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Opinión

David Faitelson

David Faitelson es dueño de un estilo duro, pero frontal al momento de dar opiniones, que incluso le han traído choques con algunas figuras.

Entre la desesperanza y la esperanza

2017-09-22 | David Faitelson
DAVID FAITELSON
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A la una de la tarde con 14 minutos y 40 segundos del martes 19 de septiembre del año 2017, comenzó la desesperanza en medio de la esperanza.

La tierra se movía. Mi pulso se aceleraba. Las manos me temblaban. Sudaba frío. Y yo corría, corría mientras todo a mi alrededor parecía derrumbarse.

Pedazos que caían desde el techo, el estruendo de los vidrios rotos, la alarma sísmica, gritos de desesperación y de angustia, personas bajo las mesas que improvisaban un refugio, otras más aferradas a las columnas del edificio que imploraban, rezaban y que más tarde, según podría entender, estaban ‘confesándose’ ante lo inevitable. “Padre nuestro que estás en el cielo…”. “Recíbeme Señor en tu reino…”. “Que se haga tu voluntad…”.

Algunas de esas frases hacían más eterno y complicado mi suplicio, mi carrera, mi ‘huida’. La verdad, no iba a ninguna parte. No sabía a dónde ir.

La calle quedaba demasiado lejos, y todos los rincones de la terminal del aeropuerto parecían ocupados ya por personas que se aferraban a las paredes, a las estructuras mientras invocaban por una esperanza

Cuando finalmente el movimiento parecía detenerse, había personas arrodilladas en crisis nerviosa y otras más desmayadas. En ese momento, no recordaba dónde estaba, mucho menos dónde había dejado mis maletas con mi ropa y el pasaporte.

El temblor en mis manos y la sensación de frío en los pies eran señas de presión alta, muy alta. Necesitaba un ‘Tafil’ (un Xanax), que siempre traigo en mi bolsa porque me ponen nervioso los sitios cerrados (iba a tomar un vuelo).

Pedí agua, pero una señora me dijo que no era recomendable tomar nada. Me trague el ‘Tafil’ con la poca saliva que me quedaba. Luego reparé que había dejado mis maletas justo antes del filtro de seguridad. Corrí hacia allá. Mi huida continuaba…

Algunos minutos después, estaba junto a otras miles de personas en la calle, bajo el sol, hablando y temiendo por las noticias que a distancia nos llegaban. Me dieron agua, comida y también esperanza, justo lo que necesitaba en ese instante.

Confieso que el momento exacto del terremoto sigue apareciendo en mi mente y en mis pesadillas, pero hay otras cosas que parecen más importantes ahora: encontrar bajo los escombros a los que aún tienen vida, a gente que respira y que al igual que yo en su momento, está huyendo de ‘la muerte’ y que no se rinden a pesar de la adversidad.

Y a otros miles de personas que se quedaron sin casa, sin hogar y sin familiares y que no saben dónde dormirán esta misma noche.

Pero hay algo que me parece importante destacar de todo esto: la solidaridad del mexicano. Al igual que ocurrió después de aquella trágica mañana de hace 32 años, hoy hemos conocido, entre el terror, la angustia, la desesperación, el drama, la impotencia y los escombros, a la mejor parte del mexicano: el que ayuda, el que está lleno de nobleza, el que estrecha la mano, abre el corazón y se une para auxiliar al que está a su lado.

Miles de personas, además de personal militar, bomberos, elementos de Protección Civil, policías, médicos, enfermeras que han dado lo mejor de sí. Llenos de polvo, trabajan incansablemente entre hierros retorcidos, ladrillos y los restos del edificio con la finalidad de encontrar alguna señal de vida.

Arriesgan la de ellos sin importarles nada. Levantan el puño para pedir silencio, para escuchar alguna expresión, algún latido, alguna prueba de esperanza. Nuestras calles están llenas de héroes. Pido un aplauso y una oración por ellos.

La ‘familia’ futbolística mexicana ha entendido muy bien la situación. Se ha sensibilizado y ha comprendido cual es su responsabilidad en ésta gran tragedia. Un aplauso para los clubes, futbolistas y dirigentes.

Hemos vuelto a pasar por una tragedia más de tres décadas después. Saldremos de ella como hemos salido de otras. Hoy, como siempre, la prioridad es la misma: la vida. Y donde hay desesperanza, surge enseguida la esperanza...

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