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Opinión

Felipe Morales

Con un estilo fresco y una pluma original, Felipe Morales nos cuenta las mejores historias del futbol desde su perspectiva periodística.

La fe sabe chutar

2017-05-27 | Felipe Morales
FELIPE MORALES
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La fe está, aunque no esté. No siempre requiere materia para ser. Solamente reclama de una enigmática energía, en forma de propósito.  

Se ha comprobado que usa playeras de colores y que sabe chutar. A veces se aparece en la Basílica de Guadalupe, donde se encuentran personas arrodilladas viendo hacia arriba, con los brazos amarrados al cielo, vestidas de plegaria y, en ocasiones, del Guadalajara.    

El jueves al mediodía fui a ese templo de las soluciones del alma a dar gracias, no a pedir, aunque en algún escalofriante momento, hace poco más de una semana, pedí y, en consecuencia, por eso di las gracias. Es curioso.    

Muchas veces se pide antes y se dan las gracias después, pero en este sagrado lugar, reservado para los misterios, se pueden dar las gracias antes de tener que pedir…

En ese ejercicio de peticiones y agradecimientos, me descubrí enfrente de la Virgen de Guadalupe, rodeado de creencias. Todos necesitamos creer en algo.  

A lo lejos vi una playera de las Chivas con el nombre del legendario ‘Tubo’ Gómez en la espalda y una súplica elevada con un hilo invisible hacia su portería de nubes con redes de algodón.  

El pueblo tiene a sus propios representantes de la esperanza.  

Y el futbol tiene patentados alcances de una seriedad digna de rituales religiosos bañados en vino y hostias.   

Mientras mamá y papá me apretaban la mano con una espontánea lágrima y se ofrecía la paz entre los participantes de la fe, aquel aficionado de Chivas cerraba el puño escondido con la mirada en su triunfo particular de la Final.     

Otros alzaban la mano pidiendo una moneda o entraban al recinto en silla de ruedas, porque cada quien tiene sus problemas, que ahí adentro se convierten, por instantes, en los problemas de todos.

Y el futbol es una solución, que a veces también tiene preguntas con escapularios.

Enfrente de mí apareció otro señor, pero con la playera del América, porque las catedrales de la fe también viven sus Clásicos Nacionales.

Él llevaba un bastón y su esposa le tallaba una veladora por la espalda con el convencimiento de que el vaso y la vela tienen facultades curativas, motorizadas por el poder de la mente. Y de la Virgen de Guadalupe.

Yo para ese entonces, seguía agradeciendo por estar vivo.  

Agradecer es una palabra con múltiples acepciones, pero la sensibilizas cuando te encuentras sudando frío en medio de un shock anafiláctico con la presión más baja que la de alguna defensa del circuito de ascenso, como consecuencia a una alergia a la dexametasona, inyectada en una farmacia.    

Y por eso fui a la Basílica de Guadalupe. A agradecer que aquella aguja no me perforó los días.

El martes 15 de mayo de 2017 por un instante fui un deseo mutilado por el viento. Una paz involuntaria. (Casi) final.

Un momento de la no resignación con filos de anestesia. Un helado y cínico hormigueo cercano a lo mortal. Tuve un asomo del adiós.

Aquel hormigueo en mis manos fue la carta que quería ser entregada como aviso de la muerte.

Mis manos, aparentemente, no saben leer.

A todos se nos ha dormido un brazo o un pie.

Mis latidos no fueron tan perezosos.

Entonces, preguntas para qué con optimismo.

Porque lo invisible no se ve. Se siente con los ojos de algún reencuentro de café enamorado.

Aquel aficionado al Guadalajara tiene su respuesta en el empate de la Ida y descubrirá en el resultado final, el alcance de sus rodillas en el suelo de los milagros.

El aficionado al América sabrá si una vela con un manto celestial corrigió su problema lumbar.

Yo supe que un baño de agua bendita hidrata la gratitud y que la fe también sabe chutar…

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