Francisco Cornejo ya se había llenado los ojos descubriendo el talento inigualable de Diego Maradona y posteriormente las rabonas de Claudio Borghi, cuando una tarde invernal de 1979 un espigado rubio de 10 años llegó de la mano de su padre, un prominente comerciante de la pequeña ciudad de Adrogué, al estadio de madera en el barrio de La Paternal, lugar donde Argentinos Juniors defiende la camiseta.
De inmediato el chico silencioso pidió la pelota y empezó a pisarla como lo hacia en el escueto club de futbol sala de su vecindario y lució en el maltratado pasto igual que cuando movía los hilos en el desgastado parquet del club Villa Calzada.
Ahí los ojos de un cansino Cornejo, se eclipsaron con el nene de melena dorada que desbordaba en corto y se movía con una fineza atípica.
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