Por sus atávicos pasillos caminaron mentes brillantes y visionarias que fomentaron la fama del recinto educativo, agregándole aún más prestigio a la Universidad de Bolonia, el colegio de educación superior decano en Europa.
Desde Petrarca, Erasmo de Rotterdam, Copérnico o Marconi, pasando por tres Papas, hasta llegar a Enzo Ferrari o Giorgio Armani; ahí se cocinaron inquietantes ideas que de una u otra manera cambiaron nuestra forma de ver el mundo o de percibir la estética.
Ahí, Pierluigi estudió en la facultad de Economía y Comercio, soñando con ser un especialista en finanzas. Perspicaz, agudo, obsesivo y metódico, esas eran las cartas de presentación de un chico con ojos punzantes, exacerbados, casi macabros.
Hijo único de Elia, un trabajador del gobierno, y de Luciana, maestra de primaria; el heredero de los Collina era un muchacho amante del deporte y sobre todo del orden. Por eso todos le rehuían a jugar a su lado, ya que se sentían agredidos por las constantes indicaciones que mandaba en un campo de juego.
“Jugando al futbol era un central limitado, pero muy intenso a la hora de transmitir directrices o enarbolar una motivación extra a los compañeros”, le contó a La Reppublica.
Quería jugar basquetbol y si era para el Fortitudo Bologna, mejor. Su gran afecto deportivo, el gran provocador de pasión juvenil, de esa inmensa fuerza de arraigo y amor sin barreras que sólo se siente cuando el click es a primera vista. Ese equipo lo llevó al mundo de las estadísticas y nombres propios, le generó un interés desproporcionado por el análisis de la táctica.
Eso sí, como buen italiano gustaba también del futbol y su color era el celeste de la Lazio, cuadro que vivía alejado de los más altos estándares de calidad, pero que le llenaba el alma primero, gracias a Juan Carlos Morrone, atacante artífice básico para salir del ostracismo de la Serie B, y años después debido a su ídolo, el capitán Giuseppe Wilson, y al imponente Giorgio Chinaglia, que le justificaron su querer por el club romano con el título del 74, dentro de un cuadro satanizado en la península por su rudeza en el campo, así como por su peligrosa y extravagante afición por las armas fuera de las canchas.
Justo en esa época cuando gozaba del título de su equipo y con 15 primaveras transitadas, un compañero del colegio acostumbrado a su enorme convicción por la justicia y el orden le recomendó hacer un curso de árbitro. Collina no tuvo empacho en reconocer sus limitaciones futbolísticas y más como un acto de actividad física que de aspiración, se dedicó a pitar los juegos de sus amigos.
Tres años más tarde ya dirigía encuentros regionales. Al terminar la carrera consiguió trabajo en la Banca Fideuram en Viareggio. Se fue para la costa y ahí su vida cambió en todo sentido. Sufrió una alopecia fulminante que lo dejó a los 24 sin cabello; supo manejar el estrés, convivió con su nueva condición estética, encontró sin buscarlo un curso profesional de árbitros que se impartía en aquel puerto y decidió darle continuidad a su afición.
Comenzó con partidos de Serie C, pero su calidad y recorrido dentro del terreno, aunada a su atrayente personalidad y manejo de las situaciones del juego lo catapultaron de inmediato a la Serie B. “Los jugadores de entrada me respetaban por mi aspecto”, dijo a la Gazzetta dello Sport.
Extrañamente la grada no lo rechazaba en automático, como sucede con la mayoría de su gremio a nivel mundial.
Más allá de los errores naturales de cualquier juez en el terreno futbolístico, lo que agradaba de él era el diálogo permanente y por momentos exagerado que desarrollaba con los protagonistas de la pelota.
“Me gusta explicar mis decisiones porque todo el mundo tiene derecho a saber lo que marqué. Si un jugador te conoce y cree en ti puede aceptar tu error”, palabras de un árbitro que sin importar la categoría siempre se aprendió los nombres de pila de todos los futbolistas que participarían a su lado.
Para principios de los noventa, Pierluigi no sólo era una realidad dentro del complejo acto de impartir equidad en el politizado Calcio, sino que era una figura mediática que todos querían tener.
Se convirtió por forma y fondo en el árbitro mejor evaluado de Italia y en su primer año como internacional la FIFA le otorgó la Final de los Juegos Olímpicos de Atlanta, donde se terminó por catapultar al estrellato cuando junto a su auxiliar, in extremis, captaron el parpadeo del argentino Sensini al momento de salir en línea tarde para dejar habilitado a Amunike, que terminó con el histórico triunfo nigeriano.
Nada detendría al hombre con la mirada más tajante del mundo deportivo. A partir de ahí solo vinieron éxitos de taquilla. Con juegos inaugurales y finales por todos lados.
Los jugadores le hablaban de frente sin ruborizarse, llegaban a discusiones elevadas, muchas de éstas fuera de reglamento, ya que había contacto físico entre futbolista y colegiado ‘excusado’ dentro del ardiente modus operandi del gen italiano que finalmente entendía de razones.
