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Opinión

Christian Martinoli

Uno de los mejores cronistas deportivos en México, trabaja para TV Azteca y ha colaborado con RÉCORD desde 2010.

Depredador

2017-06-15 | Christian Martinoli
CHRISTIAN MARTINOLI
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Cuando el ala derecha del Fokker F-27 de la Marina de Guerra del Perú chocó contra el océano Pacífico, la costa del Callao observó a lo lejos una explosión que iluminó el imperturbable mar la noche del 8 de diciembre de 1987, desatando así una de las tragedias aéreas más grandes de aquel país. De las 44 personas a bordo, únicamente sobrevivió el gran responsable de la catástrofe, el piloto Edilberto Villar, quien flotó durante ocho horas sobre una garrafa vacía hasta ser rescatado.

Alianza Lima, club líder del campeonato local, viajaba en ese avión tras ganar 1-0 en la ciudad de Pucallpa. 

La noticia de la caída al mar del avión que transportaba a gran parte del equipo de futbol más popular del país conmocionó a toda la sociedad. En casa de la familia Guerrero González, no daban crédito a la información que llegaba por televisión; los gritos de Petronila, ‘Peta’ para todos, eran ensordecedores. Su hermano menor, el icónico José ‘Caico’ González, quien defendió en 475 oportunidades el arco blanquiazul y era portero titular de la selección, se hallaba en esa aeronave. 

El pequeño Paolo, de tres años, desorientado y asustado escuchaba el desgarrador alarido de su madre, sin entender mucho. 

“Tengo miedo de volar. Y eso lo tengo por mi mamá, porque cuando mi tío murió yo tenía tres o cuatro años. Recuerdo el escándalo y los gritos que mi mamá pegó. Ella estaba escuchando música, creo que estaba planchando, y ahí fue cuando mi mamá gritó cuando escuchó que hablaron de una tragedia: ‘Los jugadores de Alianza Lima murieron todos, el avión cayó en el mar’. Yo recuerdo sólo eso”, comentó para Bandeirantes.

Paolo se llamó así en honor a Paolo Rossi, el letal delantero italiano, al que su padre José, catedrático de economía, admiraba.

El futbol le llegó por todas partes al chiquillo que creció en la orilla del popular Distrito de Chorrillos, frente a uno de los típicos acantilados limeños que miran por debajo del hombro al océano. Porque además de su  difunto tío, el legendario Héctor Chumpitaz es primo de su mamá y un medio hermano del propio Paolo, Julio ‘Coyote’ Rivera, también fue futbolista profesional y elemento de la escuadra nacional. 

“Yo le compré una casita a mi mamá para que viviera mejor con Paolo”, le contó Rivera a Libero.

La vida era el colegio y, por qué no, más de una escapada del mismo para ir a vaguear por la calle, eso sí, siempre con una pelota de por medio. 

A los 8 años todos le veían enormes condiciones futbolísticas y parecía un niño más grande por eso decidieron ponerlo a prueba en la división más chica que tenía disponible en ese momento Alianza Lima, la de 12 años.  

“Yo jugaba y me la rebuscaba entrenando con esos chicos que eran más fuertes. Nunca dijimos mi edad hasta el momento que tuvieron que registrarme y ahí se sorprendieron cuando observaron mi acta de nacimiento, no lo podían creer”, relató para El Comercio.  

Escuela, entrenamiento y después el refuerzo de José, que agarraba a su hijo, lo bajaba a la playa y le insistía en mejorar la técnica individual. “Le decía hay que cabecear bien como Valeriano López y parar la pelota como ‘Perico’ León y patear con los dos pies. Tienes que ser un futbolista completo y dominar los dos pies”, contó el papá a Correo. 

Muchas fiestas y desveladas fueron desechadas por el incipiente delantero aliancista que desde muy corta edad se limitó en parranda y se cuidó bajo la premisa “me duermo temprano porque mañana juego”.  

El poder físico, aunado a la calidad técnica, hicieron que junto al habilidoso Jefferson Farfán, los récords de las juveniles aliancistas desaparecieran a sus pies. 

Esa dupla a los 16 años sorprendió en un torneo internacional en Berlín, fue justo ahí cuando los radares de la Bundesliga se fijaron en ambos goleadores. “El año que viene estarás con nosotros”, le aseguraron visores del Bayern Munich, cita que se la cumplieron meses después.  

“Estuve dos años solo en Alemania, fue difícil, pero aprendí muchas cosas, me hice más fuerte de cuerpo y mente”.  

Tras casi tres temporadas en cuadros alternativos del propio Bayern, Guerrero pudo debutar con la camiseta más grande de Alemania; sin embargo, los números no lo acompañaron tras dos campañas, por ello recaló en el Hamburgo, donde explotó literalmente en todos los sentidos. 

Encontró el gol, pero también muchos problemas. Le lanzó una botella a un aficionado tras empatar con el Hannover, situación que le costó 100 mil euros de multa y planchó por detrás al arquero del Stuttgart, Sven Ulreich, entrada que le dejó saldo de ocho partidos suspendido.  

“En Hamburgo hubo un momento que la pasaba mal, vivía preocupado y siempre estaba enojado, por eso irme a Brasil fue lo mejor que me pasó. Estoy siempre feliz, tengo calidad de vida y recuperé mi mejor versión en la cancha”.   

Y es que en Corinthians su nombre es cosa seria. Logró rebasar a Carlos Tévez como máximo goleador extranjero en la historia del equipo, con 54 tantos. Incluso, una anotación suya contra el Chelsea le entregó al Timao el trofeo como campeón mundial a nivel de clubes.   

Tras ser campeón Paulista y de Brasil, el peruano entró en una disputa fuerte sobre su sueldo con el club más popular de Sao Paulo. Quería siete millones de dólares al año, mientas que Corinthians le ofrecía cinco. Al final fue liberado por el club que indicó en un comunicado oficial: “No sentir el compromiso completo del jugador hacia la institución”; de esta manera los fulminantes goles de Paolo, viajaron a Río de Janeiro para firmar con el Flamengo, donde de inmediato generó un impacto en la grada del Mengao, al ganar el campeonato Carioca.  

Pero la vida de este centro delantero furibundo no se entendería sin sus actuaciones con la camiseta peruana. Esa que ha dignificado y a la que busca recuperarle el brillo internacional que hace décadas supo lucir la escuadra inca por donde pisaba.   

Guerrero ha sido dos veces campeón de goleo de la Copa América y ha llevado a su escuadra nacional a un par de semifinales de Copa América. Los 31 goles anotados con la franja roja en el pecho lo decretan como el máximo anotador peruano de la historia por encima del gran Teófilo Cubillas, ‘Lolo’ Fernández, Norberto Solano, Claudio Pizarro o ‘Cholo’ Sotil. 

Su apellido lo dice todo, heredero de sangre futbolística, capaz de jugar de espalda a la portería con doble marca y salir gallardo. Instinto criminal repleto de furia y poder en los últimos 30 metros de la cancha. Un detonante de peligro con una fuerza desmedida, un luchador incontestable con una personalidad arrasadora. Cuando la cabeza la tiene fría es imparable. Quizá por eso le apodan ‘Depredador’.

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