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Opinión

Christian Martinoli

Uno de los mejores cronistas deportivos en México, trabaja para TV Azteca y ha colaborado con RÉCORD desde 2010.

El Santo de Móstoles

2020-08-05 | Christian Martinoli
CHRISTIAN MARTINOLI
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La dirección de la escuela es ese lugar lúgubre que jamás quieres visitar, porque sabes que cuando te llaman de ahí, generalmente se desprenden malas noticias.

Sin embargo, un mediodía, para ser precisos el miércoles 26 de abril del 97 a las 11:30 de la mañana, en el Instituto El Cañaveral de Móstoles, el director del colegio mandó llamar a un chamaco de 16 años con nombre vasco.

“Iker, deja lo que estás haciendo y ve a la oficina principal”, le dijo la maestra de dibujo. “Ese día me llama el director del Instituto, que bajara a su oficina, y cuando llegué me avisó que debía presentarme con la primer plantilla del Real Madrid, que debía viajar a Noruega. Pensé que era una broma. Cuando llamé a mi madre me dijo que fuera a mi casa por la maleta, que ya me había organizado todo”.

Así empezó el peregrinar de un chico que creció dentro de un multifamiliar en la periferia de la capital española.

“Ese viaje a Noruega no lo olvidaré jamás, estaba sentado al lado de las grandes figuras que yo veía en la televisión, como Suker, Roberto Carlos, Chendo, Sanchís, Hierro, Seedorf, Redondo”, le contó a Marca. El alemán Bodo Illgner se lesionó; por lo tanto, Cañizares; que venía saliendo de una dolencia, sería el titular en Champions contra el Rosenborg, el tema es que Pedro Contreras, el tercer arquero, también estaba con molestias físicas y fue ahí que Jupp Heynckes le pidió al club que llamaran al joven portero.

Apenas tenía 19 años y ya había levantado la Champions contra el Valencia. Pero dos temporadas más tarde, cuando les tocó jugar ante el Bayer Leverkusen nuevamente por la gloria europea, Vicente del Bosque lo mandó a la banca. Faltaban 21 minutos, el mundo ya se había maravillado con la volea de Zidane y mientras el Madrid empezaba a saborear la novena, César, en una salida rutinaria, se lesionó.

Se catapultó al estrellato. El llamado ‘minuto mágico de Glasgow’, que en realidad fueron 55 segundos, le devolvió al Madrid el trono europeo y a Iker los guantes titulares.

Se lanzó a la derecha para tapar un violento impacto de Bastürk, que buscaba el palo. Después sacó con la punta del zapato un impacto de

Berbatov, que cerró barriéndose al segundo poste y finalmente le tapó con el alma otro cabezazo al propio búlgaro para después escuchar el silbatazo de Maier y llorar, llorar como un chamaco que por un momento vio perdido el horizonte y que tres atajadas después, limpiaba su nombre, su orgullo y su porvenir. El destino esa noche escocesa le abrió las puertas al madrileño. Quién sabe qué hubiera pasado con su carrera si Iker se equivocaba de llave.

El día que escaló el Everest futbolístico llegó en Johannesburgo, luego de 61 minutos repletos de nervio, con una España mejor y una desconcertante sesión de violencia holandesa, apareció una pelota larga en donde Robben quedó mano a mano contra el guardameta; cuando se gritaba el gol naranja y se desvanecían los espectros del eterno Subcampeón apareció el pie derecho del hispano que dramáticamente rozó en el último instante un balón zurcido con honor. Desde el fatídico poste de Rensenbrink al minuto 90 contra Argentina en el 78, Holanda no vio tan cerca la Copa FIFA.

Lo que el futbol ofrece como premio, Casillas lo tiene todo. Gracias a sus despampanantes reflejos y a sus enormes recorridos del arco.

Un hombre más normal que muchos otros, al que un mediodía lo sacaron de la clase de dibujo para que empezara a darle forma a su fantasía. Quizá por eso hay un gigantesco anuncio al pie de las canchas deportivas que compró para la comunidad donde creció, que a modo de epígrafe, reza: “Yo no soy galáctico, soy de Móstoles”.

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