Ha sido uno de los pocos que recibió ovación por su trabajo en un estadio. Sucedió al momento de obtener la medalla que lo reconoció como el juez principal de la Final entre Brasil y Alemania del 2002. Con un Blatter rebosante, sintió el cariño y respaldo unánime por todos los frentes.
“En esa ocasión, desde que fui avisado que tendría el partido más importante de mi vida, observé los seis juegos completos de ambas selecciones para revisar tácticas, usos y costumbres de los futbolistas y así imaginar posibles escenarios. La verdad me salió un encuentro perfecto, fueron los mismos jugadores dentro del campo los que me felicitaban y hasta Ronaldo me regaló su camiseta”.
En la Final, con apenas 10 minutos, ya tenía dos amonestados; Collina sin temor colocó rápido las reglas de convivencia dentro de la cancha y los protagonistas supieron interpretar su mensaje haciendo un juego limpio y directo más allá del resultado.
Ese choque en Yokohama generó que la marca japonesa Konami maximizará la popularidad del italiano, al colocarlo en la portada de su videojuego Pro Evolution Soccer. Un árbitro como fachada de un juego de futbolistas y no de jueces fue un acto atrevido, pero exitoso porque no era cualquier réferi, era el boloñés de risa fácil y maneras expuestas por el bien común durante 90 minutos y un rasguño más.
Dualidad sentimental fue la que siempre manifestó después de los partidos. “Te concentras tanto en tratar de no equivocarte que muchas veces no disfrutas del juego, no sabes los anotadores del encuentro ni otros detalles. Sin embargo existen algunas genialidades que se te quedan para siempre, como aquel taco de Redondo contra el United para que anotara Raúl, o el gol de puntera de Ronaldinho contra el Chelsea; ese día tenía ganas de acabar el juego e ir abrazarlo”.
Su carrera quiso ser manchada por llamadas telefónicas de los grandes clubes italianos que se acusaban de un lado al otro. Se aseguraba que Collina había recibido una compensación económica proveniente de la asociación de árbitros y que la plata podría venir manchada; no obstante, él mismo afirmó ante las autoridades que ese dinero era por parte de una compensación por derechos de imagen y actos publicitarios.
Uno de los puntos culminantes a su favor fue cuando Luciano Moggi, titiritero de la Juve y gran artífice de la catástrofe dirigencial bianconera, advirtió en una grabación que tanto Roberto Rosetti como Pierluigi eran extremadamente honestos para el Calcio.
“Nunca me presionaron para incidir en el resultado de un partido”, fue conciso, al ser interrogado en el famoso caso Calciopoli que le costó a la Juventus la pérdida de la categoría en 2006.
Debió retirarse porque su nombre ya era una marca que rebasaba al juego y las envidias por esa situación corroían el endeble tejido arbitral en su país; de tal manera se alejó del silbato cuando la empresa automotriz Opel lo firmó por un contrato anual de publicidad tasado en un millón de euros. Tras ello, diversas voces del balompié italiano, incluida la asociación de árbitros, reclamaron que no podía trabajar en el futbol de Serie A por un posible conflicto de intereses, ya que esa misma marca era el principal sponsor del Milan y no deseaban tener malinterpretaciones en un futbol de por sí manchado por la corrupción. “Después de 28 años no me ha quedado otra opción que renunciar. Al final perdemos todos”, dijo al anunciar su adiós.
Políglota y embajador mundial del arbitraje, siempre advirtió no querer pelear contra la tecnología ni la televisión. “Ellos llevan 18 cámaras en 18 distintas posiciones, contra eso no se puede competir. Uno trabaja y analiza sus errores sabiendo apreciar y reconocer si fue por falta de preparación o por una circunstancia atípica en el desarrollo del partido”.
Elegido como el prototipo en su profesión, Collina en sus conferencias habla de honestidad por encima de todo y nunca deja de lado al humano, a la persona que va con la balanza a un juego en busca de la igualdad y el equilibrio. Porque ser árbitro no es sencillo, es más un acto de alto riesgo con una dosis elevada de masoquismo, aderezado con destellos de grandeza que a muchos puede marear y directamente hundir.
“Somos personas con un gran amor por el futbol, sobre todo la inmensa mayoría de los árbitros que al final de cuentas no reciben grandes gratificaciones. Para uno que arbitró a nivel internacional la satisfacción compensa todo, pero quienes no tienen posibilidades ni esperanzas de llegar a los niveles más altos lo hacen únicamente por el gran amor y la gran pasión por el deporte”, sentencia.
Un trabajo desgastante, en esencia mental, física, de apreciación, de resistencia al dolor y sin antídoto para el error.
“En verdad sufrimos bastante cuando nos equivocamos. La gente no sabe cuánto, pero lo peor es cuando se duda de tu honestidad; para eso no hay palabras, sólo impotencia”.
El famoso Pierluigi, el tipo de fina estampa que por donde pisa atrae las miradas del público gracias a esa personalidad y estilo tan desenfadado y disuasivo, formato que le dio la estela de intocable y le construyó la imagen, para muchos bien merecida, de ser un adelantado a su tiempo.




