Una pista de ensueño para una demostración de antología, de esas que son para coleccionar en la memoria. En las calles de Mónaco, la legendaria gema de la Fórmula Uno, el poder de los autos –el gran diferenciador en casi todas las citas del Mundial–cede ante el talento al volante. Ayer, las manos extraordinarias de Sergio Pérez lo pusieron en el podio inigualable del Principado.
Checo disipa toda duda y anticipa que su mejor momento como deportista de primer nivel está por venir. Ya en 2015 había dado un gran salto adelante en su rendimiento: a las capacidades natas añadió la madurez, la frialdad que en otros momentos hizo dolorosa falta. El inicio de 2016 fue rocoso, con poca fortuna, pero con una brutal exhibición Sergio presenta de nuevo al mundo su potencial ganador, listo para explotar.
Pérez sabe, sin duda, que está entre los mejores pilotos de la parrilla, con su buen balance de juventud –no se acerca aún a los 30 años– y experiencia –ésta es ya su sexta campaña en F1–, y seguro también tiene presente que debe manejar pronto, en un equipo ganador. No más segundos y terceros lugares, lo que busca, sueña, anhela, es ganar.
Es momento de dar el salto de nuevo. De convencer a Ferrari o Mercedes (descarten a Red Bull y a McLaren, por obvias razones) de que deben contar con él en 2017. Tiene con qué hacerlo. Porque más allá de las limitaciones obvias de Force India están sus manos, que así como gestan podios también sabrán construir victorias.




