opinion.blog.christian-martinoli.el-balcanico
Opinión

Christian Martinoli

Uno de los mejores cronistas deportivos en México, trabaja para TV Azteca y ha colaborado con RÉCORD desde 2010.

El balcánico

2015-11-05 | Christian Martinoli
CHRISTIAN MARTINOLI
Comparte en:
Contenido Patrocinado

Flamas de odio cruzaron los cielos llenando el ambiente de perversidad y desolación. Durante meses, las aguas del Danubio se tiñeron de bermellón. Vecinos de siempre un día dejaron de serlo y empezaron a destruirse hasta las últimas consecuencias. La brutalidad sin límite, sin escrúpulos, se apoderó de sus mentes y el objetivo principal era asolar, aniquilar, exterminar al que antes caminaba a su lado.

Un infierno dejó en ruinas Vukovar, la pequeña ciudad croata que vive al otro lado del famoso río que nace en la Selva Negra alemana; el mismo que mira a Serbia de frente. Un sitio marcado por la atrocidad de la Guerra de los Balcanes. De ese lugar sólo quedó en pie la vieja torre de agua repleta de hoyos que actualmente recuerda dolorosamente lo que ahí sucedió. Yugoslavia se diluía, paramilitares serbios invadieron el terreno croata, estos contraatacaron y se desató un genocidio. Los que pudieron huyeron de un lugar sin ley, sin piedad; pero cientos de personas desaparecieron y más de 1,500 murieron en ese sitio.

Ahí nació 22 años antes del conflicto, Sinisa, el hijo de Bogdan, un honorable camionero serbio, y de Victoria, una curtidora croata que trabajaba en la fábrica del gigante zapatero checo Bata Shoes Company.

Cuentan que al primogénito de los Mihajlovic le encantaba patear la pelota con la zurda y que no había forma de quitarle el balón cuando no estaba estudiando. “No me gustaba hacer fintas ni esquivar gente, me fascinaba patear la pelota; por eso en las tardes le pegaba decenas de veces a la puerta del garaje de la casa, que era la portería. Mi papá debió arreglar el portón en varias ocasiones mientras me recriminaba”, le contó a la RAI.  

Como su madre les traía constantemente zapatos nuevos a él y a su hermano, gracias a las prestaciones en el empleo, Sinisa utilizaba números más grandes, porque decía tener el pie ancho y sentirse más cómodo con la punta libre. El tema es que se acostumbró tanto a ponerse calzado de otra medida, que le quedó la manía de utilizar tres tallas por encima de la suya.

Su personalidad era tema en el barrio, puesto que en clases fungía como un estudiante ejemplar, incluso un modelo a seguir para los demás compañeros por el dominio que tenía del lenguaje serbocroata, gracias al origen de sus padres; sin embargo, era un demonio incontrolable cuando había una pelota de por medio en el campo de juego.

“Siempre fui muy competitivo, jamás me gustó perder, no temía a los golpes, me peleaba con todos y hacía cualquier cosa con tal de ganar. Sólo pedía un tiro libre para que yo pudiera hacer la diferencia”, recuerda.

En su juventud no era el jugador con más técnica, pero sí el de mayor personalidad, disposición, actitud y liderazgo.

“Soñaba con jugar para el Estrella Roja de Belgrado, era lo único que quería, no me interesaba otro club, por eso deseché el ofrecimiento del Dinamo de Zagreb”, recapitula The Guardian.  

Además, perdió la oportunidad de jugar el Mundial juvenil de Chile 1987, mismo que ganó Yugoslavia, porque deseaba tener un contrato firmado con un club de la región serbia, y por tal motivo decidió no participar en la Copa del Mundo hasta que solucionara su capricho.

Con el tiempo buscó el profesionalismo y por ello abandonó el colegio, porque no había escuela vespertina y los entrenamientos del club Vojvodina eran por la mañana. Arriesgó como lo hicieron millones en el mundo del futbol, y él fue uno de los pocos ganadores de esa aventurada apuesta a largo plazo, a pesar de que su madre se opuso a tal medida.  

