Raimundo creció en la miseria, además de no comer diario, en lo que él llamaba casa, no había luz, el piso era de tierra, no existían ventanas y debía bañarse una vez a la semana con agua traída en jícaras desde un pozo relativamente cercano.
Jamás fue a la escuela; sin embargo, una extraña curiosidad por las letras lo hizo aprender de manera empírica tanto a leer como a escribir.
Se aplicó todos los días en tratar de descubrir lo que decían los letreros de los camiones y de preguntarle a cualquier persona en la calle qué es lo que anunciaban los pósters o las paredes. Así reunió las piezas para encontrar el alfabeto, las sílabas, las palabras y las oraciones.
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