Monterrey-América, duelo de ilusiones y sorpresas

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Opiniones, análisis y puntos de vista de los principales columnistas deportivos de RÉCORD. Entérate de lo que piensan los expertos del futbol mexicano y más.

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Todo se resolvió en la ruptura, porque a veces la ausencia de la responsabilidad crea, sugiere y divierte. El Monterrey vs. América fue eso. El cúmulo de las fracturas del orden, que le dieron sitio de privilegio a la aleatoriedad de la pelota caprichosa, que viajó sin pasaporte. Se rompió el medio campo y el futbol lo disfrutó. Lo supo. Y lo vivió.

Si el rodar del balón relata un cierto sentido de pertenencia, este sábado, Rayados y azulcremas fueron libres. Y no hay nada mejor que la libertad en la cancha.  Antonio Mohamed y Ricardo La Volpe fueron testigos mudos, que al mismo tiempo alzaron la voz con tales propuestas. Jugaron a ganar, que no es lo mismo que empeñarse en no perder.

Y así, como consecuencia de tanta improbabilidad, un error de Paul Delgadillo se abrazó con el gol, que, después, le dio un beso al acierto. Cuando Oribe Peralta hirió con un cuchillo de plata filtrado, Silvio Romero resolvió con guantes blancos de asesino del área. Aquel zurdazo, de primera, fue un tanto mortal con una cuota de complicidad arbitral. Un doble fuera de lugar en una sola secuencia de jugada, nunca había dolido tanto…

Como respuesta a tanta injusticia acumulada en aquella área de la impunidad, Dorlan Pabón encontró en un penalti un motivo de furia. Si no hubiera existido red en la portería, la pelota aún viviría. Pero murió feliz atrapada por la red de la felicidad, ante tanta potencia y velocidad.

Después, todo confluyó en la multiplicación del acierto sumado al del yerro. Por cada ilusión, existía una sorpresa. Y por cada intento, alguna tristeza. Yimmy Chará lo supo con un disparo, que en cualquier otro campo del mundo, debió ser gol. El poste opinó lo contrario, desde su condición de aliado de Muñoz, que en su partido 500 le dedicó una oración.

Monterrey quería, pero no podía. En la agonía, el América y Michael Arroyo tuvieron en sus pies los tres puntos y, ahí mismo, se les escapó la vida. Se supo después que no ganar no siempre es perder. Ante esto, Mohamed sonreía con la picardía del niño travieso, que le alza la falda a una niña. Ricardo La Volpe gruñía y gruñía.