El hombre de la cuchara

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Opiniones, análisis y puntos de vista de los principales columnistas deportivos de RÉCORD. Entérate de lo que piensan los expertos del futbol mexicano y más.

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En medio de la desolación, la incertidumbre y una absoluta dependencia económica era como se manejaba Checoslovaquia en los años cuarenta. Luego de ser invadida por los nazis, el país fue dividido, mientras el ala eslovaca formó una alianza con los alemanes, del lado bohemio pensaba que cuando terminara la Segunda Guerra Mundial, el Plan Marshall, sería un resurgimiento de su identidad, sociedad, cultura, economía e infraestructura; sin embargo, el guiño hacia Occidente duró poco; el Comunismo se apoderó de sus fronteras y formas de pensar en el llamado Golpe de Praga en 1948. La Unión Soviética no permitiría que la nación del Este más cercana en ideales al bloque Oeste de Europa se escapara de sus manos. De inmediato se buscó que el ‘Stalinismo’ fuera el nuevo formato estructural de la comunidad checoslovaca, misma que con ciertas perdidas de territorio, volvió a formar una nación que viviría en la frontera de la Cortina de Hierro, y juraría lealtad al Pacto de Varsovia.

Eran tiempos complejos de muchos cambios y tajantes estructuras. Se podía tener un plato de comida en la casa y un trabajo fijo; sin embargo, no había posibilidad alguna de expresarse de forma negativa en contra del sistema. El país estaba cerrado, nadie podía salir sin un permiso burocrático interminable; se vigilaba a los ciudadanos con lupa y quienes no formaran parte del Partido Comunista podrían pasar a una lista negra en donde posteriormente sus propios hijos serían anotados y no podrían tener acceso a un empleo o a seguridad social. En pocas palabras, el Estado proveía a cambio del silencio y la fidelidad.

Para muchos era difícil vivir así, pero no había posibilidades de modificar la estructura a corto, por ello luego del trabajo la gente se encerraba en casa para lamer sus heridas intelectuales.

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