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Opinión

Christian Martinoli

Uno de los mejores cronistas deportivos en México, trabaja para TV Azteca y ha colaborado con RÉCORD desde 2010.

El héroe del silencio

2015-10-15 | CHRISTIAN MARTINOLI
CHRISTIAN MARTINOLI
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Silencio sepulcral, sólo el ruido del viento permanece constante en este lugar. Y es que por los pueblos manchegos, al mediodía únicamente se escucha la bicicleta del cartero recorrer los adoquines ancestrales y el chasquido de los platos apilándose que sale por alguna pequeña ventana de un segundo piso luego de que se terminó el almuerzo.
Pueblo chico Fuentealbilla, de vida sana, escueta, de siesta obligada, en donde la gente sale en las tardes de verano a la calle por el sólo placer de ‘estar’, de verse, de seguir hablando de lo mismo y de reírse y quejarse de las historias de toda la vida, porque está claro que en lugar así, todos se conocen. Es uno de esos sitios en donde generalmente se nace y se muere, porque el arraigo es fuerte, la zona de confort amplia y las aventuras esquivas. Se vive tranquilo con poco y pocos quieren tener sobresaltos.

José Antonio, un albañil de aspecto rudo, se casó con María, la hija del dueño del bar Luján, don Andrés, un español de toda la cepa, directo, de voz firme, seco, pero entrañable amigo de sus amigos. Fue ahí en el pequeño local de la calle Santa Clara justo dos cuadras antes de que el pueblo se diluya donde se conocieron y tuvieron dos hijos, Andrés y Maribel.

José Antonio de joven jugó en la Tercera División con el CD Dénia de Alicante y el futbol siempre fue su pasión. “En el pueblo siempre hay alguno que viene y en tono de burla me dice ‘Tu padre era mejor jugador que tú’”, se ríe Andrés en una entrevista con Canal Plus. El amor por la pelota le vino genético al pequeño varón de la familia Iniesta, quien no salía de la Plaza Mayor o del patio de la escuela donde pasaba horas jugando con quien trajera un balón.

A los ocho años la gente del club Albacete le pidió se integrara al futbol infantil de la entidad. El tema es que los entrenamientos eran a la 1:30 de la tarde y Andrés salía apenas a la 1 pm de la escuela, sin olvidar que debía recorrer cuarenta kilómetros para llegar hasta aquella ciudad.

“La gente del colegio se portó muy bien conmigo, comprendieron la situación y me dejaban salir 12:30. De ahí me subía a la camioneta de mi papá, me vestía y comía algo. Llegaba, entrenaba y de regreso hacía los deberes escolares en el mismo auto”, relató para Antena 3.

Cinco años de una rutina que lo empezaba a agotar, pero que a la vez lo ilusionaba con la posibilidad de vestir la camiseta que hicieron importante ‘El Oso’ Salazar, Gabelo Conejo, Rommel Fernández, ‘Diablo’ Etcheverry y hasta el mismo Fernando Morientes, quienes de la mano de Benito Floro conformaron el llamado ‘Queso Mecánico’.

Las magistrales presentaciones del pequeño número seis de camisa extragrande, que jugaba dos categorías por encima de su edad y que para sorpresa general tenía el gafete de capitán, llamaron la atención del Madrid y del propio Barcelona. Los catalanes se apuraron al considerarlo una joya y el visor Albert Benaiges le dijo: “te invitamos a que vengas a La Masía, no necesitas hacer prueba, entras directo”.

La familia completa viajó a Barcelona, conocieron las instalaciones y dieron el paso más difícil de su existencia, dejar a un niño de 12 años en manos de extraños. “Fueron momentos duros, de muchas lágrimas, pero era lo que yo quería. El Barcelona me educó y me enseñó todo lo que soy como persona y futbolista”, afirmó en La Vanguardia. Le urgía que llegaran los veranos o la Navidad para volver a Fuentealbilla, incluso años después ya como un tipo consagrado e intocable sigue haciendo lo mismo. “Siempre vuelvo en mis vacaciones, aquí me siento bien, tranquilo, normal; aquí todos me ven como aquel niño de 12 años que corría por las calles”.

En Barcelona sus entrenadores estaban encantados con la elegancia y categoría que desplazaba en el campo, sin embargo había un enigma que años después entendieron, les costaba comprender por qué Andrés no hablaba, no expresaba sentimientos abiertos. Su andar era silencioso y sólo acotaba dos palabras a su juego: dámela y gol.

