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Opinión

Felipe Morales

Con un estilo fresco y una pluma original, Felipe Morales nos cuenta las mejores historias del futbol desde su perspectiva periodística.

Necaxa: La recuperación de la infancia

2019-08-21 | Felipe Morales
FELIPE MORALES
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El Necaxa no es otra cosa que la improbabilidad de la fe consumada en los milagros.  No siempre. Pero nos basta. 

No es ni por asomo un lujo. Ni una chequera de satisfacciones en el banco. Es, más bien, como encontrarse dinero en el bolsillo de un pantalón olvidado. 

Se parece mucho a eso. A una ilusión improbable. A ganar perdiendo desde la memoria. 

Pero a mí me recuerda mucho a mi padre. 

Soy necaxista por él. "Querer cambiar de equipo es como querer cambiar de infancia", cuenta otro hermano rayo como Juan Villoro, que también dice que "un estadio es un buen sitio para tener un padre. El resto del mundo es un buen sitio para tener un hijo". 

Y sí. 

Aquel boleto de la temporada 88-89 en la que vi por primera vez a los Rayos, aún cuelga de algún cuadro, en el cuartito de los recuerdos de mi papá. 

Necaxa ganó 3-1 a Santos y yo dibujé una cancha con jugadores de pluma al reverso. Yo tenía seis años y hoy un mundo de nostalgias y agradecimientos. 

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"Si tu hijo es hincha, puedes compartir el futbol con él a lo largo de la vida. En ese sentido, tu paternidad está garantizada, pero eso también puede ser una limitación, pues de repente sólo hablas de fubol", avisa, siempre atinado Villoro.

Y pasa. Mi papá vive en Florida, pero más que nunca ve los juegos de los Rayos, porque la televisión norteamericana tiene pacto con la fidelidad. Y con las coincidencias. 

Entonces, de manera simultánea, él y yo disfrutamos este día, a kilómetros de distancia, con ese hilo invisible del amor por la camiseta rojiblanca que reafirma lo escrito por Villoro: Mi papá y yo hablamos solo del Necaxa. Primero del Necaxa. Siempre del Necaxa. Y después, de todo lo demás. 

"Prefiero que el Necaxa gane jugando espantosamente a que sea un maravilloso ballet infructuoso", concluye Villoro.

A mí me pasa distinto. Gane. Pierda. Ascienda o no, los puños apretados de papá desde la sala de mi hermana en Florida, son eso. La recuperación de la infancia. De su infancia. De la nuestra. A sus 68 años. 

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