CÉSAR HERRERA
Tanto talento no podía pasar inadvertido. Pedro y Ricardo Rodríguez, con base en grandes demostraciones y notables resultados, se habían hecho de un prestigio sólido y generado expectativas únicas.
Su capacidad, empero, no podía ser ignorada, menos para la Fórmula Uno, que rondaba su primera década de existencia y estaba ya confirmada como la competencia élite, pero que buscaba sostener su crecimiento mediante la creación de nuevas figuras. Los jóvenes mexicanos, dos ases de las carreras de resistencia y los autos deportivos, estaban destinados a la categoría reina.
El acercamiento de los Rodríguez a Ferrari ocurrió en mayo de 1960, en la fecha del Mundial de Marcas en Sicilia, Italia, la ‘Targa Florio’, en la que los hermanos fueron invitados –via Luigi Chinetti, el primer distribuidor de Ferrari en Estados Unidos– a conducir un auto de la Scuderia, un modelo ‘Dino’. Pedro y Ricardo no ganaron ahí ni en los 1,000 Kilómetros de Nu?rburgring, un par de semanas más tarde, pero se llevaron el reconocimiento generalizado.
Enzo Ferrari se convenció entonces de que los mexicanos eran una opción real con miras a la F1.
Las 24 Horas de Le Mans de 1961 fueron clave. Juntos, a bordo de un Ferrari, los Rodríguez estaban encaminados al segundo puesto tras una exhibición de antología, pero el motor del auto no resistió. La Scuderia fue seriamente cuestionada por la prensa por su fiabilidad y por el trabajo de sus mecánicos, pero lejos de lastimarse la relación entre los pilotos y el equipo, ésta se fortaleció. Enzo decidió que era tiempo de que realizaran un test de F1.
En tanto, en México, don Pedro Rodríguez, padre de los volantes, sabía que financiar una doble prueba era casi imposible para su cartera y decidió hablar del asunto, primero, con Pedro. Aunque entusiasmado, el hermano mayor sabía que Ricardo era el que más deseos tenía de realizar el test y, por tanto, hizo un sacrificio: dar un paso al costado.
Julio del 61. Ricardo viajó a Italia a visitar a Ferrari, donde fue bien recibido por el ‘Comendatore’. El piloto regresó a México a casarse –tenía 19 años– y volvió a Europa a finales de agosto, para conducir por primera vez un bólido de la Scuderia, en una prueba privada durante el Gran Premio de Módena, el 3 de septiembre.
Ricardo dio 30 vueltas con tiempos destacados, que le dieron un adelanto de lo que se encontraría la semana siguiente, en Monza, en su esperado debut.




