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Opinión

David Faitelson

David Faitelson es dueño de un estilo duro, pero frontal al momento de dar opiniones, que incluso le han traído choques con algunas figuras.

El eterno adolescente...

2015-10-20 | David Faitelson
DAVID FAITELSON
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Recuerdo la escena como si fuera ayer: La tarde en el Estadio Nacional de Lima agonizaba en el murmullo que desde atrás de la portería norte provocaban unos cuantos aficionados y familiares que habían hecho un largo viaje para estar cerca de los jugadores. Con el sol escondiéndose desde el Puerto del Callao, con el cielo repleto de trozos de papel en colores rojo y blanco, con el himno de la FIFA que retumbaba en las bocinas principales del viejo escenario, el entonces ‘santo e intocable’ Joseph Blatter le entregaba el trofeo al capitán Patricio Araujo. Comenzaba la algarabía, las celebraciones. México era Campeón del Mundo, por primera vez, en el futbol.  

En una etapa en la que se supone debería adolecer o sufrir, el futbol mexicano disfruta su libertad. Convence y gana, en la cancha. Esparce otra vez las ilusiones de ser los mejores en una categoría. El futbol mexicano de la adolescencia es grato, entero, ganador y poderoso, es casi lo que todos los aficionados al futbol de este país siempre han añorado. ¿Qué pasa después? Ésa es una buena pregunta.  

Apenas a unos días de haber celebrado el décimo aniversario del primer Mundial de futbol que México ha ganado, otra selección integrada por jugadores Sub 17, esta vez en Chile, ha comenzado la Copa Mundial de la FIFA con una categórica victoria sobre Argentina, una de las grandes potencias –en todos los niveles– del mundo del futbol.  

Queda la sensación de que el futbol de México debería sostenerse eternamente en una etapa de adolescencia y que a los 17 años o en Selecciones con límite de edad, el futbolista tiene otra clase de argumentos técnicos, físicos e incluso mentales para trascender. En los últimos años, “la cosecha” ha sido muy buena: dos títulos mundiales en la categoría de los Sub 17, medalla de oro en los Juegos Panamericanos, tercer lugar en un Mundial Sub 20 y por supuesto, “la joya de la corona”: el Oro Olímpico en Londres 2012. Pero yo insisto: ¿Qué pasa después?  

Tal parece que no sólo sucede en el futbol. Hay otros deportes en México donde en niveles infantiles y juveniles, los resultados son sublimes, extraordinarios. El fenómeno se repite una y otra vez: el chico crece, se desarrolla y enseguida decae en su productividad, en su nivel y en sus resultados.  

He tratado de consultar a algunos expertos: entrenadores, dirigentes, médicos, psicólogos del deporte, atletas y exatletas. La mayor parte de ellos coinciden en un punto fundamental: el dinero. Es decir, la etapa profesional por la que atraviesan esos deportistas terminan perjudicándoles en lugar de asentar y ratificar sus grandes condiciones en el deporte.  

El futbolista es el caso más justificado y, al mismo tiempo, el más  injustificado. La diferencia en el cheque de cualquiera de los jugadores que están hoy mismo concentrados en Chile bajo las órdenes de Mario Arteaga es diametralmente opuesto a cuando logren dar el siguiente paso en el profesionalismo pleno y absoluto. Algo sucede cuando aparece el dinero, y con el dinero, otro tipo de simplezas y de objetos materiales: la ropa, el auto, los relojes, las joyas, los amigos, los malos amigos, las novias, las artistas, los brindis, los restaurantes de lujo y todo lo que en la mayor parte de los casos jamás antes, en su nacimiento y niñez,  habrían podido  alcanzar.  

El problema no está en controlar el balón, en hacer un ‘pique’ de 40 metros, en rematar de cabeza o realizar un cambio de juego. El futbolista mexicano está tan dotado de características técnicas y físicas como cualquier otro en el mundo. No es ni mejor ni peor que un brasileño, un alemán, un italiano o un español. El problema está en el proceso mental de sentirse ganador, poderoso, de poder hacer lo que no hacía antes y de abusar de ello, de llegar a extremos  y fastidiarlo todo.  

Sigue Australia y luego Alemania. En cualquier otra situación, compartir un grupo con argentinos y alemanes sería terrible para el futbol mexicano. En este caso, es un aliciente, casi una garantía de que puede vencer a los dos, ganar el grupo y continuar con rumbo a las finales. Y es que en su adolescencia, el futbol mexicano es libre, pleno, ganador y poderoso. Después... ¿quién sabe? 

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