Si en el deporte existen verdades inquebrantables, una de ellas es que la grandeza de un equipo no nace únicamente a partir del talento individual, sino de la visión, la convicción y la dirección que un buen líder transmite día tras día. Y cuando hablamos de liderazgo, siempre, siempre, pondré adelante de cualquier estrella en el campo, al entrenador que los dirige.
En la historia del futbol, entrenadores como Pep Guardiola, Johan Cruyff o César Luis Menotti, por nombrar algunos, han demostrado que el éxito va más allá de la aplicación táctica o los sistemas de juego. Guardiola, por ejemplo, solía decir que lo más importante es “hacer creer a los futbolistas que pueden llegar más lejos de lo que jamás imaginaron”.
Cruyff insistía en que “la sencillez es la clave de la brillantez”, filosofía que aplicó para revolucionar la manera de entender el futbol moderno de Países Bajos a España. En tanto, el Flaco Menotti resumía su convicción con un axioma perfecto: “Se puede dejar de correr, lo único que no se puede hacer es dejar de pensar”, invitando a sus dirigidos a no temerle a la improvisación y a estar atentos a lo que puede cambiar en el juego, después de sus instrucciones.
Todo esto lo digo, para dimensionar los recientes triunfos de André Jardine con el América o de Efraín Juárez, en el Atlético Nacional de Medellín y no solamente acostumbrarnos a aplaudir de pie, a la distancia, epopeyas como la de DT italiano Carlo Ancelotti, con su actual versión del Real Madrid.
En lo personal, como dirigente en medios, me encanta disfrutar de todas esas lecciones de liderazgo. Jardine no se conformó con diseñar un estilo de juego camaleónico, adaptable y ganador; supo también inculcar en su equipo la mentalidad de que “todo es posible” cuando se rema hacia la misma dirección, inclusive superar las lesiones en casi el 50% del plantel. El haber sabido transmitir ese espíritu de perseverancia y trabajo sostenido, a lo largo de tres torneos consecutivos, a sus jugadores, lo llevó a un tricampeonato histórico, llenando de miel el corazón de una de las aficiones más exigentes del continente.
Por su parte, Efraín Juárez, quien tomó el timón del Atlético Nacional sin ninguna experiencia previa como responsable de un banquillo, ayer nos platicaba en El Buen Morning Show (RÉCORD Plus) que el día de su presentación y tras la carretada de críticas por la llegada de un “don nadie” al club más querido de Colombia, se atrevió a soñar despierto, junto a su cuerpo técnico (incluido el querido Lucho Pérez), durante la cena, en que al final del semestre terminaría siendo Campeón de Liga y Copa y recibiendo el reconocimiento de la mayoría de la crítica, algo que terminó pasando en diciembre. Y me encanta su historia, pues un entrenador no se puede limitar a ser solamente un estratega (que también de eso sabe un carro) sino a ser el referente emocional que enciende la llama del coraje y que convence a todo un plantel de aceptar la “chinga” de la perseverancia en cada uno los entrenamientos.
Soy un convencido de que un buen director (técnico en este caso) aporta al menos el 50% del resultado final, pues es él o ella quien traduce una visión en convicción.
De salida
Hablando de extraordinarios directores, recordé la frase de uno de los más grandes, Vince Lombardi, quien aseguraba: “Ganar no lo es todo, pero querer ganar sí lo es”. Luego entonces, convencer a un jugador de que es un ganador, lo es todo de cara al mejor resultado posible, un campeonato.
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