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Opinión

Jose Luis Caballero Leal

Aquí encontrará un análisis crítico y actual sobre los principales acontecimientos políticos y sociales de México y el mundo desde la óptica de un ciudadano

Plaaaay ball!

2018-08-19 | José Luis Caballero
JOSé LUIS CABALLERO
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Hace pocos días le pregunté a Isabel, una joven que hacía tareas de limpieza en una peluquería al sur de la ciudad, que si participaría en una encuesta acerca de la construcción de un nuevo aeropuerto en la ciudad de México. Recibí por respuesta un categórico NO.  Insistí preguntándole que, de llegar a participar, qué respondería a la pregunta de si debería o no construirse el nuevo aeropuerto en esta ciudad. Su segunda respuesta fue, también, un NO rotundo. La tercera pregunta que le formulé fue aun más sencilla: ¿Por qué NO? Porque no lo uso y porque no me importan quienes lo hagan, fue su último comentario antes de continuar con sus labores.

La mañana del pasado viernes, Javier Jiménez Espriu, virtual Secretario de Comunicaciones y Transportes en el próximo gobierno de López Obrador, anunció el resultado de los “estudios” practicados por expertos nacionales y extranjeros acerca de la construcción del nuevo aeropuerto en Texcoco, el cual lleva ya 31% de avance.  Manifestó que los resultados sugieren solo dos posibilidades, siendo éstas continuar con el proyecto actual, lo cual presenta desventajas por el retraso de casi 4 años en las obras y la necesidad de cerrar el aeropuerto actual (AICM), o construir dos pistas mas en la Base Militar de Santa Lucía, lo cual permitiría seguir operando el antiguo aeropuerto, invertir menos recursos y realizar la construcción de las nuevas pistas con relativa rapidez.   Los expertos en este tema, entre ellos el Massachusets Institute of Technology (MIT) han señalado reiteradamente que es absolutamente inviable la operación simultánea del aeropuerto militar de Santa Lucia y el actual AICM, pues en el trazado de las rutas de aproximación y despegue de las aeronaves y el reducido espacio aéreo existente entre ambos aeródromos provocaría un peligroso congestionamiento generando aun mayores retrasos a los que actualmente padecemos los usuarios de tales servicios. Cancelar el proyecto del nuevo  aeropuerto supondría pérdidas mayores a los 120 mil millones de pesos, algo que en la reunión del viernes no se dijo.

La propuesta de AMLO al respecto resulta, por decir lo menos, inverosímil: en lugar de simplemente validar las opiniones de los expertos, propone que, “…para no equivocarnos, lo mejor es preguntarle al soberano (refiriéndose al pueblo), … porque México es un pueblo inteligente, sabio, y por lo mismo, se va a poner a consideración de todos los mexicanos la decisión acerca del nuevo aeropuerto, … porque es un tema difícil, y por eso debemos resolverlo entre todos, y pues … como no podemos tomar decisiones a la ligera, lo mejor es preguntarle al pueblo, ya que no es menor de edad”.  Y para esos fines, anunció la celebración de una encuesta nacional a finales de octubre, en la que la decisión soberana del pueblo será vinculatoria (obligatoria). 

El resultado de esa encuesta es mas que predecible, si tomamos en consideración que, cuando menos, el 70% de la población de este país jamás se ha subido a un avión, siendo probable que no lo hagan jamás.  La votación se inclinará, además, en la dirección que el dedito presidencial lo sugiera.  Quienes gobiernan tienen la obligación de tomar decisiones y asumir las consecuencias que de éstas deriven. En un asunto de tal trascendencia para el país, la opinión técnica de los expertos no solo es indispensable, sino que debe prevalecer frente a las ocurrencias del pueblo mexicano, absolutamente ignorante de las consecuencias del resultado de una consulta como la que se plantea y de los populistas fundamentos que la motivan.  Si López Obrador opta por esa ruta de gobierno, que nos consulte también sobre el Tren Maya, las refinerías en Tabasco o las impopulares designaciones de funcionarios de su nuevo gabinete.  Si somos tan sabios para opinar sobre aeropuertos, lo demás será pecatta minuta!

A José López Portillo se le conoció su afición por el box y los caballos.  A Felipe Calderón por el futbol y las carreras de automóviles. A Peña Nieto, por el golf.  Sin embargo, ninguno de ellos elevó sus preferencias deportivas al rango de políticas públicas.  Siendo conocida la afición de AMLO por el béisbol, ya anunció programas específicos de apoyo a este deporte, para crear escuelas de formación que lleven a los jugadores a las grandes ligas.   Sin llegar siquiera a la caja de bateo, ya ponchó a los demás deportes.  Las reglas están cantadas. Plaaaaaay Ball!

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