Tan "grandes" como los "grandes"

No llamarles “grandes” es la última trinchera que les queda a algunos para refugiarse en su egoísmo y hasta en su estupidez. Rayados y Tigres son tan “grandes” o aún más “grandes” que lo que inocente y románticamente conocíamos o conocemos como “grandes” del futbol mexicano.

Siempre supusimos que el “gran problema” de los equipos y en general del futbol de Monterrey era que sólo pensaban en sí mismos. Lo que nunca dedujimos es que esa manera de pensar –que puede ser desde tradicional, pasando por egoísta y hasta cerrada– le llevaría a dominar las pulsaciones futbolísticas de una Liga, que no es una liga regional o que podríamos denominar como “regiomontana”, sino nada menos y nada más que la Liga MX.

En los últimos años, el futbol mexicano ha visto positivamente el crecimiento de otras entidades futbolísticas alejadas de los nombres que históricamente se reconocen como grandes –América, Chivas, Pumas y Cruz Azul–. Se agregaron, con gran protagonismo, los nombres de equipos “pequeños” o “medianos” como Pachuca y Santos y crecieron, infinitamente, los de Tigres y Rayados. La seriedad de los proyectos, la importancia de las empresas que están detrás –Cemex y Femsa– y la gran pasión y orgullo que tiene el regiomontano por sus equipos de futbol han terminado “detonando” en el poder norteño. No es extraño ver hoy a Rayados y a Tigres en la parte más elevada de la tabla como grandes protagonistas del campeonato.

El gran secreto de ese insólito crecimiento ha partido desde algo y básico en la cancha, en los negocios y en la vida misma: la competencia. La oposición y el deseo de ser mejores que el rival han contribuido a la riqueza de los planteles. Lo que alguna vez fue el chileno Suazo, hoy es Gignac del otro lado de la ciudad. A la poderosa alineación de Tigres –Aquino, Pizarro, Valencia, Dueñas, Zelayarán– había que contrarrestarla con nombres como el de Funes Mori, Pabón o Avilés Hurtado. Si Tigres encontró un portero de la seguridad y personalidad de Nahuel, Rayados ha buscado el suyo tras la época de Jonathan Orozco. Y de lo mismo fuimos testigos hace un par de semanas, cuando uno logró la repatriación de Carlos Salcedo, el otro se apuró para terminar de convencer a Miguel Layún.

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“Y es que ustedes no se imaginan lo que es esto”, me dijo recientemente el entrenador de Tigres, Ricardo Ferretti. “Aquí se me permiten muchas cosas, perder algunos juegos, pero nunca el partido ante el rival de la ciudad”.

Si se trata de dinero, si se trata de orden, de trabajo, de continuidad en los proyectos, de inteligencia y hasta si ponemos la pasión de por medio, los clubes de Monterrey están al nivel y hasta por encima de los que tradicionalmente mandaban en el futbol mexicano. No declararles como “grandes” es una verdadera tontería, una necedad por no llamarle estupidez en tiempos donde el futbol mexicano ha cambiado su mapa de poderes.

No podemos vivir del recuerdo. La historia de este futbol ha cambiado –en algunos casos para bien y en otros para mal–. Pero está claro que el crecimiento de algunas franquicias, la llegada de nuevas empresas, de otros dineros y el valor de la industria del futbol mexicano –sea como un compromiso de esas empresas con sus comunidades o quizá hasta una forma de descargar impuestos (esa es otra historia)– ha colaborado en una emancipación de la fuerza futbolística.

Ver la tabla de la Liga MX dominada por Rayados y por Tigres debe ser algo normal en los días que vive el futbol mexicano. Son dos “grandes” ejerciendo en el campo las decisiones que han tomado fuera de él. Le guste o no a los del América, a los de Chivas, a los de Cruz Azul o a los de Pumas o hasta algunos despistados que siguen creyendo que en México existe una provincia y un poder centralizado, les informo que no y que Tigres y Rayados están por encima de todos.