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Opinión

Christian Martinoli

Uno de los mejores cronistas deportivos en México, trabaja para TV Azteca y ha colaborado con RÉCORD desde 2010.

El piso de Weah

2015-10-01 | Christian Martinoli
CHRISTIAN MARTINOLI
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Dormía en el piso, toda su familia así lo hacía, sólo la abuela tenía un sillón destartalado que le servía como una especie de reposera para ver pasar la tarde en las polvorientas calles de Monrovia, la embrollada capital de Liberia. Vida escueta, muy discreta y que milagrosamente esquivaba la miseria extrema con la que subsistía la mayoría de los vecinos.

Algunas vez estas tierras sirvieron para crear un país con esclavos que Estados Unidos expulsaba de su territorio bajo el pretexto de que allá serían libres y recibirían después ayuda para tener una vida mejor. Por eso bautizaron este pedazo de suelo Liberia, “Tierra de los libres”.

Las circunstancias hicieron que estos habitantes dependieran exclusivamente de las promesas o caprichos en turno del país que los rechazó. Luego de independizarse como la mayoría de las naciones africanas, Liberia fue explotada hasta sus últimas consecuencias. El apoyo foráneo se escurrió, la lucha de poder interna dinamitó la estructura social y el día a día se transformó en una aventura a prueba de balas. Y es que cuando un país tiene 85 por ciento de desempleo, la calle es terreno de buitres y se transforma en una guerra por el pan ajeno.

George creció bajo el atento cuidado de su abuela, sus padres se divorciaron y mientras su madre pasaba tardes interminables buscando trabajos esporádicos, él junto a sus 12 hermanos estudiaban en una precaria escuela que no tenía ventanas, un alivio ante el intenso calor, pero un agobio cuando los aguaceros tropicales inundaban el aula dejándola inservible durante días.   

El deporte era el bálsamo, el escape para no seguir pensando por qué las tripas del estómago le sonaban, así que por eso era mejor correr descalzo tras una bola en lo que caía la noche. “Éramos pobres, pero siempre se las arreglaban en casa para que comiéramos algo, fueron momentos difíciles”, relató para el programa Futbol Mundial.

La situación local comenzaba a ser aterradora, la violencia en Liberia estaba llegando al punto extremo de la histeria generalizada y la gente sin recursos, la inmensa mayoría, no tendría otra escapatoria que buscar el mejor refugio que lo alejara de las balas, del golpe de Estado, los toques de queda, las persecuciones y la guerra civil. Mientras la nación se encaminaba al abismo, George seguía con sus estudios y con la ilusión de que el futbol le diera un respiro a la dura cotidianidad.

A los 19 años debutó con el humilde Mighty Barrolle y a los 21, cuando Monrovia era devastada por la guerra, decidió irse a Camerún al club Tonnerre Yaoundé. Fue Claude Le Roy, entrenador francés en ese entonces del seleccionado camerunés que al ver los arranques imparables del muchacho de apellido Weah, se lo recomendó a su amigo Arsene Wenger, técnico por aquella época del Mónaco. Le estaba regalando un apuesta ganadora. Jugador joven, distinto a la media y a un precio risible.

George en poco tiempo pasó de respirar pólvora y esquivar proyectiles, a circular en auto privado con chofer por la flemática Montecarlo; a desayunar con vista al mar desde su departamento en el piso 23 enfrente del impotente Casino; a pasar los días libres en la vecina Niza y a disfrutar de las bondades que la Dinastía Grimaldi atesora en su Principado.

La Liga francesa está acostumbrada a ver cada temporada caras nuevas que vengan de África, pero pocas veces le tocó deslumbrarse con un jugador como Weah. Fuerza, velocidad, técnica e inteligencia en un sólo elemento; era una receta secreta de autor merecedora de premios internacionales. George se convirtió en la sensación del campeonato y Marco Simone fue su cómplice en el campo, su maestro de italiano en el vestidor y su compañero de cuarto en las concentraciones. “Nosotros debíamos compartir habitación y ésta sólo tenía una cama muy grande, a él le daba pena dormir conmigo y entonces me decía 'tranquilo, yo voy al piso, total más de la mitad de mi vida así dormí'”, recuerda el italiano a la Gazzetta dello Sport.

