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Opinión

Felipe Morales

Con un estilo fresco y una pluma original, Felipe Morales nos cuenta las mejores historias del futbol desde su perspectiva periodística.

América probó lo dulce y lo amargo

2017-03-05 | FELIPE MORALES
FELIPE MORALES
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El futbol es y continúa queriendo ser el arte de lo imprevisto. 

Es también el recuerdo permanente de lo que pudo ser y no fue. 

Ayer tuvo mucho de recuerdo de lo triste y otro poco de lo esperanzador y lo feliz.

El León contra América fue un gesto de lo que da y de lo que quita la vida. Un puño apretado de dolor por la fractura de peroné de Renato Ibarra y una mano agitada de un niño de 16 años como Diego Lainez saludando a sus papás en  la tribuna. 

Sus desbordes y su debut han sido de lo más acelerado que se ha visto por izquierda en toda la historia del América.

Las lágrimas a veces no distinguen si se cuelgan de los ojos con hilos invisibles a causa de una profunda tristeza o una exuberante felicidad. 

Las Águilas empataron con La Fiera. Paladearon los alcances de lo dulce y de lo amargo. Aquella contraposición solo pudo ser  provocada por el giro truculento de lo impensado. Y no hay nada más escalofriante que las tiranas demarcaciones del destino. La tibia de Renato lo supo y la inocente sonrisa de Lainez, lo sabría después…
  
Pero había que jugar el partido desde los terrenos alejados de las emociones, como quien juega empeñadamente para que triunfe la razón sobre el corazón.

Por eso se extendió una carpa imaginaria sobre el campo.

Avanzada la noche, estaba programado un circo aéreo. 

Cuando no hay mucho futbol por tierra, hay mucho aire por vivir y por volar. Y así, el León, con un hombre menos, teledirigió un cuero aerostático aterrizado por Burdisso en el segundo poste hacia el núcleo del área chica. Mauro Boselli festejó antes de anotar un gol sin tanta marca. 

Así se le apagaron las lámparas al América. Igual que al estadio. Cuando después se encendieron, ambos se pusieron de acuerdo. Había regresado la luz a la cancha. Y al Nido. Una jugada igual de área y sistematizada prendió la portería. Tiro de esquina pasado, Darwin Quintero recentra y Bruno Valdez enciende la red con un cabezazo. Fue una jugada que no deslumbró. Alumbró el camino. 

No es que lo demás haya sido lo de menos. Pero no fue para más. El futbol mexicano descubrió, en Liga, que la pelota no sabe si existen jugadores jóvenes o viejos sino buenos o malos. Y Lainez es la mirada de un niño inocente que pide un helado y al mismo tiempo es la convicción de un toro de media tonelada y 58 kilitos, que no agacha la cabeza y no humilla. Desde ahora ya es también ‘el Diego’ de la gente…

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