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Opinión

Christian Martinoli

Uno de los mejores cronistas deportivos en México, trabaja para TV Azteca y ha colaborado con RÉCORD desde 2010.

Soñador

2015-10-08 | Christian Martinoli
CHRISTIAN MARTINOLI
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Un impuesto del gobierno boliviano a una empresa chilena fue el pretexto ideal para desatar lo que se venía cocinando con el rencor regional acumulado por los años. El ejército chileno tomó la ciudad de Antofagasta (territorio boliviano) y Bolivia le declaró la guerra. Perú se alió a Bolivia y Chile entró en batalla contra ambas naciones durante cuatro años creando La Guerra del Pacífico.

Para 1883, Chile obtuvo parte del sur peruano y toda la costa boliviana. El conflicto lo había ganado en el norte donde las minas de cobre más grandes del mundo serían de su propiedad; sin embargo, al mismo tiempo en el sur negoció la Patagonia oriental con Argentina, en lo que fue considerada una derrota política absoluta, ya que perdieron todo lo que había del otro lado de Los Andes, en su parte más austral. La contienda con Bolivia, que pide restablecer una salida al mar, sigue hoy tan vigente como desde hace 130 años, una historia compleja y sin desenlace visible a corto plazo.

Ahí enclavada con mirada fija hacia el inmenso Pacífico se encuentra Tocopilla, un viejo pueblo pesquero que por su cercanía a los yacimientos que le generan los mayores ingresos a la economía chilena, es un punto vital de la región norteña del país autodenominado por su curiosa estructura geográfica como ‘el pasillo de Sudamérica’.

Tocopilla solía ser un lugar tranquilo donde el viento de invierno se escuchaba nítido mientras te partía los labios. Donde la vida pasaba lenta, pero segura; sin embargo, desde hace décadas, un zumbido eterno se apoderó del aire y un polvo blanco casi imperceptible devora toda forma de vida terrestre y marina.

Y es que la presencia de las Centrales Termoeléctricas, que generan la energía para la explotación de las minas, tienen contaminado todo el ambiente provocando que los índices de cáncer pulmonar en esa ciudad sean los más altos del país.

Ahí nació Alexis, uno de los cuatro hijos de Martina, madre soltera, su novio la abandonó, “dijo ir a la mina a trabajar y jamás volvió”; ella se dedicaba a limpiar pescados en el puerto, vender mariscos en pueblos aledaños y con gran esfuerzo y sus manos levantó la casa de adobe y lámina donde creció su familia.

Alexis era un niño muy inquieto que destacaba entre la ‘pasividad’ de varios paisanos, quienes preferían jugar beisbol; deporte que trajeron a la región unos estadounidenses cuando llegaron a trabajar el salitre. El pequeño lo consideraba un juego pausado, demasiado cerebral, él quería actividad constante. Alexis no paraba, en más de una oportunidad le mintió a su madre diciendo que iba a la escuela cuando en realidad buscaba cualquier excusa para salir a jugar futbol con sus amigos. En Tocopilla todos se conocían, de ahí que un porcentaje mensual del dinero que traía Martina a la casa, debía ir para reparar los vidrios de los vecinos que el travieso Alexis rompía con sus interminables tardes de futbol. Ventana rota, era igual a: el pequeño Sánchez la quebró, nadie dudaba de eso. “En el barrio lo conocían como ‘Dilla’, porque su comportamiento era una pesadilla”, contó su hermano Humberto a TVN.

Conforme crecía se sintió en deuda con su mamá por el tema del ‘vidricidio’ y entonces se puso a lavar coches afuera del cementerio, era poco dinero el que obtenía, pero por lo menos saldaría cualquier deuda vecinal tras sus gritos de gol. “Voy a ser futbolista y te traeré mucho dinero”, le decía a su madre. Los libros no le entraban, la lucha eterna en casa era para que dejara la pelota, tomara el lápiz y así cumpliera con sus deberes escolares.

Sin saberlo, un día aplicó la misma historia que el gran ídolo del futbol chileno Iván Zamorano; cuando la maestra le pidió a ‘Bam Bam’ que anotara algo que le llamara la atención a sus compañeros de clase, Iván puso su nombre “Esta firma dentro de unos años valdrá millones”, les dijo. Bueno, a Alexis le pidieron que pusiera qué sería de grande y el colocó, “Seré el mejor jugador de futbol de Chile y del mundo”.

Mientras varios chicos de su generación eran seducidos por el ocio, la droga y el vandalismo, Alexis se concentraba en jugar todos los partidos posibles que los torneos de la ciudad le permitieran. A veces cobraba por ello módicas cantidades y en otras pedía a cambio que le regalaran los zapatos de futbol. Incluso una ocasión Aleksander Kurtovic, el Presidente Municipal de la ciudad le obsequió unos tachones Reebok, “dormía con ellos”, le dijo a La Tercera.

Su habilidad lo hacía capaz de intercalar todo su talento y sobresalir incluso con muchachos tres años mayores que él. Es cierto que varios se quejaban de que no pasaba la pelota, pero nadie negaba la categoría de su juego y los resultados que entregaba.

