opinion.blog.christian-martinoli.heroe-anonimo
Opinión

Christian Martinoli

Uno de los mejores cronistas deportivos en México, trabaja para TV Azteca y ha colaborado con RÉCORD desde 2010.

Héroe anónimo

2015-09-24 | Christian Martinoli
CHRISTIAN MARTINOLI
Comparte en:
Contenido Patrocinado

Si hoy es un lugar chico, hace 30 años lo era más. Porque nacer en Nacogdoches, Texas, la población más vieja de ese estado, es vivir en la ‘América’ (como le dicen a su país los estadounidenses) profunda. Es un poblado que cualquier película de medio pelo sobre futbol americano estudiantil ha reflejado, en donde el punto más alto visible es la torre de agua. La semana es monótona y muy larga. Un sitio tranquilo que posee una sola calle comercial y que raspa en lo aburrido, más si se es joven. Los viernes el único entretenimiento es ver el juego del equipo de la High School local, mientras que el resto del fin de semana es ir a pescar o evitar la depresión de no caer dormido ante la falta de emociones fuertes, esas que tanto plasman las pantallas de televisión sobre las grandes urbes.

A Aubrey Dempsey, carpintero de oficio e ingeniero de profesión, le encantaba ver películas en casa con su esposa Debbie, enfermera de guardia; sobre todo las de ‘western’ y acción de su gran ídolo Clint Eastwood, por ello juró un día llamar a uno de sus hijos así y ese ‘honor’ le tocó al penúltimo de la lista.

Vivían en un ‘motorhome’ que estaba ubicado en el fondo del jardín de la casa de sus abuelos; ahí los pequeños podían salir de la incómoda lata que tenían como hogar para correr libremente. Digamos que soltar el cuerpo y no detenerse les encantaba, los hacía sentir briosos dentro de una familia que subsistía al día.

Ryan, uno de los hermanos mayores de Clint, solía pasar tiempo con los pocos latinos que había en la zona. Ellos, unos mexicanos, pateaban una curiosa bola que era más chica que un balón de basquetbol e intentaban meterla en la estructura rectangular que sostenía los postes del gol de campo de la cancha de americano. “Nosotros no teníamos espinilleras, ni zapatos nuevos como otros chicos del estado, nosotros jugábamos en canchas enlodadas, descalzos, como lo hacen los muchachos en gran parte de Latinoamérica”, le relató Ryan a Boston Globe.

Le llamaban soccer y parecía bastante divertido. Clint varias veces lo acompañó y aunque apenas tenía siete años le gustaba meterse al juego porque jamás paraba de correr. “Soy una persona muy activa, me encantan todos los deportes, pero lo que me sedujo del ‘soccer’ fue que jamás tenía pausas, no había interrupciones largas entre jugada y jugada”, le dijo a ESPN.

De a poco fue aprendiendo el juego, los códigos, las reglas y hasta algunas palabras en español que después presumía entre los ‘güeros’ de su escuela. Todo lo relacionado con soccer lo empezó a consumir, incluso pidió que lo metieran en una pequeña liga latina de la región. Conforme pasaban los años, su afición fue creciendo y un día llegaron a él unos videos sobre Maradona. La gambeta, el cambio de ritmo y la irrepetible magia del Diego lo enloquecieron.  “Quería ser como él, deseaba imitarlo, me encantó su juego, se transformó en mi ídolo”, le dijo a Daily Mail.

Los Dempsey no tenían dinero para vacaciones ni mucho menos para lujos; sin embargo, le fomentaban el deporte a sus hijos. De hecho hacían el esfuerzo dos veces por semana para que Clint viajara tres horas de ida y otra tres de vuelta a Dallas, donde un equipo organizado y de mucho mejor nivel deseaba tenerlo como uno de sus pilares.

“Fue una época difícil, Clint salía del colegio y viajábamos hacia allá, entrenaba dos horas y regresábamos ya entrada la noche”, le contó su madre al The Seattle Times.

El tema es que Jennifer, la hermana cuatro años mayor, jugaba tenis y sus actuaciones empezaban a sorprender a algunos buscadores de talento universitarios. Por tal motivo, los pocos recursos económicos fueron destinados hacia ella, ya que seguramente asistiría a la Universidad con beca completa y eso en el futuro inmediato representaría un ahorro enorme en las finanzas familiares.

