Alma Blanca

Christian Martinoli

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Christian Martinoli

Cuando uno toma la ruta A42 desde Madrid, es porque busca llegar a Toledo, cuna de Garcilaso de la Vega y tumba de El Greco; ciudad Patrimonio de la Humanidad y círculo cultural obligado de la periferia madrileña. Un camino que empieza a cuadras del Estadio Vicente Calderón, que instantes previos a abandonar la capital española y antes de llegar a Getafe, raspa Villaverde, el último rincón de tierra que geográficamente se apoderó la ciudad más grande de la península.

Entre multifamiliares vetustos y enormes bodegas de almacenamiento y distribución, está Acceso Colonia Marconi, la calle donde Pedro y María Luisa, dos jóvenes provenientes de Medina del Campo, un pueblo cercano a Valladolid, buscaron mejor fortuna y formaron una familia.

La vida en Villaverde hay que trabajarla, no hay miseria, pero sí carencias; por ello, Pedro todos los días cruzaba la ciudad para laborar como electricista en la Base Aérea Militar de Torrejón, al lado del aeropuerto de Barajas; mientras tanto, María Luisa cuidaba al par de hijos que habían procreado, niña y niño que heredaron sus nombres.

Para el otoño del 76, a Maria Luisa le indicó el médico que estaba embarazada por tercera ocasión, era algo imprevisto, impensado, no entraba en los planes de una familia de cuatro en donde los menores ya tenían 9 y 7 años de edad; sin embargo, asumieron su responsabilidad y le dieron para delante.

Nació Raúl, un escuálido trigueño de piernas arqueadas y con polidactilia en el pie izquierdo; un chico que sus hermanos veían más como mascota que como pariente. Conforme creció, el más pequeño de la familia fue haciendo solo sus propios juegos ante los diferentes intereses de sus hermanos y los escasos recursos de la familia, por eso el menor de los González Blanco salía todas las tardes a pegarle a una pelota contra la pared del edificio.

No necesitaba más, únicamente la pelota. Fanático del Atlético de Madrid, como todos en casa, Raúl veía fotos de Aragonés, Griffa, Irureta, ‘Ratón’ Ayala, ‘Cacho’ Heredia, Reina y Ufarte, a las que les agregaba relatos inverosímiles y hazañas extraordinarias para soñar un día ser como ellos, o por qué no, como el recién llegado al club, el mexicano Sánchez, que según le inculcaron, sería un histórico de la entidad colchonera.

Estudió en el Colegio Navas de Tolosa en la zona de San Cristóbal, lugar donde décadas después el Polideportivo de la región llevaría su nombre. Al inicio jugaba futbol con ficha falsa porque no había equipo de su categoría y necesitaba ser dos años más grande. “En mi credencial me llamaba Dani y me ponía lentes para parecer mayor en la foto”, le contó a Canal Plus. Raúl era derecho natural, pero una lesión en el tobillo lo obligó a que mientras se recuperaba, golpeara la pelota con la izquierda cuando estaba sentado en casa, así dejó de lado la diestra y afinó sin pensarlo la zurda.

A los 13 años, sus goles y personalidad llamaron la atención de los visores del Atlético de Madrid, lo observaron varias veces como capitán del San Cristóbal de Los Ángeles. “Fuimos a escondidas para que nadie sospechara, porque queríamos asegurarnos que el nivel del chaval era el mismo todas las semanas”, comentó el entrenador Francisco de Paula García, para el libro ‘Raúl, El triunfo de los valores’.

Hablaron con don Pedro, pero éste les dijo que él no podía llevarlo a entrenar, así que fueron las mismas personas del cuadro del Manzanares quienes se ofrecieron a llevarlo diario del colegio a la práctica y luego de regreso a casa.

Admiraba a Diego, el 10 del Napoli, y en las instalaciones del ‘Atleti’ (pronunciado “Aleti” de manera cazurra), le decían Maradonita. Ya era capitán y goleador del cuadro alevín, sus registros eran impresionantes, anotó 65 goles en una temporada donde el cuadro infantil colchonero marcó en 308 ocasiones, rompiendo todos los récords de la división. Su premio, cada quincena, era salir como recogepelotas en el Calderón y ahí aprovechaba para sacarse fotos con sus ídolos: Abel, Schuster, Manolo, Aguilera y Futre. Su vida estaba encaminada para ser un extremo izquierdo del primer equipo; sin embargo, un día Jesús Gil, Presidente del club, decidió no pagar más los traslados en autobús y las comidas de los jugadores, porque decía que eran gastos brutos que no darían dividendos a futuro, que no servía de nada ganar en inferiores y que la entidad no estaba en condiciones de tirar el dinero; por tal motivo, eliminó la divisiones menores y Raúl, tras 146 goles, cambió de vereda, de colores, de amor.

Vicente del Bosque y Rafa Benítez, en ese entonces hombres fuertes de las Fuerzas Básicas del Real Madrid, se llevaron a Raúl y a medio equipo rojiblanco.

