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Opinión

Christian Martinoli

Uno de los mejores cronistas deportivos en México, trabaja para TV Azteca y ha colaborado con RÉCORD desde 2010.

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2017-02-16 | Christian Martinoli
CHRISTIAN MARTINOLI
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Algo le dijo que debía hacerlo. Arriesgó cuando a su edad la mayoría intenta que las cosas fluyan sin necesidad de apretarlas; para qué, si lo que sobra es tiempo y no es momento para responsabilidades. 

Cesc Fábregas, hijo de una prominente empresaria y un acaudalado constructor, decidió salir de su amplia zona de confort con la misión de ser alguien en el mundillo del futbol. 

Apenas tenía 16 años cuando optó por dejar no sólo la patria chica sino el país entero para aventurarse, sin nadie a su lado, a otra cultural e idioma, con el riesgo de perder mucho, no en lo económico, pero sí en lo emocional y aspiracional. 

Llevaba más de un lustro formando parte de la generación 87 de La Masía, un equipo sazonado a fuego lento que arrasaba en las inferiores del balompié ibérico, gracias a una columna vertebral impresionante conformada por un espigado central llamado Gerard Piqué, el propio Francesc y un diminuto, pero muy habilidoso sudamericano de nombre Lionel Messi. 

“Nos divertíamos mucho, en verdad la pasábamos bien. Yo tuve la fortuna de triunfar al igual que Gerard y Lionel; sin embargo, siempre me pregunto por qué lo logré, habiendo tantos otros jugadores que eran mejores que yo”, relató para SkySports.

Un mediocampista dúctil de ida y vuelta con mucha llegada, ése era Fábregas. Un chico que jugaba ahí por condiciones naturales, pero también por admiración eterna hacia el número 4 del Barcelona, catalán de cepa como él, Josep Guardiola. 

Una tarde su madre Nuria visitó al entrenador del equipo, Rodolf Borrell, para explicarle que se iba a separar de su marido y que esta decisión podría afectar anímicamente a su hijo. Por ello, le pidió indulgencia al respecto. 

Borrell fue al entrenamiento de la Primera directo con Guardiola y le comentó: “Tengo a un jugador, Cesc, cuyos padres se separan. No lo está pasando nada bien y te tiene a ti como ídolo. Juega en tu misma posición”, recuerda el DT para Sport. 

Guardiola tomó una camiseta y le plasmó: “Un día serás el número 4 del primer equipo del Barça”. 

Cesc sabía que la pasaba bien con sus amigos, pero tenía una visión más allá del horizonte, ya que entendía que para jugar en el Barcelona no sólo se necesitaría mucha paciencia y tiempo, sería vital un gramo de suerte, por la enorme cantidad de candidatos que aparecen cada temporada en busca de un mismo lugar. 

Sin enterarse, el Arsenal de Londres llevaba tiempo espiando, como tantos otros equipos ingleses, a las nuevas frutas del árbol blaugrana. Por eso cuando tocaron la puerta y extendieron la mano, jamás aceptarían un rechazo. 

Cesc fue observado más de 25 partidos por un enviado de Arsene Wenger. Sabían todo lo relacionado con su juego e incluso habían investigado su formato familiar. 

La decisión era imposible de tomar a la ligera, sus padres no dejarían los negocios y tampoco aplicarían año sabático en busca de cumplir con lo que parecería un arrebato emocional; sin embargo, el convencimiento vino directamente desde el menor de edad que con una aire de grandeza, diluido con gotas de inconsciencia, se jugó todo. 

Atrás dejaría a su familia, sus amigos, su amado club y sobre todo su cómodo nivel de vida. 

“Sabía que arriesgaba todo. Sabía que podía fracasar y que cuando volviera ya no habría lugar para mí en un club tan competitivo como el Barcelona”. 

Era un sueño transitando por la cornisa de las pesadillas. Fábregas llevaba un camino recorrido por las inferiores culés, pero optó por acelerar el paso y tirar la carta a la mesa sin saber qué juego traían enfrente. 

Se fue solo, con esporádicas visitas familiares. Cuando la adrenalina de los desconocido pasó, lloró y mucho. Ya tampoco había tardes deslumbrantes de sol, como en la costa mediterránea, y la lluvia escurría constantemente por su ventana, mientras las noches aparecían a las 4:30 de la tarde.

