Tarjeta roja

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Opiniones, análisis y puntos de vista de los principales columnistas deportivos de RÉCORD. Entérate de lo que piensan los expertos del futbol mexicano y más.

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“Odio la palabra soberbia, pero de niño era tan bueno que los chicos de mi edad no me permitían jugar con ellos, a menos que yo trajera el balón; por eso no me quedaba otra que jugar con los grandes y aunque muchas veces tampoco me dejaban porque me veían muy pequeño y tenían miedo de lastimarme, pues yo me arriesgaba y soportaba todo tipo de golpes sin llorar”, le contó a Caracol TV.

Quizá por eso, desde entonces, Gerardo Bedoya se hizo fuerte de carácter y echado para delante sin temor a nada, a nadie, ni a las consecuencias de sus actos. Sin saberlo, esa cabeza dura y vehemente que manejó como arma para sobresalir, sería la protagonista principal de su carrera y de su nada honroso récord de ser el futbolista más expulsado de todos los tiempos.

Nacido en el regazo de una familia discreta y en medio de los cafetales de Ebéjico, muy cerca de Medellín, su padre Gerardo y unos tíos, intentos de futbolistas, muy apasionados por el DIM (Deportivo Independiente Medellín), le inculcaron el futbol a Bedoya desde chico. Tanto así que, cuando apenas estaba en secundaria, se fue de la casa. “Tenía 13 años y la Selección Antioquia me concentró en la ciudad, al principio no quería irme, extrañaba a mi mamá, todos los días lloraba, pero mi papá también con lágrimas me decía siempre: ‘Mijo, uno solamente tiene una oportunidad en la vida’”, recordó para la revista Don Juan.

Apenas terminó la preparatoria, el Pereira lo hizo debutar en Primera División, algunos dirigentes lo tacharon de ‘loco’ y le tenían miedo a sus arranques porque cuando llegó a probarse al equipo no tuvo piedad con los titulares, no respetó jerarquías y armó un par de incidentes verbales y también con pelota divida en juego que por suerte no tuvieron graves consecuencias.

Digamos que no se dejaba y aunque ya no era un dotado técnico superlativo a nivel profesional, sí era un jugador muy táctico, con gran recorrido defensivo, valiente, fuerte, veloz y con un disparo de tiro libre aceptable que mejoró con los años.

“Yo hablaba mucho con los porteros de mis equipos y me enseñaron que, en los tiros libres, ellos ven al tirador y se mueven hacia su poste más lejano cuando el cobrador del disparo arranca, por eso yo tomaba muy poca distancia hacia la pelota y buscaba esconderme de la vista del portero con la misma barrera o incluso ponía a dos compañeros para que hicieran otro muro por delante del defensivo y así sorprendí a varios arqueros”.

El Deportivo Cali lo catapultó a la palestra nacional como un elemento confiable para el trabajo de ida y vuelta. Durante cinco temporadas formó parte de un equipo que dominó la Liga colombiana y consiguió un status de seleccionado; en esa época, su madre Rosalba murió cuando apenas él tenía 21 años. “Si hay algo que le podría recriminar al futbol fue no haber podido disfrutar más a mi familia, sin embargo eso me hizo más fuerte”.

Racing de Avellaneda lo compró y un gol suyo encaminó el ansiado título de La Academia tras 35 años de sequía en el futbol argentino. Ganó con Colombia la única Copa América que esa selección posee en sus vitrinas. Pasó por el Puebla, donde estuvo medio año, vistió 15 veces la camiseta de La Franja, metió un gol y salió amonestado en más de la mitad de los partidos. “Nunca había jugado en la altura como local, me costó la adaptación porque el campeonato mexicano te lleva a lugares con diferentes altitudes constantemente, las distancias son largas, aunque me gustó porque se trata de salir jugando y se corre bastante, es un torneo muy bonito para practicar el futbol”.

El balón lo llevó a Boca Juniors sólo tres partidos y es que una negociación por debajo del agua de los dirigentes xeneizes provocó que rompieran su contrato y decidió volver a Colombia. Atlético Nacional, Millonarios, Independiente Santa Fe, Envigado, Boyacá Chicó, Fortaleza y Cúcuta exprimieron las gotas de sudor de Gerardo, un hombre dispuesto a entregar todo por el bien común del equipo, aunque de vez cuando él mismo cortara el cable equivocado e hiciera explotar la máquina, su máquina.

