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Opinión

Christian Martinoli

Uno de los mejores cronistas deportivos en México, trabaja para TV Azteca y ha colaborado con RÉCORD desde 2010.

Vikingo

2017-02-09 | Christian Martinoli
CHRISTIAN MARTINOLI
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Si acaso se entrenaban dos veces a la semana y jamás lo hacían sobre césped, además dependían invariablemente del clima y sobre todo de la temporada del año para juguetear con las extremas condiciones solares y así poder disfrutar de un balón. Porque al final practicar el futbol en Islandia en los años setenta era una proeza amateur digna de amor y paciencia, mucha paciencia, una virtud que por aquellas lejanas tierras es natural, innata. 

Apenas tenía 17 años cuando a Arnór le avisaron que su vida cambiaría para siempre. Sería padre, así que debía tomar una decisión rápida entre dejar los estudios y encontrar trabajo o aventurarse por el futbol que tanto le gustaba y buscar profesionalismo en la Europa continental. 

Optó por lo que sentía como propio y sin más probó fortuna en Bélgica con el club Lokeren. Por suerte se quedó y hacia allá movió a su nueva familia. 

Eidur le pusieron al pequeño de ojos claros y cabello transparente. Un bebé que sin saberlo crecería al lado de una pelota y de una figura del futbol belga, ya que su papá en menos de una década por Flandes conformó un equipo histórico junto a Morten Olsen, Enzo Scifo y Erwin Vandenbergh, que hicieron Subcampeón de la Copa UEFA al Anderlecht. 

“Desde que vi a los tres años un balón me enamoré; no quise saber nada más de nada. Me emocionaba mucho ir a ver a mi papá jugar y yo quería ser como él”, le contó a Chelsea TV. 

Eidur construyó su sueño de futbol por Francia y Suecia, mientras seguía los pasos de su padre. Como si se tratara de una compañía de circo, el hijo del famoso mediocampista Gudjohnsen, adaptaba su juego, su savia y sus ideas a lo que la vida, las costumbres y los idiomas le ofrecían al paso. 

Por eso, cuando consideró que el balompié sería su modus vivendi heredado, Eidur pidió autorización para salir de la casa, emigrar a Holanda y formar parte de las inferiores del PSV. 

“Me encontré con Ronaldo, él tenía dos años más que yo y ya era profesional. Sin duda sus condiciones asombraban a todos. Uno a la distancia trataba de aprenderle algo”. 

Los islandeses son pocos, pero se conocen mucho; por lo tanto, conforman un círculo cerrado de fraternidad y complicidad a prueba de balas. De tal manera, no era raro que siguieran las tempranas huellas del hijo de Gudjohnsen, del cual se aseguraba podría ser mejor que el padre. 

“Mi papá era más fuerte y cabeceaba muy bien. Yo quizá soy mejor técnicamente”, le dijo a The Guardian.

El tener a un juvenil entrenando al más alto nivel, lleno de talento y con genes de figura local, hicieron que la gente de la selección mayor lo debutara a los 17 años. El 24 de abril de 1996, en Tallin, Estonia, su equipo ganaba 3-0. El cartel del cuarto árbitro indicaba que el número ‘9’ debía salir del campo por una molestia en la cadera y en su lugar ingresaría el ‘13’, el joven Eidur Gudjohnsen; suficiente noticia era en la tierra del hielo que el chamaco del PSV formara parte de la nueva esperanza del cuadro nacional; sin embargo, la información recorrió el mundo entero porque aquel ‘9’ al que sustituyó, era su padre. 

Un sentido beso fue el que recibió por parte de Arnór, para inmediatamente después catapultarse a una nueva odisea que con el correr del tiempo lo pondría en lo más alto de las estadísticas islandesas. 

“Tuve tres oportunidades para anotar, no pude, pero está bien para ser mi primer partido”, le dijo al único medio de su país que cubrió aquel encuentro. 

El anhelo de Arnór era jugar al lado de Eidur; sin embargo, Eggert Magnusson, mandamás de aquel balompié, quería que el acto fraternal se diera seis semanas después, cuando les tocara ser locales. 

El evento jamás cuajó porque el menor de los Gudjohnsen se fracturó el tobillo y quedó fuera de actividad dos años; a la par, Arnór dejaba el futbol de manera definitiva. 

“Me operaron siete veces. Me dijeron que quizá no volvería a jugar. Sin embargo sabía que podía regresar, algo me lo decía. Nunca me dejé vencer por el miedo”, relató para FourFourTwo. 

Decepción enorme desbordó a Arnór, porque el tiempo le arrancaba de tajo la posibilidad de estar junto a su vástago tocando la bola y divirtiéndose como lo hacían cuando Eidur apenas era un niño. “Es lo único que le reprocho a mi carrera”, admitió en infinidad de reportajes el mayor de los Gudjohnsen. 

Cuando por fin pudo volver al juego, todos se sorprendieron por las nulas secuelas del quirófano, pero sobre todo de la fortaleza mental con la que regresó. El Bolton de Inglaterra fue su impulso y tras una gran campaña, el salto de calidad se lo ofreció el Chelsea. 

