El Necaxa es el triunfo de la esperanza sobre la experiencia. Es como quien se vuelve a casar, diría Juan Villoro.
Es el aprender a no morir, aunque a veces haya perdido la respiración.
Eso son los Rayos. El prevalecer de lo improbable. La reedición del sentimiento, cosido en el lado izquierdo del pecho.
El revivir.
Es como prender la luz de un cuarto que habitaste ocho años en absoluta oscuridad comiendo cartón.
Hoy se recupera otro de los sentidos. El del gusto.
Y por eso le voy. Por eso siempre le he ido.
Porque es el recuerdo recurrente de que para saborear lo dulce, la vida reclama haber paladeado lo amargo.
Es recuperar la vista.
Enamorarte, otra vez, a primera vista, aunque eso, por sí mismo, sea una tan imposible, como, lo es el Necaxa…
II
Sucede que el Necaxa se redime. Se reinventa.
Los necaxistas se sienten representados.
Nos sentimos representados, porque se confirmó, otra vez, que en el futbol se gana, se pierde y se empata, pero también se sueña. Y hoy nadie puede arrebatarle a los rojiblancos ese sentimiento que dispara los anhelos…
Ni el Campeón Pachuca pudo.
Cuando no tienes nada, no puedes perder nada. Y, en consecuencia, es libre.
Los Rayos son libres.
Somos libres.
Johan Cruyff decía que “el futbol es un juego de errores. Gana el que menos los comete”.
Y entonces, hasta en eso el Necaxa le da la razón.
“Casi nunca cometo errores, porque me cuesta equivocarme”, complementa Johan, con una carcajada desde el cielo.
Observado desde ese prisma, al Necaxa le ha madurado una descarada indiferencia hacia lo establecido. Es la revolución de la pelota. Y no por sus formas sino por sus ideas, porque todo revolucionario incómodo, que ocupa el séptimo lugar de la tabla y está en Semifinales reclama también de inteligencia.
Y los Rayos piensan.
Lo hacen a través de Marcelo Barovero, que es como un árbol flaco con ramas largas, que no se agita y no se le mueven las hojas con el viento.
Lo hacen también por medio de los pies de marioneta con hilos alocados de Edson Puch, o la incombustibilidad de Luis Felipe Gallegos, que corre hasta cuando está sentado en el cine. O con base en la brujulita con piernas que es Manuel Iturra o el proyectil disparado hacia el fin del mundo delimitada por la línea final, que significa el ‘Ratón’ Isijara.
El Necaxa es más que simple obediencia. Es motor y no ancla.
Es liderazgo de Marcos González y su gafete de capitán o la fortaleza de muro de obsidiana representado en Brayan Beckeles. O los cobros con un GPS cosido al balón de Jairo González. O la identificación con el pueblo hidrocálido de Mario de Luna y Michel García, que lleva el ‘7’ de Alex Aguinaga en la ancha espalda…
Ellos saben a qué juegan. Muchas veces a no perder. Y con eso les basta, porque ese un perfume le encanta a la dama de plata.
Ganarla a toda costa es uno de los matices que la definen como indefinible.
III
El Necaxa es un poco de la versión que todos queremos ser, porque, desde su condición de víctima, cada gota que transpira, también inspira.
Y dan ganas de celebrar con champán, aunque solo tengas jugo en el refri y le vayas a otro equipo.
El futbol le extendió la mano a los Rayos.
Muchas veces volteó abajo para verlo, con dejos despectivos, pero hoy lo ha hecho para levantarlo…
Al Necaxa, entonces, hay que observarlo a través del cristal de la supervivencia.
Aprendió a no morir, sí. Aunque alguna vez haya muerto.
Aprendió a vivir. Y sueña despierto, a pesar de estar vivo…




