En un descolorido y largo sorteo en Nueva York, con excepción de mi compadre Jorge Campos, que a todo le provee alegría y buena vibra, se dieron a conocer los grupos para la Copa América Centenario del próximo verano.
Me topé con varias espinas que, a mi entender, lastiman el torneo más añejo de selecciones. La primera es que se juega fuera de Sudamérica: para mí esto es un sacrilegio. Se sabe de las vilezas y corruptelas de varios sombríos personajes que sacudieron las entrañas de Conmebol, así como la severa intervención de la justicia estadounidense en el entrampado caso FIFA, pero ninguna de las dos me parece justificación válida para llevar la fiesta a Estados Unidos.
Hace milenios tuve la fortuna de jugar dos Copas América: una, en Ecuador en 1993, obteniendo un impensado segundo sitio; y la otra, en Uruguay, en donde fuimos apeados por USA vía penales en Cuartos de Final. Dato insignificante para la generalidad, pero no para mí, en Uruguay 1995 quedé Campeón de goleo con cuatro pirulos empatado con el prócer Gabriel Batistuta. Y el haber palpado el entorno en estos dos torneos fue a la vez majestuoso y aleccionador.
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