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Opinión

David Faitelson

David Faitelson es dueño de un estilo duro, pero frontal al momento de dar opiniones, que incluso le han traído choques con algunas figuras.

Muito obrigado, Río...

2016-08-23 | David Faitelson
DAVID FAITELSON
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Una tormenta caía sobre la capital olímpica en las últimas horas del domingo. Había nubes negras, soplaba el viento, hacía frío, pero en la televisión todo seguía siendo un gran espectáculo, un espectáculo casi perfecto. 

A las 10 de la noche con 32 minutos, el llamativo pebetero del Estadio Maracaná, convertido en Estadio Olímpico, había sido sofocado. Los Juegos de la trigésimo primera olimpiada habían concluido.

Los escenarios deportivos, sin lujos ni ostentaciones, cumplían a cabalidad. La ciudad, desde las alturas del Cristo del Corcovado y el espectacular horizonte de morros y cogotes y la fina arena de Copacabana, fue, siempre, una  impresionante escenografía natural. Los atletas, encabezados por Michael Phelps y Usain Bolt, mostraron sus mejores argumentos sobre los escenarios deportivos, pero llamar a Río de Janeiro como una ‘cidade maravilhosa’ que cumplió con unos grandes Juegos Olímpicos, sería tanto como caer en el juego de intereses, mentiras y negocios del Comité Olímpico Internacional.

La realidad es otra. La realidad es que conocimos un país diferente al que Brasil y Río de Janeiro proponían hace 10 u 11 años, cuando planificó, presentó y finalmente ganó su candidatura olímpica. Conocimos una nación y una ciudad de grandes rezagos, problemas de movilidad, contaminación de la naturaleza, grandes y marcadas diferencias socioeconómicas e inseguridad, nada, por supuesto, extraño a lo que tenemos en cualquier país de Latinoamérica, incluyendo a México. El Comité Olímpico Internacional tomó ciertos  riesgos. Al final, el espectáculo de la televisión fue casi perfecto. Lo que ocurría a unos cuantos metros del Parque Olímpico de Barra o de la Villa de Atletas de Camorim era la fría y triste realidad de una nación del tercer mundo.

Brasil era la oportunidad perfecta, hace una década, para apostar por un país y por una ciudad que no pertenecía al grupo de naciones ricas que generalmente organizan los Juegos: Londres, Beijing y Sydney además de Atenas han sido sedes de  JO en este siglo.  Salvo Atenas, que obedecía a una razón primordial del olimpismo por acudir al sitio donde históricamente habían surgido los Juegos y que después desencadenó en el inicio de la gran “tragedia económica griega”, el resto son parte de naciones poderosas. El COI ha venido aquí ignorando algunos de los ideales que debe promover el movimiento olímpico, como el de velar por las condiciones de vida que tienen los habitantes de la ciudad escogida como sede. No lejos de las nuevas instalaciones olímpicas, destacan los cinturones de pobreza y hasta de miseria que rodean a la ciudad y una terrible contaminación de las vías pluviales, que además de generar un insoportable hedor, está provocando un daño irreversible en la naturaleza. Todo eso fue ignorado o subestimado por el COI con la finalidad de proseguir con el espectáculo y el negocio, cuando los Juegos, generalmente, representan una oportunidad maravillosa para beneficiar directa o indirectamente a los habitantes de la ciudad elegida.

Río cumplió bien, a secas.  En la parte deportiva no podemos quejarnos. Atestiguamos el final de la carrera de dos legendarios atletas. Michael Phelps se despidió no sólo como el máximo nadador de todos los tiempos, también como el más grande ganador de medallas en la historia de los Juegos.  Y enseguida, cuando se fue Phelps, apareció Usain Bolt, con una nueva y magistral actuación que le permitió ganar tres medallas en la pista y destrozar a sus rivales.

No hay un ‘mundo ideal’ o ‘perfecto’ para los Juegos Olímpicos. Lo que queda claro es que el COI no puede sacrificar sus ideales para satisfacer el negocio o esconder lo que ocurre detrás de su gran escenario de la televisión. Río cumplió, pero el COI no. Al final del día, los aros y su tremendo poder (porque está claro que lo tienen, los JO son quizá la expresión más ecuménica de la humanidad) deben ser un instrumento que ayude a mejorar, a tocar y trastocar las condiciones de vida de una ciudad y de sus pobladores. No estoy seguro que eso haya pasado aquí. Ni hablar. Muchas gracias, Río, muito obrigado, Río. Fueron dos semanas maravillosas por tus campos deportivos y por tu bella ciudad.  

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