Doscientos días y contando para la noche inaugural de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016, pero, por lo visto, la emoción que transmite el gran evento, las llamas sagradas del movimiento olímpico y el reto de defender una de las grandes hazañas en la historia del deporte mexicano ha quedado lejos de ser una prioridad.
Mientras el mundo del deporte se frota las manos para apreciar y competir por primera vez en una justa olímpica en territorio latinoamericano desde el ya lejano México 1968, mientras se alistan los grandes atletas de la pista y el campo, las despedidas de tres leyendas como Usain Bolt, Michael Phelps, Roger Federer, y las irrupciones de otros deportistas como la gimnasta rusa Aliya Mustafina, la nadadora estadounidense Katie Ledecky, el vallista jamaiquino Jaheel Hayde, la tenista norteamericana Serena Williams o tal vez el ciclista británico Bradley Wiggins, el futbol mexicano parece poco atrapado, enganchado, motivado y hasta poco convencido de que puede ir por un verano dorado en Río de Janeiro. Existe, sí, la promesa de montar un equipo que compita, pero no el deseo profundo de defender lo que se logró con mucho esfuerzo e ilusión hace cuatro casi cuatro años en Londres.
La primera muestra de ello es el trato secundario que se le está dando al entrenador de la Selección Olímpica, Raúl Gutiérrez. La semana pasada escuché al técnico de la Selección Mayor, al colombiano Juan Carlos Osorio, referirse de esta manera cuando se le cuestionó sobre quiénes podrían ser los tres jugadores por encima del límite de edad que reforzarían a la grupo mexicano en su aventura olímpica: “Yo sólo puedo hablar por lo que corresponde a mi equipo…”.
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