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Opinión

Luis García

El Doctor une el amplio conocimiento deportivo con un estilo propio. Sus geniales comentarios que lo han hecho referente de la TV tienen también su lugar en nuestro diario.

Titiritero

2017-06-06 | Luis García
LUIS GARCíA
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La imperial conquista del Real Madrid en Gales contó con múltiples personajes que destruyeron a la Juventus, la cual exhibió que no vive ni cerca de la galaxia en la que radican los blancos. 

El que inició la brutal rebelión fuiste tú, Francisco Alarcón ‘Isco’. Venías siendo el estandarte en el último tramo de la odisea, y cuando los nubarrones italianos eran amenazadores te volviste a poner el uniforme de héroe, y fue mediante tu sapiencia y desparpajo que las cosas tomaron un derrotero fascinante para los tuyos. 

El otro que se entonó fuiste tú, Luka Modric. Eres sumamente inteligente y no te incomoda vivir alejado de los reflectores, tu manera de expresar el juego roza la perfección, fuiste un segundo mosquetero impecable. 

Lo tuyo Cristiano Ronaldo pertenece a otra dimensión, tu transitar en el juego lo definió con atingencia Massimiliano Allegri:  “Existen momentos en que al portugués no lo encuentras en la cancha y de la nada te destroza”; nunca mejor aplicado el concepto. 

Tu segundo gol es una magistral muestra de tu magnificencia, dejaste correr la jugada, incluso ibas trotando cuando tu compañero croata iba a tirar el centro, y milésimas de segundo antes de que la pelota saliera de su botín, como el personaje de los cómics ‘Flash’, aceleraste y apareciste por delante de Bonucci, y por detrás de Chiellini para terminar la contienda media hora antes del pitido final, una cosa de locos. 

La puesta en escena blanca fue excelsa, dio la impresión que se pusieron de acuerdo dentro del vestidor después del angustiante primer tiempo, y decidieron todos al unísono maximizar sus versiones individuales, el resultado, un insostenible aluvión, una cofradía imparable, un campeón que no necesitó ninguna epopeya para ganar la duodécima Copa de Europa, es por ello que son el mejor equipo del planeta, y conste que lo escribe un adorador de mi Atlético de Madrid, supongo esto debería estar prohibido para cualquier colchonero, pero a mi parecer es irrefutable. Siempre he creído que no existe ningún ente que tenga más injerencia en el ganar o el perder que el futbolista, pero también sé que para manejar con erudición mentes y piernas brillantes, se debe tener al frente de la organización a una mente aún más brillante, y sin duda tú, Zinedine Zidane, lo eres. 

Como titulé mi columna, eres un titiritero, eres el cerebro maestro detrás de descomunales jugadores. No cualquiera puede arribar al banquillo del Real Madrid, ningún improvisado puede siquiera imaginar sentarse en dicho trono. 

Tu llegada fue trompicada, despidieron a Rafael Benítez, y para calmar los bravíos clamores de una exigente afición optaron por acudir a un ídolo, a una deidad, con el riesgo, no sé si tan calculado, de sucumbir. 

Tu experiencia era escasa dirigiendo, un par de correctas temporadas en el Castilla era tu aval, y por supuesto el clarividente movimiento de uno de tus mentores Carlo Ancelotti, otro facilitador y aglutinador de voluntades como tú, de colocarte a su lado como auxiliar. Tu periplo comenzó y desde el primer día fue estable, alejaste a tus pupilos de las frecuentes turbulencias que se viven en tan dignataria Casa Blanca. 

Fuiste un cauto protagonista para aligerar la presión existente en tus futbolistas, fuiste saneando con pulcritud el ambiente, y después de ello le regresaste el protagonismo a quienes lo deben ejercer siempre, los jugadores. 

Desde esa simple, o no tan simple movida, mandaste el poderoso mensaje sobre cómo ibas a conducirte, totalmente cercano a tu elegante, imaginativa y mayúscula esencia cuando circundabas las canchas reglando arte y locura a propios y extraños. 

La buena comunión con los titanes que conforman el vestuario del Real Madrid no es un asunto sencillo, porque si bien es verdad que cuando llega a la dirección técnica un portento con el extenso historial de jugador como el tuyo, de inmediato se le respeta, y varios hasta se cuadran. 

Pero también estas grandes figuras demandan con espeluznante rapidez que quien los dirige no solamente haya sido un fascinante futbolista, si no que ahora sea un entrenador de élite, con estrategias y soluciones que les resuelvan inquietudes y problemáticas dentro y fuera de la cancha. 

El futbolista actual, y más el que vive en la estratosfera como la mayoría de los del Real Madrid, desafían permanentemente a su autoridad inmediata para saberse bien conducidos, y tú pasaste la prueba desde el segundo uno. 

Tuve la fortuna, e infortunio al mismo tiempo, de enfrentarte: fue en un partido amistoso en el Parque de los Príncipes contra Francia. Recuerdo como si fuera ayer que me marcaron dos monumentales efigies como Laurent Blanc y Marcel Desailly, creo que caí en no menos de una decena de fueras de lugar, no la toqué ni con las manos. 

En el medio tiempo íbamos cero a cero, para la segunda parte ingresaste tú con el número 21, y en descarga nuestra en aquellas épocas, hablo de 1997, no teníamos la información que se tiene ahora, así que desconocíamos quién coños eras, y sobre todo cómo jugabas. Solo vimos a un hombre muy alto, muy refinado, medio pelón, que en pocos minutos nos pintó la cara, nos aplastó, y nos evidenció, casi en solitario, fue una dolorosa delicia verte mover los hilos de la selección francesa dentro de la cancha, perdimos dos a cero, y varios estuvimos a punto de aplaudirte por la hermosa cátedra que nos diste. 

Regresando al presente, debo señalar que tu serenidad reconforta, el primer gesto que tuviste antes de siquiera elevar el puño en señal de júbilo por la jerárquica victoria en Galés, fue la de ir a buscar tu rival de banquillo Allegri y estrecharle la mano. 

Eso te define, eres grande no sólo por los deliciosos malabares que hiciste con el balón, ni por los superlativos éxitos conseguidos en tan poco tiempo como entrenador, eres grande por tu humanidad, y hoy en un mundo de cabeza, tus distinguidas maneras debemos vitorearlas y abrazarlas. 

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