Días después del impactante robo en el Museo del Louvre, la pregunta que ronda en medios internacionales y redes sociales es: ¿a dónde fueron a parar las joyas que alguna vez pertenecieron a la realeza francesa? Los expertos en delitos artísticos tienen una hipótesis clara: probablemente, ya no existan tal como las conocíamos.
"Ni siquiera tienes que ponerlas en el mercado negro, solo las pones en una joyería", declaró Erin Thompson, profesora de delitos artísticos en el John Jay College of Criminal Justice en Nueva York. “Podrían venderse a la vuelta de la esquina del Louvre”.

La idea no es descabellada. Se estima que las joyas robadas —entre ellas coronas, collares de esmeraldas y zafiros, y broches valuados en más de 100 millones de dólares— podrían estar en proceso de ser fundidas, descompuestas o recortadas en piezas más pequeñas para evitar sospechas. Una estrategia común entre ladrones de arte, aunque poco rentable si se considera que su valor histórico se pierde.
"Al descomponerlas, ocultarán su robo", advirtió Christopher Marinello, abogado y fundador de Art Recovery International. Explicó que una vez fragmentadas y sacadas de Francia, podrían pasar por múltiples manos y cadenas de suministro, volviéndose “imposibles de rastrear”.

No cualquiera puede vender una joya robada
El exagente del FBI, Robert Wittman, lo resume con claridad: “El verdadero arte en un robo de arte no es el robo, es la venta”. Y ahí radica la dificultad. A pesar de la astucia para entrar al museo, Wittman considera que los responsables no lograrán vender las piezas sin dejar rastro: “Debido a lo que son, realmente no tiene sentido destruirlas”.
Además, muchos de estos diamantes no están clasificados y podrían delatar su origen histórico. “No es algo que puedas mover en el mercado abierto. No es algo que pueda pasar por una casa de subastas”, aseguró Scott Guginsky, vicepresidente de la Alianza de Seguridad de Joyeros.

¿Entonces, qué podrían hacer con ellas?
La opción más probable, según los expertos, es esperar. Enfriar el botín mientras bajan las alertas, y luego venderlo en partes. “Siempre hay una persona dispuesta a comprar joyas robadas. No importa lo que sea, alguien lo comprará”, dijo Guginsky.
Sara Yood, directora ejecutiva del Comité de Vigilancia de Joyeros, indicó que las gemas históricas no tienen inscripciones láser modernas, lo que podría dificultar aún más rastrearlas si son cortadas.
Pero el último punto es clave: quienes ejecutan el robo muchas veces son solo “manos contratadas”. “Los tipos que realmente entran en los museos suelen ser todos manos contratadas, y casi siempre son atrapados en estos casos”, concluyó Erin Thompson.





