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Opinión

Christian Martinoli

Uno de los mejores cronistas deportivos en México, trabaja para TV Azteca y ha colaborado con RÉCORD desde 2010.

Infinito

2017-02-23 | CHRISTIÁN MARTINOLI
CHRISTIÁN MARTINOLI
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Decantarse por el futbol en lugar del rugby es una decisión muy osada, sobre todo si tu pasaporte dice que naciste en Gales y más si tu padre fue un ‘rugbier’ profesional.

Quizá por tal motivo, Ryan Wilson siguió jugando ambos deportes, incluso después de cumplir los siete años, cuando ya vivía en Inglaterra, donde el balompié vibraba en cada rincón de Salford, ciudad perteneciente al condado de Gran Manchester.

Dicen los que vieron jugar a Danny, el patriarca de la familia, que la dinámica en los movimientos de Ryan en un campo de juego eran idénticos, heredados, y aunque el primogénito no tenía la fuerza para el choque, sí poseía una habilidad notable.

Sobre Beverly Road son recordados sus desbordes esquivando vecinos y haciendo pausas temerarias cuando los autos cruzaban de vez en cuando. Eran duelos, en el peor de los casos, de uno contra uno, pero al final eso duraba poco, porque siempre había alguien más dispuesto a empaparse con la incesante llovizna; nunca faltaba quórum cuando se trataba de perseguir una pelota.

Su abuela materna lo hizo fanático del Manchester United y aunque no se imaginaba ser futbolista profesional, sí tenía la intención de jugar por diversión y dejar que las cosas fluyeran.

“Desde que vivía en Cardiff, mi abuela me hablaba del United; increíblemente cuando nos mudamos a Manchester pude hacerme más cercano al club. Veía en Brian Robson y Mark Hughes, a mis grandes referencias; lo llamativo de todo esto es que incluso pude jugar a su lado, algo que muy pocos pueden hacer, jugar con sus ídolos”, relataría en un reportaje de la BBC.

Y es que a los 13 años el futbol fue definitivamente su obsesión; jugaba con el equipo del colegio, además con el Deans Youth FC, club de la Liga local, y el Manchester City ya lo había anotado para entrenar con sus juveniles.

Llamaba la atención su zurda, pero ante todo los recorridos incesantes de ida y vuelta sin chistar, sin reclamos, todo por el bien común. Claro, el tema era cuando tomaba el balón, pues llenaba de asombro a todos con la conducción a máxima velocidad y un serpenteante movimiento de caderas; eran cascadas de amagues balanceando el cuerpo, pero sin que la pelota perdiera fuerza y dirección. Marca registrada sin posibilidad de copias asiáticas. Los defensas lo seguían con la mirada repletos de incertidumbre, porque mientras movía constantemente el esqueleto, no entendían en qué momento la bola saldría para alguno de los costados.

Destellante andar que no pasó desapercibido por Alex Ferguson, el hombre fuerte del United, al que llegó el rumor de un galés que reventaba pronósticos en los suburbios y al cual ya le habían echado el ojo desde Maine Road, la cancha del City.

“La primera vez que lo vi tenía 13 años y corría como un cocker spaniel persiguiendo un papel de plata arrastrado por el viento”, describe en sus memorias el comandante escocés que manejó durante décadas a los Red Devils.

Estaba claro que la afición y la pronta reunión que tuvo Ferguson con su familia hicieron que Ryan aceptara cualquier propuesta que lanzase el conjunto de Old Trafford.

Sin embargo, dentro de la casa, los Wilson vivían una particular pesadilla: el alcohol sacaba los peores demonios de Danny y una tarde Lynne Giggs decidió divorciarse, quedándose con la potestad de sus dos varones. Ryan y Rhodri.

Por ello, cuando los registros para el equipo reserva del United llegaron, Ryan dejó de ser Wilson y quiso que le pusieran Giggs, honrando la dignidad y fortaleza de su madre.

“Cuando decidí cambiar mi apellido por el de mi mamá, lo hice porque yo pertenezco a su familia. Estoy orgulloso de ello y quería que lo supieran todos. Me preparé para dejar a mi padre, porque él lastimó a mi madre y a mis abuelos”, declaró para Daily Mail.

