Llevo varios minutos frente a la computadora intentando identificar cómo y por dónde entrarle a esta confusa Final. Ante todo no me puedo alejar de la emoción que me provocó un duelo tan volátil, tan extraño, tan cambiante, tan loco, tan todo. Por otro lado también me abordan grandes dudas sobre si ésta es la forma en cómo se debe dirimir una contienda máxima, no comprendo ni comparto que de un partido a otro pueda uno observar versiones tan disímiles.
Entiendo que en una Final que dura 180 minutos o más resulta imposible manifestar un dominio durante todo el tiempo, pero me parece complejo aplaudir que ambas entidades hayan exhibido un descontrol tal que rozó lo absurdo. En el partido de Ida los Tigres atropellaron a Pumas, desde el primer minuto hasta la conclusión sólo existió un equipo, los de Monterrey fueron dueños absolutos de las circunstancias y el trámite, siendo penoso como los Pumas se abandonaron y arrastraron el prestigio. Y en la vuelta sucedió a la inversa, si bien Pumas no atropelló a los Tigres, si le pego sendos puñetazos en momentos cruciales que lo mandaron a la lona, mención aparte las dos groseras distracciones al final del segundo tiempo y al final del segundo tiempo extra en donde en pelota detenida los vacunaron.
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