Quiero que luchen y trabajen juntos. No me importa el equipo que esté enfrente. Quiero que pongan el corazón y el alma. Si ellos son mejores que nosotros, bueno, felicidades. Pero tienen que demostrarnos que son mejores”, les recordó cada fecha del campeonato.

Ellos jamás hablaron de título sino hasta el final, porque ni siquiera estaban seguros de lo que el destino construido les deparaba. “Una tarde les dije, ‘muchachos, si hoy mantenemos la portería contra el Crystal Palace en cero, los invito en la noche a comer pizza y cerveza’, a partir de ese momento el círculo se cerró y armamos una hermandad deportiva increíble. Yo soy italiano y adoro la pizza, ese era un gran premio”, relató Ranieri para la BBC.

El mundo entero empezó a buscar en googlemaps, dónde demonios se encontraba Leicester e hicieron de los Foxes, su segundo equipo, ése que te cae bien, que te parece simpático y al que quieres que termine feliz por más que no sientas como propia su hipotética vuelta olímpica.

En Inglaterra los radares dejaron las grandes ciudades y viajaron a la tierra de Gary Lineker para seguir de cerca un milagro, de una escuadra que aprieta desde arriba y garantiza el dos por uno constante al momento de tratar de recuperar la pelota. La hazaña de un grupo de futbolistas sin pergaminos que juegan a máxima velocidad consiguiendo precisión en amplitud y profundidad.

“El día que perdimos de último minuto con el Arsenal, decidí darle toda la semana de vacaciones al plantel, nadie podía entenderlo, pero esa era la medida, necesitaba que se relajaran y pensaran lo que estábamos a punto de lograr”, mencionó Claudio en EuroSports.

En esa misiva escrita seis semanas antes de finalizar el torneo inglés, el DT fue tajante: “Los aficionados me dicen por la calle que están soñando. Pero yo les respondo: ‘Muy bien, sueñen por nosotros, porque nosotros no soñamos, simplemente trabajamos duro’”.

Cercano al futbolista, el lado afectivo es el que trabaja al máximo y a la hora de entrenar no negocia la falta de compromiso. “Me gusta hablar con ellos, sonreírles, tocarlos, preguntarles sobre sus vidas. Es cierto que los ingleses son distintos, pero con ellos un par de miradas dictaminan por donde va el rumbo de la nave”.

El lunes Ranieri no fue a casa de su estrella Jamie Vardy, a observar el juego entre Chelsea y Tottenham porque como buen romano viajó a Italia a comer con su madre. “Tiene 96 años y quiero pasar tiempo con ella, seré el último en enterarme del resultado”.

Esa noche el gol de Hazard iluminó las pistas de que todavía algo en el baúl del futbol no se había encontrado, el silbatazo final en Stanford Bridge, enseñó que aún se puede ganar sin reflectores encima, que la pelota rueda para todos y que sólo basta con esforzarse, creer y validar el momentum.

Lo primero que hizo al enterarse del campeonato fue agradecerle a Guus Hiddink la entrega de los jugadores del Chelsea y colocar paños fríos a la fábula escrita en inglés:, “Hoy sigo siendo el mismo que fue despedido de Grecia”.

No ha sido para nada un manto de espinas la vida para Ranieri, pero tampoco un jardín de rosas su paso como entrenador. Ha estado en lugares exclusivos donde ganar es lo único que sirve y el destino se lo negó sistemáticamente. Soportó burlas de todos los sectores y fue catalogado como un “segundón, sin carisma”. Pero el capricho de la pelota le entregó un riachuelo donde jamás pensó encontraría oro. Rumbo a los bosques de Sherwood, donde Robin Hood le quitaba el dinero a los ricos para entregarlo a los pobres, fue ahí donde siglos después otro Claudio, también romano, conquistó Britannia, sustentando un milagro impensado en el futbol más viejo del mundo, un balompié de gigantes y magnates que visten Príncipe de Gales y corbata rayada. Claudio, “El que camina con dificultad”, anduvo tanto que un día logró desechar el significado latín de su nombre y los fantasmas que atosigaban su paso. Y hoy puede caminar libre y puro mientras todos lo ven como un Emperador.

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