“Entre los 16 y los 20 años debes tomar una decisión entre querer ser un buen jugador o un gran jugador. Yo la tomé, al principio fue difícil, muchas veces pensé si había hecho lo correcto. Por suerte, Wenger me adoptó desde el primer día y durante un par de temporadas Senderos, que hablaba español, me ayudó en todo; les estaré eternamente agradecido”, recordó para la cadena COPE. 

El entrenador francés de los Gunners lo puso a entrenar con el plantel mayor, mientras se adaptaba jugando partidos oficiales con la segunda categoría. Le advirtió que venía quinto al orden dentro del medio campo, así que parecería que las cosas tomarían un tiempo razonable; sin embargo, al inicio de la siguiente temporada, el brasileño Edú estaba en la Copa América; Patrick Vieira, lesionado; Flamini llegó tarde a la pretemporada y sólo quedaba disponible Gilberto Silva, por lo que Wenger necesitaba otro volante mixto que soportara el sector para ayudar al experimentado brasileño.

Con apenas unos meses en su nuevo equipo, el catalán se convertiría de golpe en el jugador más joven en debutar con la camiseta rojiblanca y también en el más verde anotador en la historia de la entidad de Highbury. 

Ahora sus viejos colegas podían verlo no sólo por Skype, sino que sorprendidos encendían el televisor para observarlo jugar dentro del campeonato más exigente del momento. 

Fábregas pasó de ser un desconocido en pañales, a darle pases a Henry, Pires o Bergkamp, leyendas auténticas que habían ganado la Premier League de manera invicta. En pocas palabras, era un adolescente jugando Playstation, pero con jugadores reales, de carne y hueso, que te hablan, exigen, corrigen y alientan. Con ídolos de masas, vaya, con esas estrellas que tú admirabas sentado en un sofá, pero que de un día para otro te llaman por tu nombre y te pones a su lado. ‘Una pasada’, dirían los españoles. 

“No me lo esperaba. Todo fue demasiado rápido. Al principio me puse muy nervioso, pero todos en el club me apoyaron y sentí una gran confianza para seguir adelante”, comentó para la BBC. 

La precocidad deportiva siempre lo acompañó, porque a los 18 jugaba en la selección mayor y a los 21, tras una indisciplina de William Gallas, Arsene Wenger lo llamó a su oficina; quería recuperar la armonía del vestuario y le ofreció el gafete de capitán, que a su edad sólo había portado antes el mítico Tony Adams. 

“Fue muy emocionante para mí; lo acepté con agrado, pero le dije al entrenador que había otros jugadores con mayor edad y jerarquía en el plantel, que no quería que nadie se molestara por semejante hecho y sólo me respondió: ‘Tú eres el líder y todo lo que este Arsenal representa’”. 

Fueron ocho temporadas luciendo el escudo del cañón en el pecho. Famosos son en el norte londinense sus pases desde atrás de mediocampo, a la espalda de los centrales, para dejar habilitado de cara a portería a sus compañeros. 

En el Arsenal empezó recibiendo la pelota entre los centrales y después con el tiempo terminó apoderándose de todo y pisando el área a placer, como media punta o ‘falso’ nueve. 

Sombrero de mago repleto de paredes, trucos sutiles con toques de primera intención y ese pase aniquilador patentado que también le provocó ser el mejor asistidor en los pergaminos del club. 

Con España ganó todo, un gol de penal contra Italia en la Euro 2008 dejó de lado los fantasmas que amarraban a la vieja Furia Roja a los Cuartos  de Final y otro en el 2012 frente a Portugal, mantuvo su figura erguida como el mejor definidor de su equipo desde los 11 metros. Además, en el intermedio, un pase suyo a Iniesta, le entregó la máxima alegría futbolística al pueblo que viste en rojo y amarillo.

“La había pasado muy mal en el Mundial, no me sentía importante y tampoco partícipe de estar en la Final. Sin embargo, el míster me dio cinco minutos, más los 30 de la prórroga y ahí tuve esa jugada en donde en vez de querer tirar a puerta, fui egoísta conmigo y opté por darle el pase a Andrés. Sentirme importante en esos 35 minutos que jugué, dando el pase de gol, fue una alegría inmensa para mí. Me saqué muchas cosas que tenía dentro” describió en la Cadena SER.

Comodín increíble por delante de Xabi Alonso, Xavi Hernández y Busquets; al lado de Iniesta y por detrás de Villa o Torres. Fábregas hacía lo que Aragonés y después Del Bosque, necesitaban.  Siempre más, nunca menos. El conjunto ibérico podía, según la ocasión, jugar con dos puntas, o con un solo nueve o sin él, porque al final tenían la solución expuesta en los pies de Cesc. 