Diálogo extremo con los suyos, pero al límite con los rivales y árbitros. Más de una ocasión los jueces salían condicionados cuando veían a Bedoya en la alineación titular. “La fama de ser rudo y hablador me jugó en contra muchas veces, incluso era provocado por los réferis”. Gerardo se ganó 46 tarjetas de expulsión, la mayoría muy merecidas, pero varias adquiridas por sus pergaminos oscuros y no por sus actos directos al momento de la falta.

“En la cancha yo no tenía amigos, nunca me guardé nada, no era desleal pero siempre fui con todo, al cien por ciento. Seguro que me equivoqué mucho pero nunca tuve el orgullo de no ofrecer una disculpa”.

Tal y como lo hizo luego de un clásico de Bogotá, cuando jugando para Santa Fe, a su amigo Jhonny Ramírez le metió un codazo en el rostro para después, fuera de sí, pisarle la cabeza, situación que le valió 15 partidos de suspensión. “Le llamé y me disculpé, estuvo muy mal lo que pasó”.

La gente en Colombia discutió por días la agresión suscitada en el clásico capitalino y el diario El Tiempo, en su editorial, fue contundente. “Lo de Gerardo Bedoya, es aterrador. Su solo codazo sin balón a Ramírez daba para mandarlo de inmediato al patio de la Modelo (prisión bogotana). Pero resultó grotesco e inverosímil lo que hizo después: ¡le pisó la cabeza cuando estaba caído... toda una bestialidad!”.  

En otra ocasión, militando en Millonarios, fue castigado nueve fechas por conducta violenta contra un árbitro y, cuando vestía la camiseta de Racing, le aplicaron una suspensión de un año en competencias sudamericanas por golpear con el codo el abdomen del colegiado paraguayo, Carlos Torres, en un juego de Copa Libertadores contra América de Cali.

‘General’, ‘Samurai’, ‘Tarjeta roja’ y ‘Bestia’ fueron los distintos sobrenombres que marcaron su trayectoria.

Participó 12 años como lateral izquierdo y ocho más como contención, acumuló 693 partidos y anotó 54 goles, la mayoría en pelota parada durante sus dos décadas de carrera, pero pudo rozar los 800 encuentros en caso de no ser suspendido; porque las 46 expulsiones le costaron 93 partidos fuera de actividad; es decir, sin contar lesiones, Bedoya estuvo ausente por dos torneos y medio de los largos (38 fechas), sólo por su indisciplina. Increíble.

“No me considero violento, muchas fueron por reclamar, no me siento orgulloso de eso pero ya está, también conseguí muchas cosas lindas dentro del juego”, le recalcó a Caracol TV quienn ya retirado y en su primer partido como auxiliar técnico en Santa Fe, fue expulsado a los 21 minutos por reclamos hacia el juez de línea.

Pero así como dijo, desdijo y pegó, también recibió candela de la buena. “Castagno Suárez, de Independiente de Avellaneda, me metió un codazo en el pómulo derecho que me dejó 18 puntos de sutura, nunca pude desquitarme de él, porque a los seis meses se me retiró”, dijo y se rió el hombre que vistió en 49 oportunidades la camiseta de la selección de Colombia.

Director técnico en el campo, líder en actos y palabras, pero con un temperamento incendiario, que más de una vez lo hizo perder el termostato, hoy alterna trabajo en la televisión deportiva colombiana y entrena a los juveniles de Independiente Santa Fe.

“Fuera del futbol, soy un hombre tranquilo, pausado y que todo mi mundo lo vuelco hacia mi hija. Dentro del campo me perjudicó tener tantas tarjetas rojas, me hizo mala fama, siempre fui de un estilo aguerrido y luchador, en verdad quise cambiarlo pero nunca pude, igual no me arrepiento de nada, estoy orgulloso de mi carrera. Me considero una persona de bien que le ha dado cosas positivas al futbol y a la vida”.

Palabra de Gerardo ‘Tarjeta roja’ Bedoya.