Felipe era su hermano biológico, pero Abelardo era el del alma. Nacieron y crecieron en la misma calle, la de El Bierzo, en el barrio de Pumarín en Gijón. Esa cuadra mide sólo 150 metros y cada uno vivía en la esquina contraria; hijos de gente trabajadora que la pelea todos los días. Desde muy chicos tenían dos amores en común, el balón de futbol y el Sporting.
Luis Enrique Martínez, también solía estar montado en su bicicleta soñando que escalaba con fiereza las etapas de montaña más conocidas del ciclismo europeo. Por su mente pasaban el Tourmalet, Alpe d’Huez, San Pellegrino o Angliru; se contaba historias de grandeza y fantasía mientras imaginariamente recorría el Tour de France, el Giro d’Italia y la Vuelta a España.
Era muy flaquito, pero su cabeza iba a mil por hora y nunca se detenía a pensar si el huesudo cuerpo que lo acompañaba sería un impedimento para sus futuras proezas deportivas.
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