El viejo 14 de su camiseta se volvió el despampanante 9 que usaron Paolo Rossi, Virdis y el propio Van Basten. Bajo el cielo aplomado de Milano, Weah no tuvo rival. Obsequió muestras inmejorables de definición sobre la carrera, con vuelos monumentales y remates impensados.

El mundo del balón se detuvo el 8 de septiembre del 96 cuando jugando ante el Hellas Verona, bajó a defender un córner; la pelota cobrada desde la derecha por Binotto fue demasiado pasada, Weah la bajó de tres dedos sólo dentro de su área y emprendió una fúrica escapada. Nadie se atrevió a enfrentarlo hasta que Fattori le lanzó un barrida en el círculo central, mientras Colucci venía persiguiéndolo metros atrás, cuando Corini buscó cortar el avance del liberiano, era demasiado tarde porque George magistralmente se hizo un autopase que lo dejó frente al arquero Gregori que no pudo hacer nada ante la endemoniada pegada del africano. Fueron 85 metros corridos en 14 segundos sin asistencia y con un dribling mágico, como si Maradona y Carl Lewis se hubieran fusionado tras un esférico. Weah se había inmortalizado.

Ya para ese entonces el hombre nacido en Monrovia ratificaba su estatus de mejor jugador del mundo. Su vida en Italia era fantástica, tenía todo lo que jamás imaginó mientras conciliaba el sueño en el fresco piso de tierra mojada donde creció.

Pero su trabajo no estaba completo, anhelaba jugar un Mundial, pero nunca pudo lograrlo, y es que sus compañeros de selección no entrenaban diario, debía trabajar duro para conseguir alimento y el futbol era un simple entretenimiento. Por eso Weah, financiaba las concentraciones, los viajes, los viáticos, los uniformes, la comida, el agua y hasta los balones con los que practicaban dos días antes de algún juego eliminatorio.

No sólo el público de su país lo veía como una deidad, sino que los propios futbolistas que compartían vestidor con él, previo a defender la camiseta nacional, sentían que estaban al lado de un súper héroe, de un tipo que se parecía a ellos, pero que no podían creer en su evolución.

“Siempre di todo por mi país, yo podría estar en Francia o Italia, pero siempre volvía en mis vacaciones. Me gusta estar en Liberia, me siento cómodo, me agrada ayudar a la gente y trato de que las cosas sean mejores. Mi lema es que si podemos juntarnos para jugar futbol, también podemos hacerlo para trabajar juntos por una mejor nación”.

Weah dejó el futbol y de inmediato se lanzó a la política, sufrió amenazas en el camino, pero el pueblo se volcó por su líder y emblema futbolístico. Quiso ser presidente, pero perdió en segunda ronda la silla grande de un país que vio morir a más de 200 mil personas en manos de los grupos radicales.

Alguna vez en el New York Times afirmó que los cascos azules de las Naciones Unidas debían estar permanentemente en territorio liberiano para que la gente supiera lo que es respetar los Derechos Humanos y empezar a idealizar la democracia; sin embargo, los rebeldes le quemaron una casa, le robaron autos y ultrajaron a dos de sus primas. Por ello decidió que su madre se mudara a Ghana, mientras sus hijos estudiaban en Estados Unidos.

Fue nombrado Embajador de Paz en su país y también Embajador de Buena Voluntad por la UNICEF. El día que conoció a Nelson Mandela, éste lo felicitó por su trayectoria, por su gran aspecto humanitario y solidario hacia el continente y lo definió como “el orgullo de África”. “Mandela me dio el coraje para luchar y tratar de hacer cosas importantes por mi pueblo”, dijo conmovido tras la reunión.

George Weah, vino desde el eslabón más débil de la cadena alimenticia y ahora insiste con seguir hasta el punto más alto de la misma con el fin de hacer mejor su entorno y recuperar el país que él está convencido que es, ‘la nación de la libertad’.

Dicen los que lo conocen que de aquel niño que jugaba descalzo no han cambiado muchas cosas, quizá que hoy come mejor que antes, pero nada más. Es que en la devastada Monrovia todo se puede mejorar y mucha gente sigue creyendo que necesitan a un tipo poderoso que los guíe, pero con los pies bien puestos en la tierra y qué mejor que una estrella internacional que no sólo sabe lo que es poner los pies sobre ella sino todo el cuerpo, porque lo hizo literalmente durante gran parte de su vida y nunca tuvo resquemor por ello.

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