Clint se quedaría sin viajes a Dallas; sin embargo, padres de familia del club, al ver el enorme talento del joven Dempsey, juntaron recursos para que pudiera seguir con sus traslados hacia el norte del estado.

Clint amaba a su hermana y aunque le costó trabajo aceptar la decisión de sus padres, al final entendió la situación. El miércoles previo al Día de Acción de Gracias, Jennifer sufrió un desmayo en casa que la llevó al hospital, horas después fallecería por una aneurisma cerebral, tenía 16 años y el mejor ranking juvenil del país.

La noticia fue catastrófica, Clint se refugió en el silencio y el encierro, pero sorpresivamente un día tomó fuerza de la tragedia, fue al cementerio y dejó una carta encima de la tumba de su hermana: “le dije que la amaba, le prometí que todo lo que hiciera en mi vida sería para honrarla y le pedí que me ayudara a jugar mejor y a anotar muchos goles; le escribí que la extrañaría y que cuando yo muriera podría verla nuevamente para estar juntos otra vez”, eran las sentidas letras de un niño de 12 años que a partir de ese instante levantaría los brazos y la mirada al cielo después de anotar un gol, como si pudiera mirar entre las nubes el cabello dorado y los ojos azules de Jennifer.

“Seguramente Clint hoy no estaría en el lugar donde se encuentra, porque todo el esfuerzo estaba encaminado hacia la vida deportiva de Jennifer, sin embargo, él trabajó duro, se hizo fuerte y logró cumplir sus sueños”, le contó su madre al diario más importante de Massachussetts.  

El programa atlético de la Universidad de Furman lo reclutó. Su personalidad enigmática, su mirada seria y decidida formaban parte de una faceta perfectamente moldeada a su gran técnica individual, su despliegue físico, sus sorpresivas llegadas desde atrás y su nulo temor a dolor.

Cuentan que mientras los viernes en la noche el campus universitario se volvía una fiesta interminable, Clint sacaba de la utilería del colegio un saco con 20 balones y pedía permiso para encender las luces de la cancha de entrenamiento y así practicar en solitario tiros libres y penales. Apenas dos años bastaron para que la MLS lo quisiera en sus filas y que los scouts de la US Soccer lo convocaran para selecciones menores.

Su actuación en el Mundial de Alemania empujó al Fulham de Londres a contratarlo. No se equivocaron. Jugador barato de enorme rendimiento que después pasó sin mucha fortuna al Tottenham. Dempsey en Inglaterra rozó los 300 partidos y marcó 72 goles, todo un récord para un hombre nacido en la tierra del beisbol, el americano y el basquetbol. Además es el único estadounidense en anotar en tres distintas Copas del mundo.

Los aires británicos lo cansaron y pudiendo quedarse en el futbol europeo sorprendió a todos regresando a casa. Pero la vuelta sería triunfal, a la plaza más caliente de la liga, Seattle y con un contrato de cuatro años y 32 millones de dólares, transformándose en jugador franquicia de los Sounders, el club que mete 60 mil personas en sus encuentros como local.    

Ha sido varias veces portada de Sports Illustrated, junto con Messi es la imagen en Estados Unidos de un video juego, ESPN le hizo un reportaje E:60 y hasta fue entrevistado por David Letterman. En su preparatoria retiraron el número 11 que utilizó y una vez que deje profesionalmente la pelota, el estadio de la escuela llevará su nombre.

Dempsey es un deportista millonario y capitán de un equipo nacional en los Estados Unidos, el emblema típico de superación y liderazgo que suele enaltecer la cultura competitiva y aspiracional del país del norte, sin embargo puede caminar por cualquier calle de su nación sin que alguien le pida una foto o un autógrafo.
 
Aquel niño que no quiso ir al Cotton Bowl a ver el Argentina contra Bulgaria, porque su ídolo Maradona había sido suspendido por doping. Es el mismo que hoy llena de ilusión a millones de niños y niñas estadounidenses que sueñan en ser futbolista como él, más allá de que sus propios padres no sepan distinguirlo en la calle y quede como Clint, el héroe anónimo.

 

Contenido Patrocinado