Era un cuadro de abolengo londinense, pero alejado de las grandes vitrinas. Vivía una etapa de reconstrucción y el dinero del ruso Abramovich estaba a punto de llegar. Gudjohnsen, en distintas etapas dentro del club, aprendió de experimentados como Poyet y Zola. Creció al lado de Lampard y Terry. Compitió con Crespo, Mutu, Drogba y Kezman. E hizo de Hasselbaink su cómplice perfecto. Fueron 78 goles vestido de azul con cinco vueltas olímpicas; entre ellas dos de Premiership. Recordada y polémica es la foto en donde se le ve afeitándose en el vestidor utilizando el trofeo de campeón como espejo. Su nombre en Stamford Bridge es cosa seria. 

Eidur debió luchar con fiestas interminables repletas de alcohol que alguna vez lo hicieron caer en la comisaría y también logró eludir el que era su vicio: las apuestas. “Llegué en una noche a ganar 100 mil libras, pero al poco tiempo perder medio millón. Sentía una adrenalina increíble cuando jugaba, era similar a la de anotar un gol. Sin embargo, me di cuenta que era pasajero y que si seguía de esta manera terminaría sin nada en poco tiempo. Juré no volver pisar un casino”, le declaró a la revista People. 

El Real Madrid intentó tenerlo, pero la oferta del Barça inclinó sus deseos. “Llegué a Barcelona porque era campeón de todo y me pareció una enorme oportunidad. Me dijeron que debía ser el sucesor de Larsson, en verdad insistieron demasiado en ello; quizá por el hecho de que también era nórdico, no lo sé”, declaró años después a Sport. 

La realidad es que se montó en el tren del triunfo y aunque su trabajo fue esporádico, no le desagradó la experiencia catalana que le dio la chance de disfrutar de una Champions. 

Frío y calculador para la definición. Rápido de mente. Poseedor de una derecha simple y elegante. Delantero centro, media punta o segundo atacante, en verdad daba igual, porque sus diagonales constantes a la espalda de los defensas y su impresionante virtud para quedar mano a mano ante el portero, le entregaban una infalible capacidad de adaptación a cualquier sistema táctico. Su marca registrada era la tan difícil y mentada petición que siempre promovió e hizo famosa Menotti. “El gol tiene que ser un pase a la red”.

Eidur, lo hacía. Mutaba en un témpano dentro del área y definía con parte interna buscando un palo, o si la ocasión lo ameritaba con una sutil picada por encima del achique del arquero. 

Después la carrera del islandés prosiguió por equipos de menor calibre y varios lugares exóticos. El asunto es que su vida dentro de los campos no se podría entender sin la selección, ésa de la cual se convirtió en el máximo anotador. 

Nunca pudo jugar un Mundial y lo más cercano que estuvo fue en la eliminatoria rumbo a Brasil, cuando su nación frotó la hazaña en el Repechaje que terminó perdiendo 2-0 contra Croacia. 

“Es muy triste... (se detiene mientras las lágrimas lo abruman, sonrojando el contorno de sus ojos y su fortaleza guerrera hace hasta lo imposible por mantener la calma frente a la cámara) creo que éste ha sido mi último juego”, mencionó devastado, ante el abrazo fraternal de un reportero que antes que cualquier otra cosa era uno de los otros 300 mil islandeses que también lloraban su partida aquella noche amarga de Zagreb.

Pero aquella eliminatoria sólo sería el inicio de algo grande para Islandia, porque una generación de futbolistas que vieron reflejadas sus ganas de ser en la figura del ya veterano Eidur, armaron una tremenda hazaña al calificar a la Euro de Francia. 

Gudjohnsen, fuera de reflectores, no podía faltar. Era un homenaje en vida y todos querían que aprovechará la ocasión.

“Me dicen abuelo en la selección. Son chicos que me vieron jugar cuando eran niños y aunque no les llevo tantos años, me tienen mucho cariño y respeto; afronté mi realidad y me gustó mucho poder jugar un gran torneo con mi selección”. 

Los vikingos sorprendieron a todos y obsequiaron un torneo reluciente y emblemático. Gudjohnsen participó dos veces como relevo y ante el éxito de la campaña europea, el apodado Oso Polar dijo: “Trabajamos en equipo. No sabemos hacerlo de otra manera. Podemos estar perdiendo, pero tenemos una mentalidad positiva, así que levantamos un brazo y seguimos adelante luchando por conseguir el objetivo”.

Siete idiomas distribuye en el cerebro. Diez países lo han visto destilar goles y practicidad. Sintió la intensidad de un Mourinho en éxtasis y vio nacer a un joven Guardiola. 

Gudjohnsen no creció en Islandia, pero ama a su fascinante país de veladas perpetuas y soles de medianoche. Lugar de erupciones y vapores. De aguas ardientes e interminables glaciares. Un sitio extremo desde su ubicación y desde su pensamiento.

“Soy un islandés atípico. A la mayoría le gusta quedarse en casa, pero a mí me gusta explorar el mundo. Pero cuando estoy en Islandia, sobre todo en verano, el sol nunca se va, es ahí que adoro hacer un asado y jugar golf hasta las cuatro de la mañana”. 

Pensamiento de un hombre que sustituyó a su padre y honró su nombre por donde hizo pisada. Nada fácil ser “el hijo de...” y lograr sobresalir por el mundo. Eso sólo lo consiguen aquellos que se reinventan, se arriesgan y jamás ceden. Instinto explorador. Instinto vikingo.

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