Por azares de la vida, el destino me ha traído de vuelta a Sudáfrica. En medio de las advertencias y amenazas por la inseguridad que se sigue viviendo en Johannesburgo, camino por las calles de Soweto, aquel marginal barrio que al día de hoy sigue siendo el único suburbio en haber generado dos Premios Nobel de la Paz: Nelson Mandela y Desmond Tutu. A unos cuantos kilómetros, se alcanzan a distinguir los mosaicos del Soccer City Stadium, aquel estadio que hace casi seis años vio a la selección mexicana de Javier Aguirre, disputar el primer partido mundialista en la historia de este continente frente a los ‘Bafana Bafana’. El mismo estadio que vio a España consolidar a una generación dorada y conquistar su primera Copa del Mundo. El mismo estadio que en los últimos seis años pasó de ser una esperanza, a un estorbo. Un estadio que hoy en día, sirve más para albergar conciertos, partidos de rugby o eventos especiales que para disputar algunos partidos de futbol.
Y es que los estragos de la Copa del Mundo, se siguen sufriendo en Sudáfrica, donde de poco sirvieron los casi 4 mil millones de dólares derrochados en la construcción de nuevos estadios, cuando nadie se preocupó por generar una verdadera estructura que desarrollara no sólo futbolísticamente, sino también social y económicamente no sólo a un país, sino a una de las regiones más pobres del planeta.
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