Los caprichos de una pelota lo hicieron nacer en Johannesburgo y fue durante uno de los periodos más violentos del Apartheid, de esos interminables años en donde aquellos que querían libertad e igualdad debían soportar las pesadas rejas de la prisión, callar o morir.
Su padre John, un futbolista inglés, mantenía todos los privilegios que sólo las personas de raza blanca podían tener; sin embargo, no deseaba que sus hijos crecieran bajo esa política de segregación. Sólo fueron unos meses los que pasó Steve por aquellas tierras hasta que su familia optó por viajar al suroeste canadiense, justo a Victoria, la capital de British Columbia, isla donde inicia el país de las hojas de maple y los imponentes osos. Enfrente de la costa de Vancouver y a la misma distancia de la estadounidense y alternativa Seattle.
Un lugar fresco y abierto donde las diferencias sociales escasean, de esos sitios a los que los expertos en vivienda y sociedad catalogan con la estrella suprema de ‘calidad de vida’.
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