Como bien decía el Chapulín Colorado, “que no cunda el pánico”, no daré mis opiniones sobre el Oscar ni sus ganadores; amo el cine, pero reconozco mis absurdas y múltiples miserias en relación con este seductor arte. No voy a montarme al barco del barato nacionalismo, sencillamente quiero rendirme ante tu grandeza, Alejandro, y como no sé un carajo del séptimo arte, no me refiero a tu grandeza como director, sino a tu puntual elocuencia cuando de tomar un micrófono se trata.
Son pocos los personajes en el planeta que ante mayúsculos escenarios son capaces de hablar con tal elocuencia, claridad y contundencia como tú lo haces; sencillamente eres una deidad cuando de confabular discursos se trata, máxime en momentos álgidos; la maldita música que te pusieron para apresurar tu exposición no te sacudió ni un poco y culminaste tu poderoso discurso con envidiable distinción.
Tu mezcla de sensibilidad y fiereza al hablar de igualdad es un fabuloso mensaje en un momento en donde la intolerancia y la torpeza nos está asfixiando. Hartas felicidades por tu segunda estatuilla consecutiva como director, pero muchas más felicidades por tu incontestable labia.
Si quieres leer la columna completa adquiere tu RÉCORD en tu puesto de periódicos o suscríbete a la edición digital dando clic en la imagen de abajo.