Ahí, el excapitán del Atlético se encontraría con Guti, su eterno rival, juntos formarían una dupla infernal que llegaría a la Primera División merengue. A los 15 años era jugador blanco y a los 17, el técnico Jorge Valdano lo llevó al primer equipo. La Quinta del Buitre estaba diluyéndose, el Barcelona retomaba protagonismo en la Liga, y el cambio generacional lo apuró el propio entrenador argentino, quien en aquella época dorada del Madrid portaba la camiseta 11.

Con Alfonso lesionado y Butragueño regresando de una lesión, Valdano se jugó la vida en el banquillo más ardiente del futbol mundial y llevó a Zaragoza a un niño prodigio, muy delgado, pero con demasiada actitud de triunfo. “En la noche previa le pregunté: ‘¿Oiga Raúl, si usted fuera entrenador del Real Madrid, pondría a jugar a Raúl?’, a lo que me respondió, ‘Míster, si quiere ganar el partido, sí, lo pondría; pero si no quiere ganarlo, entonces lo dejaría sentado’”, le contó a ABC el propio entrenador.

Esa noche perdieron y Raúl falló jugadas clave. Valdano fue puesto en tela de juicio, aunque los críticos captaron buenas hechuras del juvenil. La siguiente fecha contra el Atlético todos esperaban que el acompañante de Zamorano fuera cualquiera menos Raúl. Pero Valdano volvió a poner su puesto en la mesa y colocó a Raúl al lado del chileno. El resultado fue que con el 7 de Butragueño en la espalda, provocó un penalti, dio asistencia y, a pase de Laudrup, definió de zurda al ángulo de Abel Resino para encaminar una carrera monumental.

Esa noche las últimas gotas del Manzanares que escurrían por el corazón de Raúl se evaporaron para siempre. El blanco se apoderó de su alma y encandiló de por vida a la flemática grada del Bernabéu.

“Raúl, en los entrenamientos, no era el más fuerte, ni el que le pegaba mejor a la pelota, ni el mejor cabeceador, ni el mejor pasador, ni el mejor definidor, ni el que corría más; sin embargo, cuando jugaba los partidos lo hacía todo bien, ahí era el mejor”, le contó a El País, Ángel Cappa, auxiliar de Valdano.

Durante lustros le trajeron a los mejores, a los mediáticos, a los famosos, a los guapos, le trajeron a todos con el afán de competir primero, y después para darle una jubilación digna; sin embargo, él se mantuvo titular hasta que decidió alejarse del Paseo de la Castellana para probar que su futbol no estaba caduco como lo demostró en Alemania.

Todo lo que ganó a nivel de clubes se le negó con la camiseta de España. El futbol le fue injusto cuando de rojo quiso darle un giro a la historia esquiva que acompañó al cuadro ibérico. Lo intentó, acompañó y despidió a un grupo de jugadores encabezado por Guardiola, Guerrero, Zubizarreta, Luis Enrique, Alkorta, Ferrer, Sergi Barjuan, Etxeberria, Amor, Nadal, Cañizares, Aguilera, Kiko, Albelda, Hierro, Valerón, Mendieta, Helguera y Morientes. Para darle entrada a los Puyol, Xavi, Casillas, Iniesta, Villa, Piqué, Sergio Ramos, Cesc, Silva, Xabi Alonso y compañía, que obtuvieron lo que España ya pensaba era una utopía, pero lo hicieron temerariamente sin el mejor delantero que tuvo su historia.

Luis Aragonés lo secó de las convocatorias y de la Euro que ganaron, mientras que Del Bosque mantuvo la línea de un equipo que no podía hacer homenajes en vida cuando su misión era responder con la obligación del título mundial en Sudáfrica.

“A Raúl hubo un momento que la Selección le quedaba grande. Le dije que Torres y Villa estaban mejor que él”, recitó directo en su momento “El Sabio de Hortaleza”.
Se debatió durante semanas si la trayectoria de Raúl merecía un lugar como suplente dentro del plantel que pasaría al Olimpo futbolístico por revolucionar la manera de jugar y de ganar; sin embargo, no hubo caso.

“Jamás me arrepentí de nada y nunca guardé rencor de nadie”, dijo Raúl cuando partió a Estados Unidos.

Un chico más que desde la última frontera de Madrid se hizo leyenda, pero no por ser el mejor, sino por tener un poquito de todos los próceres de Chamartín. González Blanco portaba la astucia de Butragueño, la ubicación de Hugo, la velocidad mental Di Stefano, la personalidad de Camacho y el liderazgo heredado de Sanchís y Hierro que lo transformaron en un ícono que sólo pudo ser superado en números por un prototipo excepcional como Cristiano.

Alguna vez Jorge Valdano mencionó: “El que se quiera comer el mundo, tiene mi permiso”. Pues Raúl lo hizo.

Se fue como empezó, vestido como uno de sus apellidos, como el equipo que le estiró la mano y le dio acceso a la gloria; se fue con la camiseta neoyorquina que poco entiende del juego, pero sí de leyendas, con la que Pelé dejó de tocar el violín. Se fue sin tarjetas rojas en su carrera. Se fue de blanco, como su alma.