Ya con 15 años, Cobreloa lo fichó. A los 17 jugaba en Primera y debutó en la Selección, siendo el chileno con menor edad en hacerlo: “el día que llegué al vestidor, nadie me conocía y Salas me mandó al vestidor de la reserva, pensó que era un extraño”, relató a El Mercurio.

En Italia, el Udinese tiene un gran ojo para contratar jóvenes incipientes que puedan en el mediano plazo despuntar a nivel internacional. Apostaron por Alexis, pero no lo quemarían de entrada en la Serie A, primero deseaban que jugara con estadios llenos y bajo la responsabilidad de ganar en un equipo grande; así que lo prestaron primero a Colo Colo y posteriormente le subieron el escalón cuando fichó con River Plate.  

Velocidad, desequilibrio, desenfreno, zigzagueo, vértigo, locura desmedida a mil kilómetros por segundo, así era su andar por los campos, sorprendente para una persona que venía de un lugar en donde los vientos contaminados te destrozan las vías respiratorias. Sánchez se curtió bien de piernas y oídos, porque más patadas e insultos que en Argentina difícilmente podría haber experimentado en otra parte.

“Cuando llegué a Italia, pensé que lo sabía todo, pero en realidad conocía muy poco del juego”,  Alexis le comentó a Radio Cooperativa esto, luego de hablar de las distintas formas de entrenamiento que manejaba el cuadro de Friuli a lo que él había trabajado en Sudamérica.

Su promedio de goles nunca fueron espectaculares, sin embargo lo que desarrollaba alrededor del equipo era lo importante. Rompía defensas, aprovechaba contragolpes y jalaba marcas, por eso lo contrató el Barcelona, ahí lo que debía aprender era lo que menos le gustaba, pasar la pelota.

Jugando con figuras mundiales automáticamente su futbol se dimensionó y sus estadísticas se duplicaron. Eclipsado por los monstruos del vestidor blaugrana, sus chispazos eran secundarios y viajaban en segunda clase dentro de un tren que en primera solo tenía tres asientos, reservados para Messi, Iniesta y Xavi.

“Soy un jugadorazo, sé que te puedo ganar partidos. Aunque no haga goles, para mí voy a seguir siendo uno de los mejores del mundo”, lanzó caliente mientras era cuestionado constantemente por la gente en Cataluña. Terminó peleándose con Martino, en una temporada que el equipo acabó rozando todo y quedándose con nada.

El mercado se movió, Arsene Wenger, vio en Alexis a su nuevo fetiche y el andino rompió paradigmas en Inglaterra. La confianza escurrida en sus últimos minutos como culé se vio recuperada ante la capa de protagonista que el técnico francés le puso al nacido en el norte de Chile.

Los Gunners en la grada fueron seducidos por los 25 goles marcados por el número 17, sólo uno menos que los 26 anotados por el prócer Thierry Henry en su primera temporada en Highbury. Con la Roja, Marcelo Bielsa fue quien le abrió el mundo, los ojos y lo hizo mejor futbolista, “Yo tomaba la pelota, corría y para delante. Él me hizo que levantara la cabeza y escogiera mejor mis pausas, mis ritmos”.

Hace unos meses, la presión de la localía en la Copa América parecía devorarlo, no obstante Chile dio un torneo excelso que no necesitó el protagonismo, ni la mejor versión de Sánchez para hacer historia. Eso sí, él fue quien frotó la lámpara contra Romero y ‘a lo Panenka’ levantó la cortina oscura que cubría de fracasos al futbol chileno.

La vida parece cada día sonreírle más a un chico que siempre que puede vuelve a la polvorienta Tocopilla, ahí sigue viviendo su madre en una casa discreta que en Santiago sería de clase media. Hoy una calle lleva su nombre y él se ha vuelto un benefactor del lugar. Ha arreglado calles, zonas deportivas, escuelas y forma parte de las celebraciones decembrinas en donde un camión pasa por la ciudad repartiendo dulces y regalos. “Antes yo esperaba ese día y perseguía el camión en busca de un caramelo, hoy yo soy el que los paga y los entrega. Me encanta estar con mi gente y en casa”, le dijo a El Gráfico.

Nunca un chileno ha jugado tres mundiales consecutivos y Alexis podría ser el primero en lograrlo. Actualmente forma parte de una generación que juega con precisión técnica a máxima velocidad, con un equipo que no necesita de una sola figura para trascender por más que él sea la gran estrella mediática del plantel.

“Mi futbol es de la calle”, suele repetir cuando lo entrevistan. Aunque da la impresión que lo tiene todo, él desea cumplir varios sueños, ya que quiere ser Campeón del mundo, incluso ser actor de Hollywood pero sobre todo desea retirarse como futbolista con el club de la Universidad de Chile, el equipo del que era fanático su tío paterno José Delaigue, el hombre que fungió como padre cuando la vida amenazaba con derrumbarle el castillo de cartas a aquel niño que rompía cristales fantaseando con ser el mejor jugador del mundo.

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