En el deporte de alto rendimiento da la impresión que cada vez es mayor la obsesión por ganar a costa de lo que sea. Vaya paradoja, yo sigo creyendo todo lo contrario. Para mí, ganar o perder no pueden estar nunca por encima de las maneras o el cómo, y el partido de Pumas ante América del pasado domingo me lo volvió a confirmar.
El que procura la victoria, el que respeta la pelota y la trata bien, y el que pugna por la iniciativa, estoy cierto que siempre, repito, siempre, debería tener premio. Y por el contrario, el medroso, el que especula, el que pretende acompañar el partido sin hacerse responsable de manejarlo, debería siempre, y repito de nuevo, tener un castigo.
Pues bien, en el duelo citado, el América fue castigado con la eliminación y Pumas premiado con la calificación; acorde a mis estándares, todo al revés. No puedo obviar que el América se ha convertido en un polvorín emocional, algunos de sus futbolistas confunden el ser valientes con ser valentones y provocan baratas reyertas que terminan por explotarles en la cara. Cuando te expulsan a cuatro futbolistas en una Semifinal de Ida y Vuelta no hay nada qué debatir, cualquier salubre esfuerzo como el que exhibieron en Ciudad Universitaria se va al carajo por la nula inteligencia y estabilidad emocional de algunos jugadores que, mediante vulgares amenazas y agresiones pretenden intimidar al oponente o a las autoridades.
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