La gente de la FA lo buscó para que formara parte de la selección inglesa, pero se negó aduciendo que sólo jugaría para Gales, aunque eso le costara probablemente mayor exposición, roce internacional y los grandes escenarios.

Con 17 años, en choque frente al Everton, Giggs, el chico maravilla que refinaron en el taller de The Cliff, el añejo centro de entrenamiento rojo, vio la luz.

“Estaba calentando y vi que Denis Irwin se lesionó la cadera, ahí fue cuando pensé: ‘tengo chance de entrar’; la verdad estaba bastante nervioso, pero muy emocionado. Ferguson me dijo que hiciera lo mismo que realizaba en el equipo juvenil, así que traté de ser yo mismo; aunque jugara ante miles de personas, debo decir que no sentía esa presión”.

Con el pulso a tope, Giggs pisó por primera vez una cancha profesional inglesa de manera oficial; nadie pensaría que aquel joven menor de edad, al que varios intrépidos se apuraban a compararlo con el inimitable George Best, sumaría 963 presencias vestido con el diablo y el barco mercantil en el pecho. Fueron 24 campañas tiñendo de goce y deleite las gargantas de millones y las pomposas vitrinas de la entidad vieron depositar 36 trofeos más bajo la ‘Era Giggs’.

Hasta que cumpliera los 20 años, Ferguson le prohibió que diera entrevistas o charlara con la prensa, con el fin de encaminar sin disturbios su carrera, ya que nadie dentro del equipo quería que le robaran la tranquilidad y el piso a la nueva joya de la corona. Es más, el club lo instaba a que diera clínicas gratuitas de futbol a los chicos de la ciudad.

Formó parte esencial de la llamada ‘Generación del 92’, junto a sus amigos David Beckham, Nicky Butt, Paul Scholes y los hermanos Neville, con quienes compartió vestidor como juvenil y a los que les mostró el camino rumbo al primer equipo y posteriormente al estrellato. Conocidos también como los ‘Fergie Babes’, fueron un cúmulo de talento británico que intentó emular las hazañas de los históricos ‘Busby Babes’, aquellos futbolistas que de la mano de Matt Busby colocaron al United en el gran escenario europeo.

Giggs le dio al United la supremacía en futbol local y aprovechó la inexplicable letanía del Liverpool para generar entonces a la institución futbolística más ganadora de Inglaterra.

“Nunca pensamos en el Liverpool, sólo queríamos ser los más grandes del país y lo logramos con esfuerzo y trabajo en equipo”.

Héroe silencioso que buscaba alejarse de los reflectores que su mismo futbol obligaba a dilapidar sobre él.

Genio del balón al que el propio Zidane admiraba: “Si Giggs hubiera nacido francés, yo habría pasado mucho tiempo en la banca”. Un futbolista excepcional al que el United amarró cuando, desde Cataluña, Johan Cruyff exigió su contratación para que su figura formara parte vital del proceso post ‘Dream Team’.

“Yo vine a Old Trafford por primera vez cuando tenía 9 años. Fue un juego ante el Stoke City. Cuando llegué dije: ‘Dios, esto es grande’. Quién iba a decirlo, después pasé más tiempo en este lugar que en mi propia casa. ‘ManU’ me recibió a los 13 años y para mí este lugar es diversión, amistad y gloria. Jugué hasta los 40 años en el club del cual yo era fanático. Además me entrenó y dirigió el mejor del mundo. Aquí me dieron una carrera y una vida, mas nada les puedo pedir”.

Amplitud y profundidad con precisión a máxima velocidad, eso era Giggs, una válvula de escape y un maestro de las respuestas, capaz de cambiar el destino de un resultado. Tenía una diabólica e inherente fragancia que destilaba a su paso destruyendo rivales por doquier, pero también una angelical y solidaria visión para entregar el protagonismo al mejor ubicado, es por ello que no existe ser humano con una pelota en los pies que haya dado más pases a gol en la historia de la Premier League que el joven galés con bandera materna y sangre africana, esa que su abuelo de Sierra Leona le transmitió para fortalecer su alma contra insultos racistas y ante todo, sus músculos a prueba de heridas.

“Es uno de los cuatro mejores jugadores en la historia del Manchester United, no queda la menor duda de eso”, palabras de Ferguson hacia un jugador diferente e incansable con espíritu de dragón que jugaba con reloj de arena, guante, pipa y bastón, pero encima de una moto.

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