El ambiente en el país se enrarecía cada vez más, Europa del este sentía vibraciones extrañas y mientras la violenta metamorfosis se gestaba, Sinisa fue contratado por el Estrella Roja, el equipo predilecto de la ultra derecha serbia.

Ahí lo hicieron lateral izquierdo: “la verdad no me gustaba nada la posición, pero me adapté rápido, era veloz y me ayudaba mi fuerza”, le contó al portal de internet de la Sampdoria.

Hizo amistad con el peligroso y violento líder paramilitar Zeljko Raznatovic, mejor conocido como ‘Arkan’, quien era fanático del Estrella Roja y admirador de Mihajlovic. Dicha relación hizo que Sinisa pudiera sacar con vida a su familia de la región de Vukovar cuando el enfrentamiento armado explotó.

En lo deportivo ganó todo con el cuadro de Belgrado, incluida la Champions y la Intercontinental, por ello fue traspasado a la Roma.

“Me costó adaptarme a Italia, por el idioma y sobre todo porque vivía preocupado por mi familia. De todas formas sabía que si lograba encontrarle el ritmo al Calcio, podría jugar en cualquier lado del mundo”.

Pasó a la Sampdoria y ahí Sven-Göran Eriksson lo hizo defensa central. De a poco sus números mejoraron y los años de bonanza llegarían con la Lazio. Su temperamento lo llevó a tener escándalos de todo tipo que fueron desde ataques racistas, discusiones varias, hasta agresiones físicas. Se hizo odiar por la Lega y recibió amenazas de muerte. Sin embargo, cuando había una pelota detenida, la potencia de sus trazos y la precisión de su pegada lo encumbraron como uno de los mejores cobradores de tiros libres de la historia.

En una tarde de inspiración en el Olímpico de Roma le hizo un hat trick de esa forma a Fabrizio Ferrón, portero de la Sampdoria.

En la Serie A marcó 38 goles, 28 fueron a balón parado afuera del área. Solo un tal Pirlo pudo empatar a principios de 2015 esa cifra dentro del balompié italiano.  

Con el Inter mantuvo la línea y un día cansado con más de 550 juegos y casi 100 anotaciones, decidió traspasar su humor y mística a la banca.

La gente del Corriere della Sera le preguntó: “¿Y cómo se entrena el carácter en los jugadores que usted dirige?”. A lo que respondió: “Los huevos se tienen o no se tienen… Pero un entrenador tiene que hacerse seguir y yo estoy seguro de que si le digo a mis jugadores que se tiren por la ventana, lo hacen y luego ya me preguntarán por qué”.

Como jugador traspasó rivalidades y más si eran frente a equipos balcánicos; sin embargo, cuando entrenó a Serbia fue el primero en exigirle a sus dirigidos que entonaran el himno nacional de su país, y que le extendieran la mano a cada uno de los contrincantes, mucho más si se trataba específicamente de los croatas.

“Hemos sufrido y llorado demasiado. Hemos enterrado a nuestros familiares. Es momento de dejar el rencor y el odio de lado. Serbios y croatas nunca más nos uniremos, pero tenemos el derecho de respetarnos mutuamente”.

Sinisa nació yugoslavo en territorio croata, y siempre se sintió serbio, una mezcla incandescente. Hoy con los años a cuestas encontró conclusiones por encima de una simple pelota de futbol, esa misma que lo salvó de ser una estadística más de la crueldad humana.

“Las guerras son un asco, pero una guerra civil como la nuestra es peor. Los niños crecieron juntos disparándose entre familias, las ciudades fueron destrozadas; los hospitales y las escuelas, bombardeadas. Debemos aprender de nuestros errores para que esto jamás se repita”.

Contenido Patrocinado