“Regresé del Mundial, estaba muy motivado, empecé bien la temporada, pero llegaron las lesiones y el equipo no terminó por despegar. Fue ahí que comencé a replantear mi vida. Estaba perdiendo motivación y decidí irme. La medida fue mía, del club sólo recibí buen trato y amabilidad, pero era yo el que debía cambiar. El día que me fui sólo pude decir gracias y no me da pena comentarlo, lloré sin parar”.

La traicionera montaña rusa de sentimientos lo llevó del duelo a la ilusión en menos de 24 horas, cuando fue presentado ante una multitud con la camiseta que lo vio ser socio desde los nueve meses de nacido. 

Sus amigos desde la Ciudad Condal lo esperaban; ocho años después, con una disputa de espionaje en medio y hecho figura, Fábregas, volvía a Cataluña. Llegaba a un equipo estelar, la obra jamás antes realizada por aquellas tierras era una máquina de toques y destellos que había cambiado la manera de jugar y apreciar el futbol. “Guardiola no me pidió pero el club me trajo. Sabía a dónde llegaba y la dificultad para ganarme un puesto”.

Los números de Fábregas se mantuvieron bajo los mismos estándares de calidad que había mostrado en la isla británica; no obstante, faltaba algo, a pesar de ser de casa y tener amigos de la infancia en el plantel, no era el caudillo de antaño, situación que le generó incomodidades internas y también con la prensa. 

Aunque intentó ser portavoz y defensor del equipo desde la palabra, las cosas le fueron frenadas, como en la selección, por los líderes espirituales del barcelonismo: Puyol y Xavi. 

El incidente ante Kanouté, en partido rudo contra el Sevilla, provocó una bronca y destiló mucho néctar de rumores. Los andaluces aseguraban que Fábregas llamó: “Moro de mierda” al africano. 

“Quiero desmentir claramente que haya hecho algún tipo de insulto racista hacia algún jugador del Sevilla. Toda la vida he jugado con gente de todo el mundo y todas las religiones, comparto vestuario con un jugador malí, llevo un tatuaje árabe, y mi pareja es libanesa. No hay muestras más evidentes de que no tiene sentido”, aseguró en su momento un chico que empezaba distraerse de lo esencial, la pelota. 

Fueron tres años donde le tocó la estela del ciclo Pep, el difícil camino de Vilanova y la fallida presencia de Martino. 

Su siguiente y polémico paso sería volver a la Liga Premier, pero no al Arsenal y aunque juró nunca jugar en otro cuadro inglés que no fueran los Gunners, estudió tanto la oferta del Chelsea que al final, ésta, pudo pasar por encima del corazón. “Su proyecto me gusta. Coinciden mis ambiciones futbolísticas con su hambre y deseo de ganar trofeos. Tienen una increíble plantilla de jugadores y un entrenador increíble. Estoy totalmente comprometido con este equipo y ya tengo ganas de empezar a jugar”, le lanzó flores a Mourinho en una carta pública. 

Los fracasos de una generación obligada al triunfo, tanto en Brasil 2014 como en Francia 2016, le explotaron sobre todo a él. Con la llegada de Lopetegui al banco y bajo un liderazgo muy marcado de Sergio Ramos, por el momento la selección parece pasado para el jugador del Chelsea. “No creo que sea mi final, hablé con el técnico y le agradecí su sinceridad. Trabajaré para volver”. 

Altas y bajas vestido de Blue, que sin Mourinho al frente, vio perder protagonismo en el once bajo los efectos de Conte, a quien actualmente busca seducir nuevamente. 

Elemento con clase y alma competitiva, que jamás ve lo bueno que hace sino que trata de mejorar lo malo que hizo.

Mediocampista total con alma pendenciera e instinto de nueve fantasmal. Un tipo lento de piernas, pero que vive a exceso de velocidad cada vez que toca la bola y piensa en favor del equipo. 

Poseedor de una dualidad incontrolable y competitiva que logra permitirle, sin ofenderse, el tirar una barrida y acto seguido montar técnicamente un acto circense sin parangón que deslumbra a la galera. 

Cesc, un jugador precoz que siempre vive adelantado y que jamás se queda con algo; al contrario, siempre busca dar más allá de sus alcances y potestades.  

“Cuando no juegas no toca otra que mamar. El trabajo duro no garantiza éxito, pero el no trabajar te garantiza el fracaso”.

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