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Opinión

Felipe Morales

Con un estilo fresco y una pluma original, Felipe Morales nos cuenta las mejores historias del futbol desde su perspectiva periodística.

Guerreros glorificados

2018-05-21 | Felipe Morales
FELIPE MORALES
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No hay nada más hueco que un estadio vacío, cuando el equipo visitante es el que alza la copa, ante la mirada de la lluvia y del llanto rojo vecino. Toluca lo supo. No hay tampoco nada más lleno, desde la alimentación de las almas, que besar a una dama de plata por sexta vez. Santos lo confirmó...

Si los Diablos habían ganado desde el previo el partido, con los ánimos vestidos de banderas y la esperanza de remontada, apretada en un puño de fuego, el destino se consumió en el humo de lo inconcluso. Nunca antes se había visto un Nemesio Díez tan encendido desde su núcleo de lava y canto al unísono: “¡Sí se puede!”, exclamaban a los cuatro vientos escarlatas, aunque eso al final haya sido el recordatorio de que casi nunca se ha podido...

Santos fue un relámpago, consumido en la contundencia. Si el cielo, enojado hasta el llanto, había lanzado truenos, Julio Furch fue un rayo de red. Mucho por la colaboración de Alfredo Talavera: el arquero que casi nunca se equivoca, que lo hizo cuando nunca debió hacerlo. 

El disparo no fue ni tan raso ni tan colocado, pero sí suficiente y derrapado en el agua de la cancha. Tomó mal plantado a un arquero con guantes de villano, que le tendió la mano a un ‘santo’ de apellido Furch: el delantero de los momentos importantes, en Liguilla. 

Entonces, los Diablos debieron quitarse las cadenas. Requerían  tres anotaciones para salir victoriosos; dos para el alargue. Pero el ejercicio de las voluntades al final solo arrojó inoperancia. Habían muchas preguntas y pocas respuestas. Un escalofrío duraba más que su ambicionada contundencia. 

Hasta que Gabriel Hauche lo extendió con un gol, que tensaba la trama. Y despertaba el estadio, de nuevo. Si durante el juego, había sido un teatro, lleno de mudos espectadores, la caldera había sido reabierta con desprendimientos de vapores ofensivos. 

Toluca trabajó el partido. Y dejó de disfrutarlo. Nunca lo hizo. Santos le puso paños fríos a la pelota. Reinventó el término “cancherear”. Una falta recibida duraba; en su reactivación, más que una ópera de Beethoven. Y así, el reloj soltó su arena sobre la impotencia escarlata. 

Jonathan Orozco fue dos lances congelados en el tiempo, abstraídos en el viento. Y una atajada más, confinada para los museos. Si era una Final de arqueros en las bancas, Orozco con sus guantes la ganaba...

No es que le faltara tiempo a los Diablos. Le faltó futbol en los pies. Santos resistió. Como lo hacían sus aficionados desde la tierra de los Grandes Esfuerzos, donde hoy se escribe Santos y se pronuncia seis veces Campeón.

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