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Opinión

David Faitelson

David Faitelson es dueño de un estilo duro, pero frontal al momento de dar opiniones, que incluso le han traído choques con algunas figuras.

'El Piojo'

2018-12-14 | David Faitelson
DAVID FAITELSON
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Ninguna posición es fácil en el futbol de nuestros tiempos, mucho menos la de ser el entrenador del América, donde partido a partido, prueba a prueba, te guste o no, estás sentado sobre un 'barril de pólvora' a punto de estallar.

“La verdad es que duermo bien...”, y enseguida corrige agregando: “No me duermo temprano. Me quedo viendo la televisión o repasando jugadas hasta las cuatro de la mañana. En ese sentido soy un obsesivo”.

Miguel Herrera cumple casi a la perfección con los requisitos para el puesto. Nos pueden gustar o no sus formas, sus maneras más allá de la cancha, sus exasperadas conferencias de prensa y el siempre reprobable y lamentable episodio con Martinoli y Luis García, pero la realidad es que él mejor que nadie sabe el papel que debe jugar en un club de las dimensiones pasionales del América. Y al final, esa forma de ser tan particular, tan suya, tan natural, termina afectando -positivamente- lo que el equipo hace o intenta hacer sobre la cancha de juego.

Conocí a Miguel Herrera hace ya algunos años, cuando era futbolista -limitado-, pero todo entrega en el campo. En el Atlante, en Tecos, en Santos o en Toros Neza. Todos los reporteros de la 'fuente' sabíamos que al final del juego, irremediablemente, habría una noticia espectacular en las declaraciones del llamado 'Piojo'. Al mismo tiempo, sus palabras, luego del noticiario, eran recogidas por la Comisión de Disciplina que le infringía un certero castigo. Es decir, más allá de su indudable crecimiento que ha tenido con el pasar de los años como persona y como profesional, Herrera, en la cancha y fuera de ella, sigue siendo aquel chico de los mechones rubios que corría desenfrenadamente por la banda y que 'inyectaba' la adrenalina que su equipo suplicaba con desesperación cuando a Mohamed se le acaba 'el gas' y el 'Pony' Ruiz no tenía más ideas.

Su carrera como entrenador no ha sido sencilla, pero ha sido también una esencia de su propia personalidad. Un día está en lo más alto y al otro desciende vertiginosamente. El descenso con Veracruz en 2008, por ejemplo. Se le reclama que tiene un solo Campeonato en su historia -aquel que obtuvo ante Cruz Azul en la milagrosa noche del 26 de mayo de 2013-, pero tuvo trabajos muy interesantes en Atlante, en Monterrey y en Tijuana, que debieron haberle significado un mayor reconocimiento.

Sus días en la Selección no fueron malos. Logró llevar a México a un nivel en 2014, al que no se acercó la Selección de 2018, pero su propio ímpetu terminó descomponiendo lo que ocurría en la cancha. “Es un tipo de intensidad”, cuenta Luis Miguel Salvador, que fue compañero suyo en la cancha y que lo tuvo como entrenador en Rayados. “Y esa intensidad se transmite a todos los que están a su lado. Un club de futbol no puede vivir sin intensidad”.

La realidad es que, nos guste o no, el América tiene al entrenador adecuado. Un tipo que declara, que instiga, que amenaza, que promete y que no se queda quieto ni un instante. Un elemento imprescindible para un club de futbol que se jacta de ser el más pasional del país y cuyo lema, bajo el escudo, dice: “Ódiame más”.

“No sé. Todo depende de lo que pase el domingo”, dice Herrera sobre la posibilidad de que no tenga continuidad en la dirección técnica del América. “Es verdad que hasta ahora hemos hecho un torneo muy bueno, pero en este club, sin el título, no eres nadie ni lograste nada”. Y eso, para mí, es entender con sabiduría lo que significa el América y el americanismo. No hay concesiones, tampoco pretextos. Es un equipo concebido sobre la base de la gloria. Si no la consigue, se cree, se siente y se asume como un fracasado.

Y del “Cruz Azul es un inquilino” a la de: “Un director deportivo no gana campeonatos”. Miguel sabe el juego que juega, entiende perfectamente dónde está sentado y sabe -eso creemos o mejor dicho, salvo raras excepcionescontrolar su ímpetu.

Hace algunas temporadas, le otorgábamos a Ricardo Peláez el reconocimiento de lo que había sucedido en el América por encima de Herrera. La realidad es que Herrera ha demostrado, en poco tiempo, que puede trabajar sin la tutela de Peláez. Le falta, todavía, conseguir lo más importante para el América: el trofeo.

Recuerdo una anécdota justo en su temporada de debut como entrenador de aquel Atlante que jugaba en Neza. Le pedí, en mi trabajo como reportero de color, que se colocará un micrófono en el primer tiempo de un juego contra el América. Me dijo que no, porque decía muchas groserías, pero ante mi insistencia, me pidió que consultara con José Antonio García y que si el dirigente azulgrana lo autorizaba, él aceptaba. Y así fue. Convencí a García y durante el primer tiempo de aquel juego en el Neza 86, Herrera tenía un micrófono oculto en su siempre elegante traje.

Los primeros minutos fueron angustiosos. Iba a decir algo y recordaba que tenía un micrófono y se contenía. Hablaba entre susurros y buscaba las mejores palabras para referirse a sus jugadores y los rivales -entre los que se encontraba Cuauhtémoc Blanco-. Un primer tiempo donde un micrófono fue capaz de contener el ímpetu del más impetuoso. A medio tiempo, en el vestidor de Neza, me dijo: “Ya quítame esta chingadera, por favor...”. Y 'El Piojo' volvió a ser 'El Piojo'. Recuerdo que Roberto Andrade, entonces jugador del Atlante, me llamó en el estacionamiento del estadio y me dijo, seriamente: ¿No habría forma de que le dejaras permanentemente el micrófono al 'Piojo'?

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