Un habitué del toque rápido y escurridizo con transporte impecable del balón. Visión periférica rutilante y cientos de conejos en el sombrero. Dirían los toreros y la gente de los tablaos flamencos: “este tío tiene ‘duende’”.
Alma, prodigio, gracia y generosidad, a su juego no le faltaba nada. Un día como juvenil ganó la Copa Internacional Nike y Pep Guardiola, capitán del club, le entregó el trofeo. “En el futuro yo estaré en la tribuna viéndote y aplaudiéndote”, le dijo el legendario ‘cuatro’ blaugrana. De impoluto recorrido por las categorías menores de las selecciones españolas, Andrés fue creando en el inconsciente un expediente que el futbol ibérico no tenía archivado, ganar.

Generaciones extraordinarias de estrellas jamás supieron lo que era la gloria en este negocio y por ello el karma perseguía a todo aquel que se vistiera de rojo a nivel mayor. Van Gaal lo debutó en un época de vacas flacas y después fue Rijkaard quien le entregó el cobijo de la titularidad.  Alternó con monstruos del pasado reciente y conformó una sociedad estelar que se recordará hasta los últimos días de vida en la tierra, cuando hizo, junto a Xavi y Messi, que el futbol rebasara la inverosímil certeza de los videojuegos especializados. El equipo de Guardiola revolucionó lo ‘inrevolucionable’; no se podía jugar a esa velocidad, con esa precisión, con dos mil paredes en 10 metros cuadrados en menos de ocho segundos, no era posible ser mejor que las computadoras, no era real, era impensado ver tanta estética reunida dentro de un campo de juego en donde Iniesta era la pieza clave del ritmo y la visión. Un genio de lámpara oxidada que no escatimaba en deseos hacia sus fieles.

Un chico tocado por los dioses que cuando el proyecto Pep se estrellaba en Londres ante el mejor Chelsea de Hiddink, hizo explotar las quinielas con un derechazo al 93 que le dio dramáticamente el pase a la Final de la Champions. Un juego espeluznante que trabajó toda la noche el cuadro catalán y que supo sacar de milagro. Aquella noche oscura del árbitro noruego Øbrevø, que no marcó tres penaltis flagrantes en favor del cuadro local; esa noche que catapultó a los grandes escenarios a Iniesta y que acuñó a futuro la famosa frase de Mourinho “el Barcelona ha ganado una Champions que a mí me daría vergüenza ganarla”.

Andrés besó dos Eurocopas y supo encaminar los anhelos de un país que arrumbaba la ilusión cada torneo, sabiendo que jamás sería verdad la vuelta olímpica. En Sudáfrica la justicia deportiva bajó el mazo a su favor. Un equipo que dominó el juego y marcó tendencia durante años gracias a una base ‘Made in La Masía’, sufrió, pero recolectó los pétalos de la inmortalidad al momento que una pelota de Torres fue mal rechazada y Cesc aprovechó el rebote para poner dentro del área a Iniesta solo contra Stekelenburg y liquidar al eterno aspirante naranja. “Sólo hubo silencio, no escuché nada, únicamente vi la pelota en cámara lenta y escuché el ruido del silencio, después no me acuerdo de más nada”, le mencionó a Marca, el hombre que en el momento cumbre de su vida deportiva se quitó la camisa para recordar al recién fallecido jugador del Espanyol Dani Jarque, con la frase “Dani Jarque siempre con nosotros”.

“Era mi amigo, había crecido con él y se murió. Con Jarque compartimos muchas cosas, teníamos buena relación y hablábamos durante horas. Dani era muy ‘periquito’ y yo le quería mucho. Era mi amigo y me puse esa camiseta porque quería que subiera conmigo a buscar la copa”, declaró a El País.

Iniesta es un fenómeno del esférico, su perfil discreto, tímido, retraído hace que vea los logros y la fama de una manera mucho más mundana. Nunca le ha molestado no tener el crédito internacional que merece y parece cómodo viviendo en la fila de atrás, donde las luces pegan pero no de lleno. “Yo no juego para ganar títulos personales, yo juego para ser feliz”.

Contar sus títulos es innecesario, irrelevante, porque además parece estar lejos de la suma definitiva. La prudencia es lo suyo. El sigilo lo aprendió en Fuentealbilla; por eso cuando toca una pelota todo el mundo queda eclipsado y entran en la dimensión que él escucha. La que tiene una cinta en la escena que reza...

Silencio, Iniesta trabajando.

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