Cuauhtémoc Blanco era un falso lento con piernas largas de alambre controladas por la incombustible creatividad, reservada para los futbolistas de teatro. El ‘Temo’ fue marioneta y titiritero. Marioneta desde el desparpajo elegante de sus zapatos de seda y titiritero a partir de la destreza controladora de los tiempos.
Porque Blanco nunca se enredó con los hilos del futbol.
Sus pases eran extensiones innatas de los dictados de la mente.
Si el trueno es el aviso del rayo, Cuauhtémoc Blanco era el trueno, siempre adelantado a los hechos, porque sabía qué haría antes de hacerlo. Veía el futuro con su futbol gitano, que reclamaba una bola de cristal redonda y de cuero.
Pero necesitaba un aliado, porque Blanco era una catapulta. Nunca un receptor. Si el mar es donde desembocaba el río de ideas, el eterno ’10’ siempre fue eso: El preludio de la inmensidad. La escala de lo imprevisto.
Y ahí va Cuauhtémoc, con el trote cansado de quien le pesa la espalda, porque su joroba tampoco era un accesorio. Era herramienta para pases impensados; coyuntura perfecta de taquitos ilustrados. Blanco se fue del futbol así. Haciendo su jugada predilecta como confirmación de sus caprichos de futbolista vulgarmente elegante.
Y ahora vuelve.
Si se fue de 42 años, porque el tiempo cometió la estupidez de transcurrir. Y ahora retorna con 43 ejemplarmente registrado como un águila, que es todo menos de reparto. Blanco tendrá minutos en la Jornada 9, ante Monarcas.
Y el sueño se hizo realidad. Lo imposible sucedió.
Blanco no se va. No se fue. No se ha ido. Y aunque se vaya, nunca terminará de irse...




