El Cristo de Corcovado hace de Río de Janeiro la ‘Cidade Maravilhosa’.
Desde que supe que cubriría los primeros Juegos Olímpicos de Sudamérica, en Brasil, me entusiasmó la idea de conocer la estatua de 30 metros de altura de Jesús de Nazaret.
Rumbo al cerro del Corcovado un desconocido se subió a la camioneta que nos transportaba en el Parque Nacional de Tijuca. No había razón para que abordara pues no había lugar para otra persona.
Todos los extranjeros lo miramos, pero nadie se atrevió a decir nada. Alrededor de tres minutos después abrió la puerta y se bajó sin decir o hacernos nada.
Al empezar a subir las escaleras agradecí por permitirme estar ahí, por estar viva, tener a mi familia y hacer realidad mi sueño de cubrir la máxima justa deportiva.
El momento en que llegué al mirador y alcé la vista para verlo a la cara fue indescriptible.
Misticismo que terminó con los empujones y la conglomeración de personas para sacar la mejor selfie o retrato con los brazos abiertos simulando al Cristo a 710 metros sobre el nivel del mar.
El monumento, considerado Patrimonio de la Humanidad y elegido como una de las siete maravillas del mundo moderno, recibe más de 3 mil visitas diarias.
Desde lo alto del mirador del cerro se pueden observar el emblemático Estadio Maracaná, las favelas, playas, bosques y edificios de la segunda ciudad más poblada del país sudamericano.
El Cristo Redentor es un símbolo de esperanza para los cariocas, quienes sortean problemas políticos, económicos y sociales tras la realización de los segundos Juegos Olímpicos en Latinoamérica.
