Un futbol sin educación...

Es y sigue siendo un tema de educación.

Nada se justifica cuando la educación desaparece en el ser humano: Ni las supuestas graves amenazas a las hijas del señor Paco Jémez, ni la reacción de éste con una seña grotesca.

Los estadios de futbol en México se han ido violentando de forma dramática en la cancha y en la tribuna. Desde el futbolista, pasando por el entrenador y siguiendo con los aficionados: hemos perdido totalmente la noción de que se trata o trataba de un espectáculo familiar en el que buscamos distracción y diversión.

La violencia entre las barras, los cánticos, los gritos de carácter discriminatorio, homofóbico, el proceder de los futbolistas, los comportamientos y declaraciones de los entrenadores han transformado los escenarios futbolísticos en auténticos sitios de ‘guerra’, en espacios propicios para insultar, agredir y lastimar.

Espero que Cruz Azul, que la Liga MX o que la propia Federación Mexicana de Futbol hagan una investigación para dar con los culpables de la agresión y amenaza a las hijas del entrenador de Cruz Azul. A diferencia de las redes sociales donde personajes de muy baja
educación se esconden cobardemente en el anonimato, el futbol, un espectáculo privado, puede y debe realizar una ‘purificación’ de quién cumple con las reglas (y hasta los requisitos) para ser parte de su espectáculo. Deben llevar ante la ley a la persona o personas (si se les puede calificar de esta forma) que agredieron a los familiares de Jémez.

Ahora bien, el propio señor Jémez debe darse cuenta del sitio donde está parado. Cruz Azul es un club grande con una gran responsabilidad social. Él no tiene por qué responder a ninguna intimidación. Lo que tendría que haber hecho es reportar el incidente con las
autoridades para que encuentren a los agresores. Lo único que hizo el entrenador español fue colocarse en el nivel cultural y educacional de quienes lo atacaron.

Los equipos siguen teniendo un gran compromiso con lo que sucede dentro y fuera de la cancha. Son ellos los que tienen que advertir, prevenir, educar, cuidar y proteger a su propia industria. El deterioro ha sido lamentable. Y las autoridades futbolísticas (las que deben
establecer o imponer la ley) también se han quedado al margen de tomar decisiones y asumir responsabilidades.

Acabo de tener una experiencia en la Copa Confederaciones de Rusia que promete marcar los nuevos tiempos de seguridad en las tribunas de los estadios. Los organizadores otorgaron credenciales a cada aficionado que asistía a los escenarios, es decir, contaban con una base de información sobre cada persona que tenía un boleto, lo cual les otorgaba un control preciso y exacto de quién estaba en las tribunas. El mayor objetivo está en evitar el peligro de un acto terrorista. En México, los clubes deben invertir y desarrollar un sistema para saber quién compra un boleto y quién accede a sus tribunas. Es la única forma de tener un estadio seguro.

Y puede que ocurra en todos los escenarios y niveles del juego. El fin de semana atestiguábamos un clásico de lujo entre el Barcelona y el Real Madrid, donde, al final, Cristiano Ronaldo, uno de los mejores futbolistas de la época y de muchas épocas, protagonizaba su propio espectáculo en tan sólo tres minutos: Un golazo, una celebración (con el dorso desnudo y mostrando la camiseta a la tribuna del Camp Nou) que le costó una tarjeta amarilla y enseguida, la aparente simulación de una falta en el área que le significó su expulsión del campo y acto seguido un empujón al árbitro central. Aunque se llame CR7, no pasó demasiado tiempo para que la Comisión de Disciplina del futbol español le impusiera un castigo de cinco juegos. En México, difícilmente hubieran castigado a Cristiano.

Volvamos a México: Tampoco se vale justificarlo afirmando que el futbol es tan sólo una imagen fiel de lo que sucede a nuestro alrededor. No sé si el futbol en México es un reflejo de la sociedad, de lo que ocurre en la calle, del deterioro violento que ha tenido nuestro país. De lo que estoy seguro es que se ha o lo han transformado en el último lugar a donde llevaría a mi familia.