El Super Bowl caminó por la cornisa, se tambaleó, sudó, sufrió, y al final terminó como empezó: con una imagen sonriente de Peyton Manning.
Pero el deporte suele ser caprichoso e irónico en muchas ocasiones: Manning, el líder en yardas por aire y en anotaciones en la historia de la NFL, no tuvo el papel protagónico que su carrera de casi 20 años siempre pregonó sobre los emparrillados. Manning fue lo más importante de lo menos importante la noche en la que los Broncos de Denver levantaron su tercer trofeo Vince Lombardi.
Increíble, pero cierto: tienes a uno de los jugadores de mayor poder ofensivo en la historia y terminas apoyándote en la defensiva, en la rudeza, en la parte –llamémosle, sin ofender a nadie– rudimentaria del juego: balones sueltos, intercepciones, tacleadas, golpes con el casco, manos que intentan arrancarle el balón al corredor, patadas de despeje y un número 58 que se llama Von Miller, quien desde esa parte del juego resulta ser un tipo rápido, habilidoso y valiente, que provoca miedo y preocupaciones en la ofensiva contraria. El mismo Von Miller que en el 2011 fue la segunda selección colegial del Draft general de la NFL, sólo detrás de un personaje llamado Cam Newton.
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