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Opinión

Felipe Morales

Con un estilo fresco y una pluma original, Felipe Morales nos cuenta las mejores historias del futbol desde su perspectiva periodística.

El Estadio Azul apagó sus luces

2018-04-21 | FELIPE MORALES
FELIPE MORALES
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Las gradas se voltearon a ver, el pasto hizo un silencio, las porterías se desvistieron de red y los banderines del tiro de esquina se movieron con el viento de la nostalgia. El Estadio Azul apagó sus luces y desahuciado, le envió un grito digno al cielo con las lágrimas del recuerdo: “Prefiero morir, que vivir sin futbol”. Y el destino escuchó…

A los 72 años, el Azul recibirá la puñalada fría de la demolición y su cancha será un centro comercial. Por donde se hacían y se festejaban goles, ahora se harán hamburguesas y comida rápida, por donde se multiplicaba la pasión del balón, solamente existirán tiendas huecas con descuentos de tradición.

El Azul vio el último partido de Cruz Azul, como prueba fehaciente de que hasta los recuerdos hacen la escala del negocio. Como la pelota no bota igual entre escaleras eléctricas y elevadores que conducen al cine, La Máquina prefirió irse al Estadio Azteca, donde respirará de nuevo el aroma del futbol.

Y así, con un vapor de melancólico presente, Cruz Azul venció a Monarcas con el tino de Martin Cauteruccio y de Ángel Mena. La afición rompió en llanto, apretó el puño del adiós y alzó los brazos del ayer. Sonaron Las Golondrinas como motivo de añoranza, de rabia, porque a nadie le gusta que le arrebaten su casa.

Se jugó el partido desde la tribuna hacia la cancha y La Máquina entendió que no podía irse de otra forma, mas que desde la victoria. Y retumbaron los “oles” presurosos, hiperventilados, ansiosos, que confirmaron que el futbol es un estado de ánimo y que entre más confiado se está, mejor se juega.

Guillermo Álvarez Cuevas observaba el partido desde el palco junto a Pedro Caixinha. Uno solamente ganó un título en el Invierno 97 en el Azul; el otro solamente unos cuantos partidos.

Al final, caída la tarde, los futbolistas celestes se fueron del inmueble  agitando las manos, con los brazos en el aire y la mirada desconsolada. Dieron un pequeño paseo, aplaudieron y agradecieron. No fue ni de cerca una Vuelta Olímpica. Fue lo tajante, un adiós. Mientras tanto, ya en la oscuridad de la soledad, el Estadio Azul  recibió la visita de la helada muerte y la puñalada fría de la vida y su prisa, muriendo así con el pasto al cielo.

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